Anciana de 92 años acude acompañada a urgencias de un hospital porque refiere dos bultos en una pierna y teme que sean trombos; además refiere una especie de dermatitis de pañal que no termina de remitir con el tratamiento que le recetó el médico de familia la vez anterior que la tuvo. Ambas cosas, son molestas, preocupantes y dolorosas.
El personal médico de urgencias lo primero que le dice a la señora es que estas cosas no son para acudir a una urgencia de hospital, a lo que ella responde que lleva más de dos semanas intentando que le den cita telefónica con su médico de familia. Le ordenan que se suba a la camilla. Evidentemente la señora responde que no puede, y que tendrán que verla de pie -entre otras dificultades de movilidad, la anciana tiene reconocido un 65% de discapacidad-. Una vez que la ven le dicen que -vuelta Perico al torno- eso se lo tiene que mirar su médico de familia, y para la dermatitis le vuelve a recetar el mismo medicamento que ya se está aplicando. Para comprobar tanto los bultitos de la pierna como la dermatitis de pañal, entre risas, la palpan sin contemplación ninguna. La anciana sale de la consulta y del hospital -por cierto, con casi ningún paciente a la espera- y siente ganas de llorar. Todavía está pensando cómo poner una reclamación por el trato vejatorio recibido.
El personal médico de urgencias lo primero que le dice a la señora es que estas cosas no son para acudir a una urgencia de hospital, a lo que ella responde que lleva más de dos semanas intentando que le den cita telefónica con su médico de familia. Le ordenan que se suba a la camilla. Evidentemente la señora responde que no puede, y que tendrán que verla de pie -entre otras dificultades de movilidad, la anciana tiene reconocido un 65% de discapacidad-. Una vez que la ven le dicen que -vuelta Perico al torno- eso se lo tiene que mirar su médico de familia, y para la dermatitis le vuelve a recetar el mismo medicamento que ya se está aplicando. Para comprobar tanto los bultitos de la pierna como la dermatitis de pañal, entre risas, la palpan sin contemplación ninguna. La anciana sale de la consulta y del hospital -por cierto, con casi ningún paciente a la espera- y siente ganas de llorar. Todavía está pensando cómo poner una reclamación por el trato vejatorio recibido.
Joven de 20 años acude a centro de salud aquejado de no oír prácticamente nada. Son las 9 de la mañana y en el mostrador de recepción le indican que vuelva al día siguiente pero a las 8 para que puedan darle cita y lo vean en el mismo día como paciente de urgencias. Hay que aclarar que el joven lleva dos semanas intentando obtener cita para llamada telefónica pero no hay citas disponibles hasta ni se sabe cuándo. Al día siguiente acude y en el mostrador se confunden en asignación de médico por lo que le indican que a las 12 de la mañana tiene su cita y a las 9:30 lo telefonean para decirle que acuda a las 10 por la confusión. Cuando acude el personal médico lo remite a enfermería con un papel en el que no consta ni fecha ni hora. Le aconsejan que se ponga en los oídos una solución de agua oxigenada rebajada pero no le indican proporciones -a otra cosa, mariposa-. Al cabo de cuatro días acude a la consulta de enfermería donde no hay orden ni concierto y una señora de mediana edad con muy poca vergüenza se cuela a los tres primeros pacientes argumentando que solo va a hacer una pregunta. Cuando el joven entra lo atienden estupendamente y le quitan por irrigación dos tapones de los oídos indicándole que los tiene inflamados y que si en 24 horas no baja la inflamación debe acudir al médico; entre tanto que tome ibuprofeno. A las 24 horas de nuevo acude al centro de salud y en el mostrador vuelven a derivarlo a enfermería. El joven insiste y terminan dándole cita para el médico, que cuando lo atiende le receta ibuprofeno, antibiótico y un spray para mantenimiento de los oídos para usarlo siempre, dos veces a la semana. Un mes para lo que podía haberse solucionado en cinco días o menos.
