lunes, 20 de diciembre de 2021

Mujer en la ventana



Nadie sabe con certeza si nació de una mujer o cayó de una estrella. Desde que llegó fue una niña querida; de tez clara, fina y delicada, con grandes y frondosas pestañas que abanicaban en cada parpadeo, y con una una sonrisa amplia y enigmática, se podría decir hechizante. Todo el conjunto de su rostro junto a su constitución física hacían de ella una hermosa mujer, que al llegar a los dieciocho años despertaba pasiones, levantaba miradas a su paso, y sin pretenderlo, hacía que se clavaran en ella, hasta que un día, una de esas miradas y su dueño se quedaron envolviéndola.

Tuvieron ocasión de presentarse, hablarse, conocerse un poco, conocerse mejor, intimar, romperse las ropas, entregarse a los brazos del otro, abrir su corazón, amarse sin ambages. El dueño de su alma, de sus días y sus noches tuvo que partir por trabajo durante unos días. Nos vemos el jueves, le dijo él. Pero nunca sucedió tal cosa porque el vuelo que debía traerlo de regreso sufrió un accidente mortal a causa de un fallo en uno de los motores.

Ella no podía admitir que no volverían a verse. Otras personas quisieron consolarla, pero nadie lo igualaba, y ella tampoco se fijaba en nadie. Empezó a cerrarse a la vida, hasta que decidió encerrarse en casa. Su amor roto era tan patente que somatizó el sentimiento, y comenzó a inflamarse por el vientre, las caderas, los muslos; después le crecieron el torso, las extremidades, y la inflamación se fue extendiendo a más partes del cuerpo.

Su cuerpo creció y creció, tanto que se tornó grande, gigante, enorme. Como no salía de su casa, todo el proceso de extraordinario crecimiento se desarrolló dentro de aquellas paredes. Lloraba día y noche por su amor perdido y por sus propias dimensiones, y con cada lágrima notaba que crecía más y más, hasta el punto de que un buen día casi fue incapaz de girarse ni de moverse por las estancias de la casa.

Aquella última noche, la luna llena brillaba en el cielo de forma especial. Alcanzó a asomarse por una de las ventanas para tomar aire, y al ver la luna, sintió que se le iban las fuerzas y que era incapaz de continuar batallando con aquel fenómeno sobrenatural que estaba provocando ese crecimiento desmesurado. Emocionada por la belleza y la luz de la luna, hizo lo posible por tocarla, y así, consiguió sacar una de sus manos por una ventana, pero no pudo tocar la luna.

La noche se fue apagando y con ella el refulgir de la luna llena, pero también se detuvo su crecimiento, el latido de su corazón, e igualmente se apagó su vida. Desde el día siguiente, la gente que la veía al pasar bajo la casa quedaba estupefacta y prendada. La luz de la luna se había quedado fijada en su rostro y en la mano que había sacado para tocarla, que también semejaban la textura de una roca lunar.

Desde entonces, todas las miradas se levantan para contemplarla, quieta y pétrea en esas dos ventanas de la casa que nadie ha vuelto abrir, a pisar ni a habitar.

Hay quien dice, que algún día con noche de luna llena, la mujer podría volver a la vida, pero hasta entonces, lo creas o no, ahí está.

Fantasía a partir de la imagen.

©Aji ~ ©María José Gómez Fernández

Originalmente publicada en El Doblao del Arte.

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