Vertederos de ilusiones, ahora más vacías de personas, de ruido, de trajín, de vida, en definitiva, las calles se tornan más grises de lo que ya son por el color de las aceras trasegadas y del asfalto desgastado por el paso de las ruedas de los vehículos, por el ir y venir continuo.
Mucha gente está en su casa o vete a saber si en el hospital, o simplemente no están ya; los que seguimos tenemos respeto, miedo a que nos toque ser el siguiente contagiado porque no podemos saber cómo nos afectará el virus, cómo reaccionará nuestro organismo, qué secuelas nos dejará, cómo se organizarán, entre tanto, sin nosotros, los nuestros.
Solo pensar agota, deprime. Mejor sigamos el día a día, cuidándonos, como hasta ahora, sin dejar que el pensamiento vuele a zonas hostiles.
©María José Gómez Fernández
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