Las últimas horas de la tarde dibujan en las fachadas inciertas sombras anunciando la noche que acecha, la última noche del año, de este año que es seguro pasará a la historia por la pandemia que invadió al mundo, que lo dominó, a pesar de los incrédulos que aún la niegan y seguirán negándola. Se van descolgando las sombras por las fachadas mientras la calle comienza a presentar su habitual desolación y silencios, rotos solo por alguno que aún regresa a casa. Ahí es donde continúa la vida, simulacros de celebraciones de felicidad inexistente; no mucho que celebrar pero costumbre obliga y habrá que engalanar la mesa y brindar con lo que sea, y más tarde tomar la uva y algo de turrón, y bailar, y reír, porque en una noche como esta así venimos haciéndolo desde hace mucho tiempo. Algunos enfatizarán el ambiente con sus mejores galas cubriendo sus cuerpos, disfraces para el simulacro, para no arrumbar las costumbres ni arruinar el momento de la última noche del año.
Muchos miles de personas no podrán celebrar nada porque ya no existen.
Muchos miles de personas no estarán en condiciones de celebrar aunque podrían desearlo.
Como suele suceder, la vida se encarga de descolocarlo todo hasta los que creemos, por costumbre, que son o deben ser los mejores momentos.
Seis horas más y el año de los dos ceros intercalados habrá terminado, año de pesadillas, distópico año con valoración general negativa, a pesar de que habrá quien lo valore como un año de logros, pero esos son casos aislados.
Las calles se hacen eco de las canciones y voces que salen por las ventanas y balcones de cada casa. El egoísmo colectivo y el falserío se ha olvidado de todos los que trabajarán esta noche y de aquellos que los relevarán por la mañana: policías, bomberos y personal del entorno sanitario. Hoy nadie se acordará de ellos. No habrá aplausos ni a las ocho, ni a las diez, ni pasadas las doce, como si pasáramos página y el pasado quedara muy lejos; pero seguimos igual o peor si cabe, y aún así, por egoísmo, por querer olvidar deprisa, hoy no habrá aplausos.
Y entretanto ronroneas por mi mente, como gato cariñoso que busca el acomodo en mi regazo. No puedo apartarte de mi cabeza, tampoco quiero, pero la ausencia me invade y me atrapa, me abraza con toda sus fuerzas, como lo haríamos los dos, y para consolarme, me besa, larga y cálidamente, tu ausencia me besa.
Fin de año, maldito año, hasta nunca, 2020.
©María José Gómez Fernández
No hay comentarios:
Publicar un comentario