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lunes, 19 de febrero de 2018

Un pulso al sonido

Desde el despertador por la mañana hasta acoplarse en la cama al acostarse por la noche.
Ni en sueños es posible conseguir el famoso silencio sepulcral; siempre se rompe por algo que chirría, cruje, suena, o por alguien que habla, grita, ríe, llora en nuestro sueño.

Dicen que en el espacio estelar sí existe, aunque también ha leído que en el espacio hay sonidos. Así que ha llegado a la conclusión de que no existe el silencio absoluto igual que la felicidad o la desdicha absoluta no existen, son fragmentos, instantes; los tiene el desierto, el cielo, el mar, los bosques y los árboles, los animales, las personas en sus relaciones, la búsqueda de información infructuosa, la justicia si no responde, la intimidad de la soledad, la penumbra, el pensamiento.
Pero hoy Mariana lo necesitaba y mucho, aunque también lo temía.

El médico calló durante unos segundos, antes de darle la noticia que no quería escuchar; ella calló también, y no lo apremió para que le hablara porque intuía que el mensaje no sería nada bueno.
Después necesitaría estar sola para asimilar y madurarlo en silencio.

Transitar por la ciudad no la ayudaba porque está llena de ruidos, incluso de noche: sirenas de policía, bomberos, ambulancias; griterío de gente que pasa, de niños que juegan ya tarde; ruedas y pisadas en el asfalto.
Al llegar a casa no necesitó las palabras para decírselo a Julián, y lo agradeció. La fortaleza de su amor y su complicidad hicieron posible que la comunicación se entablara con un abrazo, las manos agarradas, miradas y un beso de ternura y comprensión.

©Martin Vorel, libre de derechos

Juntos se acercaron a la cuna de Laura, que dormía plácida abrazada a su cerdito de peluche. Tendrían que buscar un modo de impedir que su vida estuviera dominada por indefinidos momentos de silencio. Le pondrían un audífono, más adelante aprenderían el lenguaje de signos junto a ella . Pero ¿hacían bien en negarle su natural forma de escuchar los sonidos, mediante las luces o las vibraciones?. Su instinto les decía que debían ofrecerle la posibilidad de experimentar el sentido del oído para luego apreciar los silencios, al menos como ellos los conocían. No querían que se perdiera los silencios de las audiciones literarias ni los de la música porque, conocerlos, haría que valorara sus hermosos y variados sonidos.
¿Les reprocharía alguna vez su decisión? Tendrían que arriesgarse y combatir para vencer al silencio.

©María José Gómez Fernández

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