Simeón se sienta a mi lado muy atento, como confirmando cada uno de mis actos y de mis movimientos. Mira mi mano que coge un papel y un bolígrafo y empieza a escribir; levanta el hocico como comprobando si es o no correcto lo que hago. Está sentado sobre sus cuartos traseros y parece una esfinge guardiana de un tesoro -tal vez yo sea algo muy valioso para él-. El tiempo transcurre, y al cabo de un buen rato -no sé cuánto- se sienta delante de mí, apoya su hocico en una de mis rodillas y me observa; es posible que ya sea su hora de volver a salir y esta su forma de recordármelo. Creo que sabe que me estoy dando cuenta. Insiste, su hocico comienza a presionar la rodilla y a empujar la pierna hasta que le digo "¡vamos, Simeón!". Y me levanto, mientras él, moviendo contento el rabo, sigue fiel mis pasos hasta que llegamos a la puerta de la calle.
©María José Gómez Fernández
Publicado originalmente en El Doblao del Arte.
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