Perfectamente identificada con tu artículo, Rosa. Un miedo impotente que nos deja o impasibles y entregados a lo que el azar quiera hacer con nosotros, o bien nos encoleriza y nos hace enfrentarnos irracionalmente, como un animal que se revuelve contra lo que considera un ataque.
No sabemos cómo reaccionaremos dentro de dos días, una semana, un mes, o la próxima vez que notemos que el cerco se estrecha sobre nosotros, y por eso es muy importante no perder esa luz interior que nos guíe, la voz de la madre, la sensatez y la cordura.
No sé si es una madre, pero es la voz que retumba en mi interior, la inercia para seguir -entre la cual te encuentras como faro guía y te has encontrado durante todos estos meses de confinamiento, desescalada, nueva normalidad, segunda ola-: escribir, leer, escucharte, vivir el momento, vivir el día a día, combatiendo la desesperación y la tristeza con el instante regalado, con las personas que nos quieren, haciendo lo que nos llene y dejando para luego las obligaciones no esenciales, regalándonos el capricho de hacer algo que nos plazca, permitiéndonos ser un poco traviesos y malos, como en los tiempos de la infancia. Y aún así, es normal que en algún momento sintamos amor, sintamos miedo.
©María José Gómez Fernández
Originalmente publicado en El Doblao del Arte.
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