Con esta aportación de #relatosLluvia participo en la convocatoria de marzo de @divagacionistas.bsky.social
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Imagen tomada de la convocatoria de Divagacionistas |
Impresiones, Crítica, Poesía: Saciar emociones, soltar amarras, decir lo que pienso, expresar lo que parece, pisar el firme, derramar silencios...
Con esta aportación de #relatosLluvia participo en la convocatoria de marzo de @divagacionistas.bsky.social
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Imagen tomada de la convocatoria de Divagacionistas |
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Imagen tomada de la convocatoria de Divagacionistas |
El cuello le empezaba ya a molestar. Hacía un buen rato que mantenía el teléfono apoyado en el hombro sin separarlo de la oreja mientras continuaba reordenando los papeles de la mesa, buscando una anotación que no terminaba de aparecer. ¡Por Dios, qué barbaridad! ¿Cuánto tiempo más tendría que esperar para que la siguieran atendiendo? Se estaba empezando a aburrir de escuchar la musiquilla de fondo que se repetía en bucle hasta que respondiera alguien del departamento de facturación. ¡Nada, imposible!, decía en voz alta, a pesar de que eso no sirviera para nada. Manténgase a la espera... ¡Oiga, oiga!, reclamaba con ansia para hacerse oír aunque estaba claro que le hablaba a una máquina. Todos nuestros agentes están ocupados... ¡Y yo me acuerdo de toda tu parentela! ¡Que no puedo estar aquí toda la vida, caramba!. ¿Y dónde habré puesto el número de incidencia que me dieron hace diez días? Dando un tironcillo a un trozo de papel de cuadros respiró con alivio, como si por haber encontrado el número referente ya estuviera todo solucionado. Algo es algo, pensó, ¡venga, ahora a ver si se pone alguien de facturación!, y la música continuaba sonando entre su desesperación y su propia sorpresa por tararearla inconscientemente. ¡Seré boba, claro, también me puedo poner a bailar! Por favor, manténgase a la espera, le atenderemos lo antes posible... El cuello dolorido, la oreja echando humo, la desesperación subida por las paredes, ya no sabía ni qué era lo que tenía que reclamar; el teléfono sobre la mesa con el altavoz activado, el papel con el número de incidencia al lado, otro trozo de papel en blanco junto a él y en su mano derecha un bolígrafo preparado para escribir. Buenas tardes. No se lo creía. Buenas, respondió. Y de nuevo, buenas tardes, disculpe la demora. Por favor, si es tan amable, para poder localizar su expediente, me puede indicar su nombre completo y apellidos. Pero, oiga, ya he dado este dato cuatro veces a otras personas que me han ido atendiendo... Sí, mire, yo entiendo, pero es que necesito comprobar sus datos... El nombre y los apellidos, el DNI, el domicilio, el nombre del banco, y los sudores bajándole por la sien. ¡Oiga! ¿Sigue ahí? Sí, disculpe, ya enseguida tomo nota de su problema, estoy terminando de comprobar todos sus datos, un momento, por favor...
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Imagen tomada de la convocatoria de Divagacionistas |
Hace unos años visité una exposición de fotografía, dibujo y pintura sobre faros. Recuerdo que, mientras observaba las imponentes imágenes que se mostraban ante mis ojos, nada pudo impedir que mi imaginación volara hacia los lugares donde aparecían esos solitarios ingenios, pero también, que mi recuerdo, ineludiblemente, también volara hacia una figura en especial, que para mí continúa siendo un referente, y en los momentos favorables contemplo y admiro, pero en los adversos me ayuda a no perderme.
Hasta su particular olor a madera y dulce, me viene a la memoria, entremezclado con el del barro, la piedra y, también con el de la sal del mar. Nunca tuve duda de que su figura irradiaba un aura de protección y positividad.
Mi querido pirata, mi padre...
Hay muchos seres que, a pesar de no existir ya, siguen estando ahí, emitiendo sus destellos para otras muchas personas, como avisos para navegantes, como los faros de los puertos y de las costas, delimitando y dibujando con el parpadeo de su luz los contornos del camino a seguir o a evitar.