Anciana de 92 años espera en su domicilio a que acuda la enfermera para realizarle una extracción de sangre y recoger una muestra de orina. La cita está concertada para las 8:12 de la mañana con indicaciones de esté usted preparada, con la mascarilla puesta y las ventanas bien abiertas, cosa que hace, pero el tiempo transcurre y el retraso de la enfermera es evidente, tanto, que hasta las 8:45 no llega al domicilio. La anciana tiene todo preparado, como en otras ocasiones, y se sienta en su butaca pero la enfermera le dice que no, que ahí no puede ella porque le duele la espalda, y que se siente en una silla, y ella misma la retira con desdén de la mesa del comedor, a lo que la anciana le dice que en esa silla no le viene bien porque le tiene que extraer del otro brazo ya que de ese lado tiene una operación por cáncer de mama y nunca se la extraen de ahí. La enfermera retira con energía otra silla y le dice que se siente. Ojo, que estará trabajando pero está en una casa ajena y eso ya le tendría que merecer un respeto, más aún, la forma de dirigirse a la paciente, que además es mayor. Saca las cosas para la extracción y las pone en la mesa, diciéndole a la señora que se suba la manga o se la quite. Le pasa una gasa sin humedecerla en alcohol por la zona donde luego pinchará y la paciente le hace la observación de que está seca a lo que la enfermera responde que el alcohol no sirve para nada, así, muy diligente ella, y le añade: "pero vamos, que usted está limpia, ¿no?". Por supuesto que sí, le responde la anciana. Y en ese momento la enfermera dice: "los usuarios tratan mal a los sanitarios" y la mujer responde "no serán todos" tras lo que la enfermera queda sin respuesta. La anciana siente que está "acojonada", literalmente, y ya ni se atreve a decirle a la enfermera que el guante que traía puesto de la calle cuando entró está roto por el dedo con el que está tocando el trozo de piel donde la pinchará para la extracción. Al instante termina, recoge todo y mientras va hacia la salida la anciana le dice: "ya te quedará poco para terminar hoy con las extracciones, ¿no?", y la enfermera, saliendo ya por la puerta, le responde: "qué va, me queda un hartón". Son las 8:50.
Cuando la anciana cierra la puerta y llega hasta la mesa observa que la enfermera se ha olvidado allí el papel identificativo donde además constaba "recoger también muestra de orina"; la orina tampoco se la ha llevado. Ya es imposible intentar dar alcance a la enfermera así que espera quince minutos a que llegue una mujer que viene a hacerle los recados y ella acerca la muestra de orina al centro de salud donde le dicen que ya no la pueden recoger porque ya han entregado todas las muestras al laboratorio, que vuelva a pedir cita al médico para que vuelva a enviarle analítica de orina; son las 9:30.
La anciana piensa escribir de su puño y letra una reclamación que será presentada en el centro de salud antes de que termine este maldito 2020, por falta de higiene y trato descarado y hasta humillante de la enfermera. Dice que si esta enfermera vuelve a su casa para atenderla, en cualquier otro momento, ella no piensa abrirle la puerta. Yo tampoco lo haría.
Cuando la anciana cierra la puerta y llega hasta la mesa observa que la enfermera se ha olvidado allí el papel identificativo donde además constaba "recoger también muestra de orina"; la orina tampoco se la ha llevado. Ya es imposible intentar dar alcance a la enfermera así que espera quince minutos a que llegue una mujer que viene a hacerle los recados y ella acerca la muestra de orina al centro de salud donde le dicen que ya no la pueden recoger porque ya han entregado todas las muestras al laboratorio, que vuelva a pedir cita al médico para que vuelva a enviarle analítica de orina; son las 9:30.
La anciana piensa escribir de su puño y letra una reclamación que será presentada en el centro de salud antes de que termine este maldito 2020, por falta de higiene y trato descarado y hasta humillante de la enfermera. Dice que si esta enfermera vuelve a su casa para atenderla, en cualquier otro momento, ella no piensa abrirle la puerta. Yo tampoco lo haría.
Tanto la anciana como el joven son dos personas muy cercanas a mí. La indignación que siento es tremenda.
©María José Gómez Fernández
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