miércoles, 4 de noviembre de 2020

Espejos. N.N. – Día 235, 4 de noviembre

Mirarse en el espejo todos los días, puede y debe ser un ejercicio estético y preventivo.



Tras los espejos

los caballos rojos y las ruedas

de los carruajes sin tiro

se alzan por el éter sin alas;

los colibríes acechan a los buitres,

las palomas devoran a los hombres.


Tras los espejos

las palmas de los asesinos

nunca se manchan de sangre

y los hombres se revuelcan

en orgías cromáticas,

y no van al trabajo.


Tras los espejos

la esperanza verde es más verde,

más intensa, más desconocida.



En el espejo

las figuras se retuercen,

se quejan de su aspecto;

molestan las arrugas

y el paso de los años

se rechaza, se odia,

se disimula con histeria.


En el espejo

los días tienen 24 horas

y el sueño no se advierte;

se vive con la mirada fija,

inconsolable e ingrata,

mientras se reproducen

fielmente los perfiles.


En el espejo…



Ante el espejo

la realidad es cruda

y los cándidos se asoman:

hay que luchar y vivir

en medio de mil gentes

que se pisan por billetes.


Ante el espejo

el mundo entero se acicala

para aparentar ante el mundo entero;

los cuerpos tienen consistencia

y los ojos lánguidos

se muerden las lágrimas.


Ante el espejo

nadie está conforme con lo suyo

y cualquier pretexto es válido

entre tanta mentira escarpada.



Fuera del espejo,

lejos de todo lo que sea capaz de reflejar,

el asco y la mediocridad

se huelen y avanzan.


Y fuera del espejo,

el gesto despista al gesto.

Mil ademanes distintos,

mil cuerpos que se arrastran

quisieran encontrar algún día

la cálida esfera con que sueña

un hombre.


Y fuera del espejo

la envidia se mata,

el hombre llora, no se acepta,

las ratas pueblan las cañerías,

las cucharachas pululan

por las casas.



©María José Gómez Fernández. Esto lo escribí hace ya tiempo, con menos de 24 años.


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