Como esas construcciones son iconos de los parajes que habitan, así esos seres de luz son también iconos para las personas en las que siguen siendo una esencia. Su existencia y sus historias son referentes para quien las quiera tener en cuenta y, como ellos, llevarlas a cuestas, tenerlas en la memoria, para no olvidarlas, para imitarlas en lo bueno y obviarlas en lo malo; nos guían por la travesía de la vida, permanente e intermitentemente, iluminando el escollo, el mar embravecido por el viento y la tempestad, alertando de los límites con su luz que irrumpe en nuestra penumbra.
Gruesos o delgados, altos o bajos, redondos o cuadrados, con sus recovecos interiores comunicados por escaleras sinuosas que algunos pudimos subir y bajar, conocer en su intimidad. Faros como personas, personas que siempre serán como faros, anclados en las costas de nuestras vidas para evitar que vayamos a la deriva.
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Imagen tomada de la convocatoria de @divagacionistas |
---No me lo explico, últimamente está fallando muchísimo, todo lo ralentiza como si le costara traspasar cada segundo, cada minuto...
Mi amigo me hablaba con auténtica angustia, pero yo andaba metido en mis cosas, le hacía ver que tenía toda mi atención cuando en realidad solo escuchaba palabras sueltas de lo que me decía.
---Creo que le sobran cosas pero no sabría descartar las más importantes; tal vez así todo iría mejor...
Lo miraba de soslayo, y en algún instante fijaba la mirada en la suya para que viera que le estaba escuchando como era debido, y es que yo estaba muy enfrascado en revisar el móvil y las notificaciones recibidas durante esa mañana. Él continuaba con su discurso, casi monólogo. Incluso comencé a sentir un cierto cargo de conciencia pensando que el pobre me estaba contando algo realmente importante para él y, sin embargo, yo no estaba a la altura de lo que estaba necesitando de mí, que era solo escuchar, escuchar y responder para constatar que estaba siendo atendido.
---Para mí que es algo de la memoria...
Por naturaleza somos tan egoístas que solo nos miramos y vemos a nosotros mismos hasta que das con el quid de la cuestión: ¿cómo me sentiría yo si me hicieran lo mismo que estoy haciendo ahora? Meditarlo un par de segundos te devuelve la respuesta: mal. Entonces reaccionas y te entregas por entero a las cuitas de tu amigo. ¿Y si es algo muy importante, incluso vital? Con la excusa de empatizar con él, le respondes formulándole una pregunta, aunque la razón verdadera es enterarte de qué narices te está hablando porque te niegas a admitir que no le estabas prestando casi ninguna atención:
---¿Me has dicho que se trataba de tu abuelo, verdad? ---sueltas como para ir atando cabos---.
---¿Pero qué dices, hombre? ¿Mi abuelo, qué tiene que ver mi abuelo con esto? ---responde perplejo, también preguntando---.
---Que piensas que a tu abuelo le está fallando la memoria, ¿no me estabas contando eso? ---me justifico con verdadero apuro---.
---¡Desde luego, estás para que te aten! Claro, como no quitas el ojo del teléfono pues no me estás escuchando. Te estoy hablando de mi móvil, que es nuevo y me está fallando como si tuviera problemas de memoria. Anda, déjalo, sigue enviando tu relato a Divagacionistas...
---Perdona, hombre, no tengo disculpas ---le contesto---.
Cuando levanto la vista se ha marchado.
©Aji ~ ©María José Gómez Fernández
Con este relato participo en la convocatoria #relatosMemoria de Divagacionistas (noviembre, 2023).
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Imagen ©María José Gómez Fernández. Todos los derechos reservados |
Esta historia que os cuento empezó hace unos meses, justo el 14 de marzo a las 7 de la tarde en España, la hora que luego fue para todos la hora de #LaBuenaSuerte. Rosa abría sus directos en Facebook para hablar de su obra, para hablar del proceso de creación literaria, de construcción de personajes, de cómo surge la idea huevo de una novela... Y la gente iba llegando a escuchar, a preguntar, procedente de muchos puntos del globo, como abejas a la miel. Ese día era sábado, día cero del confinamiento en nuestro país, y a partir de ahí, todos los sábados y miércoles se producía ese encuentro particular y fructífero, que se convirtió en el mayor taller literario mundial, virtual y espontáneo de todos los tiempos.
Me subí en el barco de los directos de Rosa como el náufrago que, rescatado, sube a una embarcación, luchando con el oleaje y el temporal en alta mar. Estábamos inmersos en un auténtico temporal, el del confinamiento por la pandemia, confusos durante los primeros días, tomando el control de nuestras reacciones ante la adversidad. Días largos e inciertos en los que nos sentíamos algo perdidos, saturados...; entonces llegó el arca de Rosa, nos abrió sus compuertas, y subí.
