Se consumió con las llamas
de los incendios del mundo,
y camaleónico se tornó anaranjado,
como el cielo de California,
como el cielo de la sierra de Huelva,
como el cielo sobre el campo
de refugiados de Lesbos,
como el cielo de cualquier lugar
devorado por las llamas.
Se volatilizó con las explosiones
de Molina de Segura en Murcia,
se deshizo en mil fragmentos
desplazados a muchos metros
en las explosiones de Beirut.
Y el verso se hizo polvo
y se fundió con nosotros,
con nuestro dolor,
nuestros temores,
con la tristeza palpable
de los desamparados,
y con las lágrimas
de niños y mujeres,
de hombres que lloran
como niños que fueron.
Fue vilmente acuchillado,
aporreado, asesinado,
con cada víctima del machismo,
y con ellas, incinerado.
Fue la voz que flota en las calles,
en las protestas, en las revueltas,
y que luego se acalla
por la conveniencia
de guardar el orden
y las apariencias.
Y el verso se hizo polvo
por ser leve como el aire
hasta confundirse con él
y ser respirado por todos.
Pendió en el aire
con las gotículas de saliva
salpicadas de mentiras
desde las bocas de políticos,
hasta caer al suelo, caer
como caen los gobiernos
cuando ya no tienen más
para ofrecer al pueblo.
Y el verso se hizo polvo
para ser voz y decir basta,
para retomar el poder de la palabra
que denuncia los desórdenes,
las injusticias, los golpes,
las balas, las catástrofes,
la sinrazón, la incongruencia,
el egoísmo, la locura, la muerte.
Y el verso se hizo polvo
y resurgió de la nada.
©María José Gómez Fernández
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