Nunca jamás me gustó la Navidad, al menos desde que tuve uso de razón, y si no me gustó nunca ahora me gusta aún menos. No siento que tenga que celebrar el nacimiento de Jesús porque no soy creyente, aunque respeto a los que lo sean. Me he tragado muchas misas del gallo pero hace ya mucho que ni las huelo.
Veo un poco más de sentido al hecho de celebrar que acaba un año y empieza otro, cerrar ciclos y abrir los nuevos, y hasta me ha gustado recibir algún regalo esa noche y abrazarme con familiares, allegados, propios, extraños, salir de casa bien pasadas las 12 de la noche después de no tomar las uvas correctamente porque me atragantaba con alguna y ya me descompasaba, tomar una copa, o más de una, reír, bailar, desfogar, quemar adrenalina, acostarme tarde y levantarme al cabo de dos horas con una sonrisa de oreja a oreja.
La tarde y noche antes de Reyes tenía su chispa de emoción porque me recordaba aquellas de la infancia, inocente y dulce siempre, y por eso me gustaba ir en busca de algún regalo para alguien especial, que sin duda se llevaría una sorpresa; ver el ambiente de cabalgata en la calle, la emoción en los ojos de los niños que, con nerviosismo, saltaban por las calles de la mano de sus padres. Por la mañana, sin esperarlo aunque sí imaginándolo, también había un regalo para mí, y eso siempre gusta.
Las reuniones familiares en general nunca me agradaron, sencillamente porque siempre terminaban en conflicto y no, no me gusta, y supongo que a nadie le agradan esas situaciones, así que prefiero reuniones familiares pequeñas, es decir, con pocas personas y a ser posible, personas no conflictivas, porque para amargarse la vida hay muchos momentos imprevistos y la vida ya sola nos trae problemas como para buscarlos nosotros o caer en su propia trampa.
Las reuniones familiares en general nunca me agradaron, sencillamente porque siempre terminaban en conflicto y no, no me gusta, y supongo que a nadie le agradan esas situaciones, así que prefiero reuniones familiares pequeñas, es decir, con pocas personas y a ser posible, personas no conflictivas, porque para amargarse la vida hay muchos momentos imprevistos y la vida ya sola nos trae problemas como para buscarlos nosotros o caer en su propia trampa.
Todos los años por estas fechas tengo que hacer cábalas de dónde pasaré cada tramo principal, y este año lo tengo clarísimo porque los pasaré todos en casa, con mis dos hijos y con mi perro. Sé que echaré en falta a alguna persona, echaré de menos algún momento especial, pero me libraré de los conflictos y las personas conflictivas que se empeñan en arruinar reuniones familiares. Echaré de menos, pero prefiero echar de menos que echar de más, aunque puntualmente se me venga la congoja al pecho, me apriete el estómago y me asomen lágrimas. Sentiré faltas que serán imposibles de suplir, ausencias que podré rellenar con conversaciones virtuales, pero no será igual, nada, nada, nada será igual; sentiré vacíos y sentiré serenidad, sentiré tristeza, en general, una gran tristeza me invadirá, lo sé como sé que respiro; y como todos los años, querré que estos días pasen pronto en el calendario porque es un sentimiento mucho más complicado que el que intento transmitir.
Por todo esto, cuando se acercan estas fechas, hace ya mucho tiempo que prefiero desear Felices Vacaciones de Invierno en lugar de la tradicional Feliz Navidad.
©María José Gómez Fernández
No hay comentarios:
Publicar un comentario