Tiene los ojos verdes, como su abuelo; según les de la luz, cristalinos, como el mar cuando está verdoso, o verde esperanza, igual que su nombre, heredado de, al menos, hasta cinco generaciones.
A la más antigua de sus antepasadas sus padres la llamaron así por personificar el deseo ferviente de que su amor fuera eterno. A la madre de su tatarabuela la bautizaron con ese nombre como una evocación de buenos augurios para el bienestar familiar, que nunca les faltara nada. A su tatarabuela la llamaron Esperanza simplemente porque a sus padres les gustaba todo lo que esa palabra significaba. Su abuela también heredó el nombre, elegido como un deseo de libertad para la España que les estaba tocando vivir -a su tía abuela la llamaron República, aunque más tarde acabaron llamándola María Dolores-. Su madre heredó el nombre y con él un sentimiento de que en ella se cumplieran las expectativas igualmente heredadas de las anteriores generaciones. Y luego está ella, también Esperanza, a la que llamaron así para consolidar y pasar el testigo de todo el compendio de anhelos de sus predecesoras.
Es una gran responsabilidad llevar ese nombre porque parece otorgar a quien lo lleve el poder y la obligación de conseguir que lo que se anhela se vea hecho realidad. Pero no, obligación ninguna, porque decidir y conseguir es cosa de cada cual, no depende de estar cerca de una persona u objeto talismán, aunque esto pueda condicionar a alguien. Nadie es un amuleto de la suerte, de fin de privaciones, un "conseguidor" de buenos deseos, de sentimientos positivos y bienestar ansiados.
Esperanza, desde sus ojos verdes, irradia frescor, alegría y optimismo, con su presencia y actitud; sin pretenderlo, desde su positividad y sus dificultades, transmite ilusión, anhelo.
Nunca le ha faltado una buena compañía, y alguna no tan buena, movida por el interés de obtener un beneficio o la intriga de si su "amistad" contribuiría a materializar algún deseo.
Ninguno de sus dos hijos lleva su nombre, pero sí ha depositado en ellos las bases para que trabajen para hacer del mundo un lugar mejor: educación para tener conocimientos, aplicar y rebatir criterios, tener opinión y defenderla; valores desde los que construir los cimientos que posibiliten consolidar los avances y conseguir otros, convertir en hechos las ilusiones; fortaleza para no perder la motivación, que es lo último que se pierde después de la esperanza.
©Aji ~ ©María José Gómez Fernández
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Imagen tomada de la convocatoria de Divagacionistas |