Qué liviana cadencia sofocando espacios
se me aparece de pronto y se vuelve de espaldas
mostrando su peso inaparente, y su carga
como un insoportable deseo incumplido,
que retuerce la boca y rechina los dientes,
colocando en las piedras de las calles más viejas
resortes diversos con sombras difuminadas,
capaces de atacar a cualquier transeúnte que pasa.
Qué sensación inflamada; un tenedor a su suerte,
abandonado hacia el centro de cualquier fregadero,
caería pronto, sin duda, y cuánto ruido al caer,
con esos restos de desperdicio comestible, chupado,
tiene marcas de la lengua que acaba de lamerlo
para saborear su último contenido de huevo,
o de pescado, o de otros varios pegajosos.
Y hacia el centro del fregadero el tenedor quieto.
Cuánta cosa cotidiana puede aglutinarse sin más
ante nuestras miradas indiferentes de tanto ver
lo mismo siempre; y sin embargo hay alguien
que se detiene a observar esos ínfimos detalles
tendentes a pasar desapercibidos, como el pelo
enroscado en un grifo del lavabo propio, a veces
lagrimoso, como viejos borrachos que beben
hasta llegar a descolgarse por las últimas esquinas de la noche.
©María José Gómez Fernández. Con menos de 24 años.
Publicado originalmente en El Doblao del Arte.
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