Ciento sesenta y ocho escritores noveles procedentes de veintitrés países escribimos otros tantos relatos diferentes creados en torno a la descripción de dos personajes, que distintos en cada relato, nos llenan de pinceladas de vida, amor, secretos, intriga, muerte, ilusiones, y ¡cómo no! de carmín, chocolate, palomas e imaginación, mucha imaginación.
Brotes de creatividad, un haz de luz en los tiempos de mayor oscuridad que la humanidad ha podido vivir en los últimos años, un ejemplo de solidaridad -parte de los beneficios serán para ACNUR-, trabajo en equipo, creatividad literaria, algo increíble y mágico, tanto como el hada madrina que posibilitó que este proyecto se disparara, creciendo y materializándose en un libro en dos volúmenes: "En Cuentos con Rosa": "Carmín" y "Chocolate", realizado en el tiempo récord de tres meses, de forma telemática y con el huracán de la pandemia instalado en el cielo de nuestras vidas.
Rosa Montero logró tocarnos a todos con su varita de tinta y entusiasmo, y a partir de ahí, nos hizo #raluquear en tiempos realmente complicados -y eso que aún no sabíamos lo que significaba #raluquear, porque lo supimos después-.
Solo puedo decir ¡¡¡GRACIAS ROSA Y COMPAÑEROS!!!
©María José Gómez Fernández
Publicado en recopilación de relatos de Divagacionistas.
Últimamente me gusta mucho hablar de esta gran experiencia, y con ella participo en la iniciativa de octubre de @divagacionistas sobre #relatosBrotes. Espero que os guste.
Atravesaban la plaza agarrados el uno al otro, más como dos en peligro de caer, por caminar trastabillando, que como una pareja amantísima; los dos tan delgados que parecían juncos al viento. El Feo y La Canija iban a pillar algo a la esquina cerca del cine San Fernando; no mucho, que la pasta no es chicle y no les iba a dar para tanto. Después se irían, "de tranquis" a meterse sendos picos a un lugar apartado en el Barrero, entonces una zona llena de basuras y poco recomendable para pasear. En los últimos tiempos habían logrado mejorar sus paupérrimos ingresos gracias a la intervención de un benefactor que les salió como por arte de magia, un profesor universitario que de pura casualidad los conoció y quiso ejercer de Pigmalión: El Feo encontró acomodo limpiando en un supermercado de barrio -no era gran cosa, pero trabajaba cuatro horas, toda una hazaña para él-, y La Canija tenía que acudir a la casa del profesor para atender labores domésticas. Ambos habían dado al profesor su palabra de cumplimiento. Dos días a la semana, al terminar su trabajo, La Canija esperaba a El Feo en la casa del profesor y éste les instruía repasando con ellos lectura, escritura y otras disciplinas a nivel de sexto de primaria, y todo iba realmente bien porque estaban contentos por la oportunidad de aprender y porque el profesor, orgulloso, les hacía ver sus avances.
Los demás días de la semana corrían el peligro de verse envueltos en cualquier desamparo del azar, incluso tentaban a la suerte y volvían a sus antiguas fuentes de ingreso, aún no abandonadas: pequeños hurtos de El Feo y prostitución barata de La Canija, pero de esto el profesor no sabía nada.
Se despidieron en torno a las 11 de la noche con un fugaz beso en los labios -¡tan enamorados seguían!-. El Feo fue a sus asuntos para birlar algo por ahí; La Canija se puso a hacer dedo a las afueras de la ciudad, en dirección a la playa. Tuvo suerte y pronto subió a un coche.
Dos días después, el periódico refería que una mujer joven, cuya descripción correspondía con la de La Canija, había sido hallada sin vida en las dunas de la playa. No había muerto por sobredosis de un mal pico sino cosida a puñaladas. El Feo la lloró durante mucho tiempo, sin poder olvidarla.
©María José Gómez Fernández
Con este relato participo en la convocatoria de @divagacionistas con #relatosPicos de septiembre 2020. Basado en una historia real ocurrida a finales de los años 80 en una ciudad del sur de España.
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Imagen de Everypixelfree ©geralt (libre de derechos) |