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miércoles, 8 de enero de 2020

Simeón, otra oportunidad de vida


Hace ya 4 años de estas fotografías. Simeón tiene hoy 4 años y medio, sigue con nosotros. Cuando llegó a nuestras vidas tenía 1 mes y medio, según confirmó al día siguiente su veterinario. Al parecer, el veterinario determinó que había nacido el 14 o 15 de julio de 2015. Nosotros celebramos su cumpleperro feliz el 14 de julio que mola más.
Era y es un perrito cariñoso pero al que no le gustaba mucho que le hicieran excesivas carantoñas y tampoco que le invadieran su espacio. Era y sigue siendo temeroso, a saber qué experiencias tuvo en ese mes y medio de vida antes de formar parte de nuestra casa y nuestras vidas.
Cuando llegan fechas como las que acabamos de pasar sufre bastante por los petardos, cohetes y fuegos artificiales que cerca de casa son extremadamente brutales y pueden prolongarse, sin exagerar, hasta casi las seis de la madrugada, sobre todo en fin de año.
Toma a diario dos pastillas de componentes naturales: una para elevar sus niveles de serotonina y otra para mantenerlos altos y esto le ayuda a sobrellevar sus miedos hacia elementos del entorno.
Padeció con dos años otitis y desde entonces, para evitarle suministro de antibióticos de forma sistemática debe acudir al veterinario dos veces por semana para limpiar sus oídos, y sí, debe ser el veterinario quien le haga esta limpieza porque de su mano es de la única que accede a ser tratado; lo adora y adora ir a su consulta aunque preferentemente está más cómodo cuando no hay ningún otro perro porque eso le produce ansiedad.
No comprendemos qué le ocurre con otros perros para que le causen miedo y ansiedad porque desde siempre se ha relacionado y jugado con ellos pero nunca ha querido permanecer en grupos medio numerosos de canes y se ha apartado con prudencia.
Cuento todo esto y podría contar otras cosas más porque igual, otros humanos ya habrían tirado la toalla con un perro así, pero nosotros seguimos a su lado, procuramos que se sienta bien, que sus días sean lo mejor posible para él y que se encuentre en casa como uno más de la familia.
Nos ha cambiado la vida, en un sentido porque tenemos que dedicarle más atenciones y cuidados, en otro sentido porque nos da cariño y se preocupa por nosotros cuando nos ve mal, y por último, porque se ha hecho un hueco en nuestro día a día y en nuestros corazones que será difícil de llenar el día que deje de acompañarnos. Pero hoy por hoy, ahí está Simeón, nos quiere y lo queremos.


Imágenes, ©María José Gómez Fernández, todos los derechos reservados.

lunes, 26 de noviembre de 2018

De nuevo, una familia


La boda no era mal lugar para encontrarse. Acudiría poca gente, algo privado, algunos amigos y algún familiar pero volverían a verse casi todos los hermanos, al menos tres de los cuatro. Desde que conoció el acontecimiento, además de alegrarse por la felicidad de los contrayentes, comenzó a sentir un cierto nerviosismo abonado, sobre todo, por la incógnita que suponía el momento en que coincidieran los hermanos y cómo se desarrollaría esa frugal convivencia; se preguntaba si habría normalidad con tensiones, si saltarían chispas y se desataría la indeseada tempestad, o bien si la normalidad se acompañaría de serena armonía y bienestar anhelado. Imposible saberlo hasta que se presentara el primer instante. Para aplacarse se acomodaba en agradables recuerdos rescatados de tiempos pasados, de hace años, cuando reinaba una cordial fraternidad natural, no fingida ni buscada. Sacó de la billetera la fotografía de la casa de su hermana en el campo: la hizo una tarde de otoño hace más de veinte años; en la imagen solo se veía el jardín, un trozo del porche de la casa, unas sillas vacías, juguetes sobre la hierba y ninguna persona, porque todos estaban dentro, junto a la chimenea, excepto ella, que había salido a fumar un cigarrillo y a tomar unas fotografías del hermoso cielo al atardecer. Ese día fue perfecto, de esos que se quedan grabados para siempre y gusta recordar. Desde el jardín se oía la animada conversación, las risas de unos y otros, las voces de los niños enfrascados en su juego. Habían pasado todo el día juntos, cocinando y comiendo, bebiendo y charlando, riendo y cantando, jugando a cartas, haciendo bromas, desenfadados, relajados y ya casi tocaba marchar cada cual a su casa. Esa fotografía la guardaba junto con los papeles y documentos importantes en su cartera, en un compartimento junto a los billetes, y en los últimos años habían sido muchas las veces que la había mirado, siempre con un sentimiento de tiempo pasado que jamás volverá pero con el deseo ferviente de que pudiera repetirse aunque fuera unos instantes, porque lo necesitaba.

