La chica de blanco la acompaña hasta el banco del gran jardín, se retira unos metros sin perderla de vista y se sienta en el banco de al lado. Para Sabela este es el momento más feliz y auténtico del día. La brisa le roza la piel, no importa si hace frío o calor, es un privilegio sentirse al aire libre, sentirse libre. Sus ojos, ahora un poco hundidos por la edad, acicalados por escasas y elegantes arrugas, realzan su color gris azulado cuando miran hacia el cielo, ya esté nublado o azul radiante, y sonríen cuando las nubes pasan, cuando pasan los pajarillos revoloteando de rama en rama. Sus ojos pueden ver el mar que no está, y sonríen aún más.
Lo mejor del día para Sabela son esos quince minutos en el banco del gran jardín de la residencia de ancianos donde entró por decisión propia, aunque ahora ya no tenga capacidad para determinar si desea continuar allí. Se diría que, salvo durante esos quince minutos diarios, Sabela siente que ese ya no es su sitio pero no lo dice, no es capaz de recordar cómo tiene que decirlo y solo asiente o niega con la cabeza, no se acuerda siquiera de qué quería decir, ni si tenía intención de decir algo. Pero sus ojos hablan por sí solos durante esos quince minutos. Miran, ven lo que está delante, pero ven más allá, lo que está lejos, lo que estuvo hace tiempo; ven todas las cosas que la hicieron vibrar hace años, muchos, aquel amor que nunca se terminó y que se mantuvo por carta y por teléfono después de darse por acabado o eso creyeron los dos; ve las caras sonrientes de sus hijos cuando tenían que darle buenas noticias, contarles sus pequeños logros y sus grandes éxitos; ve las manos de su madre acariciando su cara en diferentes etapas de su vida, cuando le transmitía su adhesión y su aprobación, su cariño incondicional; ve pasar cada instante en que amó, gozó, rio, bailó, bebió, corrió, triunfó, cantó... Ve aquella casa donde fue feliz durante tanto... Ve el mar, y el mar puede verse en sus ojos si alguien se detiene delante de ellos, las olas rompiendo suaves en la orilla llena de piedrecitas y sus pisadas casi borradas cuando el agua se bate en retirada. Ve el mar, y hasta se huele el mar si te sientas al lado de Sabela... Y ve todo azul y sus ojos cobran un color azulado más intenso, y hasta una lágrima de felicidad y nostalgia escapa por ellos.
--Sabela, ¿está llorando? -se preocupa la chica vestida de blanco-.
Sabela niega con su cabeza y la mira suplicante, queriendo hacerse entender.
--No son lágrimas, no, Sabela... -dice la chica de blanco agachándose y situando su mirada justo frente a sus ojos-.
Y Sabela asiente y sonríe mientras la lágrima baja por su mejilla. La chica de blanco la besa en la frente con una ternura palpable, y luego le susurra al oído:
--Es una ola rompiendo y el mar que se escapa por tus ojos, los más bonitos que nunca vi, con ese color de azul errante...
Y Sabela asiente y sonríe de nuevo mientras enfilan el camino de vuelta al edificio principal de la residencia.
©María José Gómez Fernández
Publicado originalmente en El Doblao del Arte.
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