He pensado muchas veces que no salgo yo a pasear al perro, sino que Simeón es el que me saca de paseo a mí: paseador de sus humanos, a los que otorga el beneficio de ejercitar mínimamente el cuerpo, las extremidades inferiores, el torso que se dobla y endereza para recoger los excrementos, el vaivén siguiendo su impulso ante un rastro que olfatea vehemente. Un paseo sin sobresaltos, a ser posible, y varias veces al día; rutina de horas y trayectos que conllevan otras rutinas añadidas, como rellenar el agua, la comida, darle algún capricho como el juego o alguna golosina, o permitirle que se tumbe a los pies, en lo alto de alguna cama de sus humanos, así sus olores lo envuelven y le hacen sentir seguro, en casa, con los suyos.
©María José Gómez Fernández
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