domingo, 1 de noviembre de 2020

Una historia de terror. N.N. – Día 232, 1 de noviembre

Todavía hay quien se empeña hoy día en que le cuenten una historia de miedo sin percatarse de que está imbuido en una auténtica historia de terror que podría relatar al calor de un fuego, o a la luz de una vela, ahora o dentro de un tiempo.

La historia a la que me refiero comenzó a finales de diciembre de 2019, sí, es reciente, actual, como la vida misma, el presente y el ahora. Cuentan las crónicas que en Wuham, capital de la provincia de Hubei, en la China central, se detectó un virus desconocido hasta entonces, al que los científicos atribuyen un origen animal pero mutado en la especie humana. El invisible enemigo comenzó a pasar de una persona a otra a través del aire, de las gotículas de saliva, y a través de las superficies de los objetos, por el tacto. Cuando medio mundo lo creía lejano, y tras causar muchísimas muertes y miles de contagios, el virus siguió avanzando, y sin que nadie pudiera verlo, de persona en persona empezó a introducirse en otros países, cercanos y no tan cercanos a China, y esto era porque el mundo estaba globalizado, hiperconectado, no solo a través de las telecomunicaciones sino también mediante los viajes, de placer, de negocio, que se habían convertido en algo imprescindible para una enorme parte de la humanidad, de forma que de una parte, el viaje era como una terapia antiestrés, como un premio a las interminables horas de trabajo, pero también de otra parte, el viaje era como un signo de identidad social, de modo que otorgaba importancia y prestigio al que lo realizaba y relegaba al olvido y ostracismo social al que no.

Pero centrémonos en lo que nos ocupa, y es que el virus se propagó por el mundo entero, utilizando a las personas para viajar de una a otra, de una ciudad a otra, de un país a otro, por todos los continentes. Tanto se propagó que el invisible virus se comenzó a tratar como pandemia por la OMS. Los gobiernos de los distintos países empezaron a tomar medidas más o menos acertadas, más o menos rápidas, pero siempre parecían quedarse cortas para unos, largas y perjudiciales para otros. Hubo gobiernos que se tomaron lo del virus a chanza y no tomaron medida alguna a pesar de que la población lo pedía; curiosamente alguno de estos gobernantes fue presa del COVID-19 o coronavirus, como fue denominado por la comunidad científica.

Las reacciones entre la población no se hicieron esperar y se produjeron a nivel mundial posicionamientos en los extremos ideológicos y políticos, de la derecha e izquierda; los políticos en todo el mundo también estaban enfrentados, salvo en algunos países como Portugal, donde supieron dejar a un lado las diferencias de pensamiento teórico para abordar el problema principal: la salud de las personas. Otros países se fijaban en este como modelo pero por lo general el desconcierto reinaba por doquier. La población se enfrentó: racismo y xenofobia se acentuaron, la desigualdad entre pobres y ricos se marcó aún más, los de izquierda vomitaban sobre los de derecha y los de derecha defecaban sobre los de izquierda, también se hicieron más visibles los negacionistas, esos que por defecto negaban la existencia del virus y consideraban todo lo que estaba ocurriendo como una manipulación del capitalismo, de la política, en fin.

El caos del atacante invisible se hacía palpable: el mundo se cubrió de enfermedad, miseria, desigualdad y muerte, junto con desconcierto, miedo, impotencia, inseguridad, revueltas, vandalismo. Los sistemas económicos, sanitarios y hasta políticos también enfermaron y se tambaleaban reinando la incertidumbre y la desconfianza entre todas las personas. Una sociedad afincada en la inmediatez no daba crédito a que no se pudiera disponer de una vacuna y un tratamiento eficaces a pesar de que ya habían transcurrido meses desde que el virus dio la cara. Nadie quería ni podía entender que la investigación científica necesita tiempo para conocer a qué se enfrenta, analizar qué tiene que combatir, cómo se comporta, a qué reacciona; y tampoco nadie quería ni podía entender que la investigación científica requiere medios humanos, económicos y de infraestructura para su desarrollo, así que la gente, en general, dejó de confiar en los científicos, en los médicos y en todo lo relacionado con la salud y sus sistemas, que además empezaban a estar heridos de muerte.

Es seguro que se encontrará un tratamiento y una vacuna. Aún queda algo de tiempo, impreciso, por delante para conseguirlo, y entre tanto, esta historia que podré terminar de contar algún día, se detiene aquí. Solo puedo decir que si este relato no te produce terror es que no tienes sentimientos, estás inmunizado por tanta historia de ficción que has podido ver en el cine y en televisión, pero lo cierto es que es para sentir terror, y respeto: algo invisible, desconocido, ha sido capaz de poner patas arriba todo el orden mundial hasta ahora establecido, tendremos que aprender a convivir con este virus porque ha venido para quedarse y mutar, tendremos que ser responsables individualmente para evitar su propagación; recuerda que esto no ha hecho más que empezar, y no sabemos cómo ni cuándo terminará esta historia, si es que realmente termina algún día...

©María José Gómez Fernández

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