La pequeña torre de la casa que hace esquina con la plaza está iluminada hasta muy entrada la madrugada. Desde el otro lado de la plaza puede verse la luz. Es tenue y amarillenta, seguro que de bajo consumo y luz cálida -piensa Mario, electricista jubilado-. Mario se acuesta muy tarde porque a su edad no necesita dormir tantas horas como cuando era joven; además, para dar vueltas en la cama es una tontería acostarse, se pierde la paciencia y los nervios. Prefiere quedarse frente al ordenador curioseando páginas, leyendo noticias, viendo imágenes, escuchando música; a veces entra en Google Maps y busca un lugar, una ciudad y virtualmente se acerca a sus edificios, recorre sus calles. Esta es una buena opción para viajar sin moverse de la silla, más aún de la silla de ruedas, con la dificultad que le acarrea ir a cualquier parte, además tampoco tiene medios para afrontar gastos de viajes; lo poco que tiene lo necesita para vivir. Cuando levanta la vista del ordenador Mario se entretiene mirando la plaza por la ventana, la plaza y las casas que dan a ella; disfruta ese momento en que impera el silencio, roto por algún coche que transita lento buscando aparcamiento o de paso, pero le llama la atención la luz que también está encendida -como la suya- al otro lado de la plaza, una luz pobre, más pobre aún con el visillo beige corrido.
Una mañana, intrigado, le pregunta a la chica que le ayuda con las tareas de casa; ella sale más a la calle y habla más con la gente, así que está más enterada de lo que ocurre en los alrededores.
-Ah, pues en esa casa, creo que vive una señora sola, bueno, con su gato. Eso me dijo la mujer que le hace las cosas de casa y la compra.
-Te lo pregunto porque cada noche la luz de la torrecita de la casa se queda encendida hasta muy tarde y me ha llamado la atención.
-Pues es una señora de su edad, chispa más o menos. Su hijo y la mujer viven en la casa de al lado, y me ha dicho mi compañera que van todos los días a verla. Vaya, que la atienden.
-Eso está bien. Fíjate, yo, si no fuera por ti... Mi hija, la pobre, viene cuando puede, pero no puede todos los días, aunque las dos veces que me visita a la semana para mí son una fiesta.
-Dicen que fue modelo cuando era joven. Debió ser bien guapa. Ahora no sé cómo se conservará.
-El que tuvo, retuvo.
Mario se queda pensando en las palabras de la chica. De repente se acuerda que tiene que pedirle que le ayude a transplantar una maceta.
-¿Me ayudas con la planta, te acuerdas?
-Ah, sí, qué tonta, casi me olvidaba.
Mientras están trabajando con la planta, él ayuda en lo que puede, a Mario se le ocurre una idea, se muerde los labios antes de decírsela a la chica, igual es una intromisión, una idea alocada, igual no es apropiado, pero...
-¿Crees que estaría bien... si te pido que le hagas llegar una nota mía a esa señora?
-¡Uuummm, qué misterio! Bueno, no sé, no la conozco personalmente, pero todo es probar. Se lo voy a decir a la compañera que la atiende, a ver qué dice, total, tendría que dársela a ella para que se la entregara a su señora.
-Gracias Tere. Entonces hoy le preguntas y mañana me das respuesta. Tendré escrita la nota.
-Muy bien Mario, pues así lo haré. Bueno, esto ya está. Voy a ir recogiendo y dentro de un rato, cuando termine la comida ya me voy.
©María José Gómez Fernández
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