Mostrando entradas con la etiqueta Fernando Gómez Ceballos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Fernando Gómez Ceballos. Mostrar todas las entradas

domingo, 18 de octubre de 2020

El pueblo adentro


Fotografía ©María José Fernández Arias, todos los derechos reservados.

                  
– Ahora ya podemos contar. Desde aquí son cuatro curvas. ¡Venga!. ¡Una, dos, tres y cuatro!.

            Mamá nos animaba a contar cuando ya estábamos un poco cansados y patosos después de cuatro horas de viaje en automóvil. El vaivén hacia derecha e izquierda, con cada movimiento del coche, provocaba que los cuatro niños nos agolpáramos en el asiento trasero unos contra otros, y en efecto, al contar la cuarta curva se dejaba ver el castillo en toda su magnitud, majestuoso, en la cima de la montaña que alberga la Gruta. El castillo, que se dibuja sobre el cielo de la sierra, con su muralla y su torreón, con su campanario aporticado. Y el pueblo a los pies. Parece una estampa medieval, tomada de algún álbum antiguo.

        Esa primera impresión se ha quedado grabada para siempre en mi subconsciente y es la que acude a mi recuerdo automáticamente cada vez que pienso en Aracena.

Se me viene a la cabeza la última vez que sentí el pueblo tan cerca, gracias a tus palabras, a tu referente, porque te oía hablar y me hacías ver tu pueblo; tenías la capacidad de describir tan bien con la palabra como lo hacías con tus dibujos de carboncillo. Estoy a los pies de tu cama en el hospital, escuchando cómo resumes tu vida, y maldiciendo no tener más grabadora que lo que mi memoria pueda retener. Hablas de tu niñez por las calles de ese, tu pueblo, al que sabes que ya no vas a volver; de tu juventud y de las veces que has tenido que abandonarlo, para volver tantas y tantas veces, de niño, de joven y en la madurez; al que has vuelto para lo bueno y para lo malo, para celebrar y compartir momentos increíbles y para llorar y despedir a algunos seres queridos. Ahora, y hace once años, cuando te fuiste, ya el pueblo había cambiado mucho respecto al que viviste y conociste en otros tiempos, pero sigues llevando el pueblo bien adentro, el amor por sus calles empedradas, por sus rincones y alrededores, por su gastronomía y la naturaleza que lo rodea, el amor por su gente y su talante servicial, llano y sencillo, como el tuyo. Y cuando te vayas el pueblo quedará dentro de mí, porque mamá también me lo trae a la memoria muchas veces, y, porque desde los pies de tu cama, escuchándote -ignoro cuándo, pero intuyo cercana tu partida-, me lo inyectas gota a gota, como te inyectan a ti la medicación vía gotero.

Te escucho embelesada, no quiero que ni el vuelo de una mosca te interrumpa. Cuentas cómo te quedaste sin padre con cinco años, y lo difícil que se volvió la vida desde entonces, y que los nacionales os despojaron del ultramarinos, de los camiones y de la casa. Por un chivatazo de algún vecino, tu padre y tu tío fueron delatados como rojos indeseables (secretario de la Casa del Pueblo y concejal del Ayuntamiento, respectivamente); por salvar sus vidas, escaparon hacia Portugal pero fueron apresados en el Rosal de la Frontera, y de ahí devueltos a Aracena. Ingresaron en la cárcel y ya no vieron el alba. El carcelero, amigo, le permitió al abuelo escribir una carta para la abuela; una cuartilla a lápiz llena de cariñosas y sinceras palabras de inevitable despedida para la que aún era su amor y para los nueve hijos que dejaba -la única vez que he tenido esa carta en las manos confieso que he llorado de rabia-. El libro de entradas y salidas de la cárcel de Aracena solo recoge junto al nombre del abuelo la fecha de entrada, la de salida y la aclaración “salió”. La vida cambió para vosotros después. Hermanos repartidos entre familiares y benefactores. Hablas de cómo veíais los encierros de los toros desde tu casa, cercana a la pequeña plaza de toros, y que tu madre, la abuela Paula, no mostraba miedo alguno, al contrario que otras vecinas. Cuentas cómo, una noche de Reyes, cuando fuiste a comprar pan, te cogieron en brazos, te pintaron la cara de negro y te subieron a la carroza del Rey Baltasar, y cómo tu madre quedó estupefacta cuando la saludaste desde el cortejo al pasar por la puerta de vuestra casa -ya estaba preocupada por tu tardanza-. Tus salidas por los campos con los amigos, buscando pajarillos hasta el anochecer, regresando por las cuestas de Marimateos. La oportunidad que tuviste de acudir a estudiar a los Salesianos a Sevilla, interno, aprovechando que tu hermano Miguel se escapó porque no quería estudiar. Aunque echabas en falta el pueblo por las largas ausencias, obtuviste unas calificaciones brillantísimas. Pocos años después te fuiste de nuevo para hacer el servicio militar en el Valle de Arán, otra posibilidad de conocer un poco de mundo y otro regreso al pueblo que te corría por dentro. Conociste a la chica más guapa y elegante de Aracena, mamá, discreta modista que se enamoró igualmente de ti, pero el destino quiso que mantuvierais un largo noviazgo por carta, ya que pronto marchaste a trabajar a Barcelona. En uno de tus regresos mamá y tú os casasteis y, de nuevo, os fuisteis llevando el pueblo muy adentro. Cada dos años volvíais en vacaciones y abrazabais a los amigos, a los familiares, os llenabais los pulmones del aire de la sierra, recargando las baterías de identidad y raíces; aunque cambiara vuestro lugar de residencia, siempre volvíais al pueblo, y una vez afincados en Cádiz, donde yo nací, íbamos una vez al mes.

