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lunes, 21 de diciembre de 2020

No todas las casas son un hogar. N.N. – Día 282, 21 de diciembre

Carla mira por la ventana mientras la lluvia cae insistente. Se pregunta cuántas luces en cada casa albergan realmente un hogar o solo un lugar donde vivir. Prefiere no mirar hacia adentro; ya sabe lo que hay: la puerta de su habitación cerrada, las discusiones intermitentes, vocerío desacompasado y en altibajos para evidenciar quién cree tener la razón, acompañado de pasos y zancadas a lo largo del pasillo, portazos inesperados; los auriculares para amortiguar esos ruidos, el móvil cerca para comunicarse con sus amigas y amigos a los que no cuenta lo que ocurre; el ordenador encendido y el trabajo de Historia sin terminar porque es incapaz de escribir dos líneas -aunque debe terminarlo para mañana; lo acabará de noche o cuando el temporal amaine-. Dormita de día y en clase procura pasar desapercibida.
Carla quiere estudiar en la universidad pero hoy día es todo incierto, no sabe si superará el bachiller y la selectividad; el entorno y los medios económicos no favorecen la concentración ni el estudio y con la situación de confinamiento es imposible ir a estudiar a casa de Mariel o de Inma como solía.

Por la ventana imagina que el mundo es mejor ahí afuera, sabe que no, pero eso la consuela y le ofrece un remanso de paz para seguir con su trabajo de Historia.
Para historia la suya. Esto ya no es un hogar ¿Por qué tienen que aguantar a ese gañán que tienen por padre? ¿Desde cuándo su madre, ella y su hermano se convirtieron en víctimas?
Acontecimientos acumulados, no ha sido de golpe: sus bajas frecuentes por ansiedad y depresión, la reestructuración de personal de su empresa, su entrega fácil a la bebida, su desinterés por las responsabilidades; le sobrábamos todos, empezó a burlarse de mi madre, de nosotros, se reía en nuestra cara; nos faltaba al respeto primero, después vinieron las bofetadas, los castigos, las palizas a mi madre.

No, Carla, sigue con la Segunda República, cuando finalice habrás terminado el trabajo, no tienes que entrar en la Guerra Civil. Solo falta un párrafo más, favorecida su redacción por el extraño pero agradable silencio que llega desde detrás de la puerta. El trabajo está acabado. De pronto, un golpe seco, un portazo. Carla acude, su madre se desangra en la cocina. Avisa al 061. Abraza y consuela a su hermano pequeño. Entre lágrimas llama a la policía. La guerra ha estallado.

©María José Gómez Fernández

Con este #relatosHogar participo en la convocatoria de diciembre de @divagacionistas


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