El alivio que produce este airecillo que corre, ahora en la noche, junto con los grados que ha descendido la temperatura, es el regalo mejor que te puedes encontrar tan solo con el sencillo gesto de asomarte a la ventana. Es como una tregua que nos da el verano, con su oscilación caprichosa de grados, sus variedades de vientos que nos visitan y sus tormentas repentinas en contraposición a las olas de calor que también lo caracterizan. El verano, que es así, que nos desquicia y desvía nuestras reacciones y comportamientos habituales. ¡Anda que no se han producido actos delictivos, y suicidios y asesinatos en épocas estivales! Y me diréis que en invierno también, o en cualquier otra estación del año, pero en el verano se registran esos casos como más irracionales, con menos justificación -y no es que haya que justificar los actos violentos-. En los días de calor más fuerte es cuando más se puede perder el autocontrol, y esto, en el caso de personas con alteraciones de la conducta o con problemas de fondo, es un pistoletazo de salida para hacer saltar por los aires cualquier reacción violenta o desquiciada.
¡Se agradece tanto, tanto que aparezca este oasis de fresquito, en medio del desierto de varios días vorazmente calurosos! Este cambio ayuda a estabilizar la temperatura y el volumen corporal, y también las emociones y los desquicies, y sobre todo es sano para cuerpo y mente, para las plantas y animales, y para la naturaleza en general. Hay que aprovecharlo, como el viento cuando sopla a favor, porque cuando menos se espera de nuevo se produce la oscilación y volvemos a ser presa de otro pico de calor extremo.
©María José Gómez Fernández
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