Desde los pies de la cama del hospital me impregnaste del pueblo, de la Loli, la vecina, de Manolao, el barrendero, de mis primos y mis tíos; me llenaste de la ribera, de castañas, de sierra, corcho, encinas, bellotas, cerros y noches plagadas de estrellas, de la Gruta, de “La Julianita”, del Castillo, de la Iglesia del Mayor Dolor, del Paseo de Aracena… Ahora, aunque ya no estás, yo te sigo llevando muy adentro, tanto como a tu querido pueblo.


©María José Gómez Fernández


Publicado originalmente en El Doblao del Arte.


Relato participante en Concurso de Historias Rurales de Zenda Libros, Concurso #historiasrurales.

jueves, 11 de junio de 2020

Carta a Mi Querido Pirata. Fase 3 – Día 88, referido al 10 de junio

Mi querido Pirata:

Estamos bien, a pesar de lo que ha caído y los que han caído en estos últimos meses a causa de este virus nuevo que se ha adueñado de la humanidad y la ha manejado a su antojo: el COVID-19, también llamado Coronavirus. Mamá está bien, un poco temerosa por salir a la calle pero también con ganas de hacerlo, a sus cuatro gestiones, que tampoco quiere más, pero siente un poco como de miedo y mucho respeto porque el puñetero virus sigue ahí. Tiene momentos en los que se viene un poco abajo de ánimos pero procuramos levantárselos entre unos y otros. Los demás estamos bien. Creo que hemos aguantado este tirón con bastante entereza a pesar de que para algunos han sobrevenido dificultades diarias por la naturaleza de su trabajo en la calle o en medio hospitalario, pero estamos bien, y también a pesar de los vuelcos que nos ha dado la vida a más de uno.
No sé cómo habrías afrontado tú el confinamiento, te habrías puesto a hacer deporte en casa porque no habrías podido salir a caminar a las salinas ni a la playa y, con seguridad, te habrías puesto de mal humor, pero eso son suposiciones, porque también habrías hecho gala de ese sentido común tan característico tuyo y puede que hubieras resuelto bien la situación. Ya hace bastantes días que estarías saliendo a caminar y a alguna gestión porque cada vez hay más normalidad instaurada, en ocasiones yo diría que más de la que debería, porque mucha gente parece haber olvidado dónde hemos pasado los últimos meses, más concretamente desde el 14 de marzo pasado.
Mi querido Pirata, mi querido padre, papá. Te recuerdo todos los días, pero hoy, hoy 10 de junio, te recuerdo de una forma especial, y puede que hasta más dolorosa. Hace 11 años que te fuiste para siempre en un día como hoy, además coincide que cuadra exactamente igual que en el calendario de 2009, un miércoles, y justo al día siguiente, como en aquel año, era festivo por celebrarse el Corpus Christi. Este año 2020, se repite el mismo esquema de semana que en 2009 y vuelve a coincidir exacto tal y como fue. Tu vida se apagó inevitable e inesperadamente un día como hoy en torno a las 13:15 horas. Esa mañana yo había hablado contigo por teléfono antes de tu visita al médico para la revisión que tenías. Te había visto justo el fin de semana anterior, y te noté todos esos días un poco entre apagado y enfadado, no conmigo, sino tal vez con el tiempo, que ya notabas que se iba entre los dedos, quién sabe, solo tú. Me chocó un poco, y me preocupó bastante, que durante el domingo anterior cuando nos vimos insistieras en darme instrucciones precisas, disponiendo cosas, gestiones, diciéndome que me llevara tales libros para mi hijo mayor, que tu chaqueta de punto era para mí