En la boda de su hermano se produjo algo casi mágico y ese deseo de tanto tiempo se hizo realidad; volvieron a ser los hermanos que fueron antaño, el padre ausente fue recordado, la madre sonreía relajada y feliz, cantaron y rieron; impremeditado reencuentro que los hizo sentir que volvían a ser una familia.

©65294, libre de derechos.


©María José Gómez Fernández
Con este relato participo en la convocatoria #relatosReencuentro de @divagacionistas para noviembre 2018.

Publicado en @divagacionistas.


sábado, 22 de julio de 2017

Falsos lazos de familia

Desde antes de nacer estamos predestinados a formar parte de una familia por razón de parentesco, pero no siempre el lazo de la sangre es el auténtico vínculo que nos identifica con todos o algunos de los miembros de esa familia a la que, queramos o no, vamos a pertenecer siempre.

El transcurrir de acontecimientos y vivencias con diferentes miembros de nuestra familia nos lleva a tomar determinaciones drásticas respecto a la modificación e incluso ruptura de la relación que nos une con esas personas. Y es algo que no se puede evitar, que no hay que entrar a criticar y que no se debe juzgar por el resto de familiares. Es muy frecuente, en casos de ruptura entre miembros, que unos reafirmen su posicionamiento junto a unos, y por consiguiente, frente a otros. Esto es algo habitual y se podría decir que natural del ser humano.



Lo que no es comprensible bajo ningún punto de vista desde el que se mire es, que por romper relaciones con un determinado miembro, se opte por romper también relaciones con otros, que sin haberse posicionado en contra del que rompe se encuentran cercanos al círculo del familiar no deseado.

Romper con terceros familiares, con los que no ha habido enfrentamiento, ni siquiera mínima explicación de por qué se rompe; distanciarse de ellos hasta provocar la ruptura; desligarse de adultos y niños, y sin razón, sin razón inteligible ni aparente, no se encaja por más que se quiera.

Ruptura física, desprecio inexplicable, y sin embargo, con la existencia de las redes sociales, en los casos de ruptura con terceros, no se produce la ruptura digital, lo que se traduce en más incomprensión e incertidumbre acerca de las intenciones que esconde el familiar actor de la ruptura.

Personalmente manifiesto mi desacuerdo con tal forma de actuar de estas personas, de las consecuencias que tienen sus actos, de la sensación de desazón y desprecio que ocasionan en los familiares (terceras personas) desahuciados de su cariño y de su trato. Con el paso del tiempo la herida que hicieron va curando pero siempre quedará la cicatriz, lo que servirá para recordar que ahí hubo una herida y qué fue lo que la provocó.



No puedo disculpar a todos esos familiares que me han negado de esta forma el trato, que me han retirado la palabra sin explicación, que han dejado de relacionarse incluso con mis hijos, con mi madre. No los puedo disculpar, y me da igual qué nos unió en el pasado porque ellos se encargaron de enterrarlo y hacerlo desaparecer.

Si algún día la vida real, que no la digital, nos vuelve a situar cara a cara, frente a frente, no me temblará la voz para demostrarles mi indiferencia; pero antes de eso, no me arrepentiré de decirles, por única vez, la repulsa que sus actos me produjo, el desprecio que siento hacia ellos y lo poco que me importará desligarlos de mi nómina de familiares así como de mi concepto de familia, a pesar del apellido o la sangre, de la convivencia o de los buenos momentos del pasado -que nunca tuvieron en cuenta al romper-, a pesar de cualquier falso lazo que la vida nos haya podido establecer, imborrables e irremediables pero eludibles y posibles de olvidar, de enterrar.

Mi familia no son, precisamente, esas personas, al menos desde la emotividad.
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