Desde la cama miras los pequeños haces de luz que se filtran por las rendijas de la persiana; los sigues, embelesada, hasta la pared donde se unen con nuevas formas, distorsionadas, creando figuras en la imaginación que aún está despertando del sueño. Al instante, una tristeza inmensa se apodera de ti, te encoje, te produce incluso dolor físico; ves tu realidad reflejada en las figuras de luz que se proyectan en la pared, ahí son una ilusión óptica, como si fueran nada, y nada tienen que ver con los óvalos originales de la persiana donde son oquedades de un cuerpo sólido. La tristeza y el desasosiego crecen y provocan que suba una lágrima hasta los ojos y se derrame mejilla abajo. No hay nada más triste que llorar tumbada en la cama, porque las lágrimas no se van, sino que se quedan y te empapan al rozarte el embozo de la sábana. Todo lo que parecía sólido se desmoronó en tu vida, ya no sabes si para bien o para mal, solo tienes la certeza de que ocurrió y de que a partir de ahí nada en tu vida será exactamente igual; todo cambia con un gesto, una brisa, un silencio mantenido o una voz más alta; todo cambia con un simple pensamiento. Las decisiones tomadas todo lo cambian, no se trata de finales ni principios sino de nuevas perspectivas que te arrastran.
©María José Gómez Fernández
Publicado originalmente en El Doblao del Arte.
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