porque me quedaba muy bien -recuerdo que me la prestabas cuando hacía fresco y yo no me había llevado nada que ponerme por encima-. Me chocó que insistieras en disponer tanto, que me dieras indicaciones de dónde estaban papeles, recibos, o qué hacer con unas cuestiones bancarias. Te repetía, anda papá, no me digas todo eso que no hace falta, con que lo sepas tú. Y te ponías muy serio, un poco alterado, me decías que callara y te escuchara porque era importante y te costaba trabajo hablar. Es verdad, la miastenia te estaba afectando en esos días mucho y tenías dificultad para hablar, para tragar y tenías problemas con la visión, lo que se veía claramente en el único ojo que mostrabas porque el otro, que estaba peor lo mantenías tapado con un parche, y por eso, como tú bien sabes, yo te decía cariñosamente "¡ey, mi pirata!".
Unos días después, el miércoles 10 de junio, en torno a las 14:00 horas, me sorprendió mucho recibir una llamada de mi hermano Juan Carlos. Me resistía a descolgar, sabía que esa llamada no iba a transmitirme ninguna buena, lo intuía así y no me equivoqué. Le costó trabajo comenzar a intentar decir lo que había ocurrido, ya inevitable, y yo lo ayudé a terminar; estaba destrozado mientras me hablaba, destrozado y nervioso y muy afectado, porque tuvo que estar ahí mientras sucedía todo el proceso de tu partida. Menos mal que no estuvo solo, porque también estuvo mi hermana, y claro está mamá, que también estuvo imaginando todo ese tiempo lo que sucedía al otro lado de la puerta mientras él procuraba calmarla.
Mi querido pirata, mi querido papá. Ese día a las 17:00 horas yo ya estaba en el tanatorio donde te acompañaríamos hasta el día siguiente en tu último viaje hasta el mancomunado de Chiclana para tu incineración. Cuánto dolor todo el tiempo. Se hizo todo más largo porque tuvimos que volver de nuevo ese viernes para recoger tus cenizas y depositarlas en el cenicero del cementerio; un paseo callado que hicimos todos juntos portando tu urna por turnos, siempre con mamá. Allí sigue lo que materialmente quedó de ti, en medio de unos preciosos jardines, con árboles y pájaros y un pequeño lago artificial.
Nosotros aquí seguimos, once años más viejos, once años sin olvidarte y, en mi caso, hablándote desde mis adentros. Continuamos levantando nuestro día a día, equivocándonos y acertando, cayendo y superándonos. Y como estás en cualquier parte, desde donde quiera que estés, espero que te sientas orgulloso. Te seguiría diciendo, pero el resto me lo guardo para mí, y como suelo hacer, te lo diré en privado.
Aquí seguimos, mi querido Pirata, aquí estamos.

©María José Gómez Fernández

Publicado originalmente en El Doblao del Arte.

sábado, 12 de agosto de 2017

Vuela entre las estrellas

Descuelgo cada recuerdo
y lo contemplo
embobada,
reviviendo instantes
con preciso detalle.

Imposible volver atrás
a no ser con recuerdos,
que se irán y vendrán
como las olas del mar.

Me quedo con lo vivido,
con las conversaciones
que mantuvimos.
Me quedo con tus consejos
ofrecidos como opiniones.
Me quedo con tu amor a la vida,
con tu carácter conciliador,
con tu cálida sonrisa
y con el timbre de tu voz.

De día te imagino
en los pájaros
que se posan y vuelan,
observándome inquietos.

Cada noche pienso
que estás flotando
en una de esas estrellas
y cuidando de mí.

Vuela alto y firme,
vuela entre las estrellas.

©María José Gómez Fernández
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...