Mirarse en el espejo todos los días, puede y debe ser un ejercicio estético y preventivo.
Tras los espejos
los caballos rojos y las ruedas
de los carruajes sin tiro
se alzan por el éter sin alas;
los colibríes acechan a los buitres,
las palomas devoran a los hombres.
Tras los espejos
las palmas de los asesinos
nunca se manchan de sangre
y los hombres se revuelcan
en orgías cromáticas,
y no van al trabajo.
Tras los espejos
la esperanza verde es más verde,
más intensa, más desconocida.
En el espejo
las figuras se retuercen,
se quejan de su aspecto;
molestan las arrugas
y el paso de los años
se rechaza, se odia,
se disimula con histeria.
En el espejo
los días tienen 24 horas
y el sueño no se advierte;
se vive con la mirada fija,
inconsolable e ingrata,
mientras se reproducen
fielmente los perfiles.
En el espejo…
Ante el espejo
la realidad es cruda
y los cándidos se asoman:
hay que luchar y vivir
en medio de mil gentes
que se pisan por billetes.
Ante el espejo
el mundo entero se acicala
para aparentar ante el mundo entero;
los cuerpos tienen consistencia
y los ojos lánguidos
se muerden las lágrimas.
Ante el espejo
nadie está conforme con lo suyo
y cualquier pretexto es válido
entre tanta mentira escarpada.
Fuera del espejo,
lejos de todo lo que sea capaz de reflejar,
el asco y la mediocridad
se huelen y avanzan.
Y fuera del espejo,
el gesto despista al gesto.
Mil ademanes distintos,
mil cuerpos que se arrastran
quisieran encontrar algún día
la cálida esfera con que sueña
un hombre.
Y fuera del espejo
la envidia se mata,
el hombre llora, no se acepta,
las ratas pueblan las cañerías,
las cucharachas pululan
por las casas.
©María José Gómez Fernández. Esto lo escribí hace ya tiempo, con menos de 24 años.
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