Y el tiempo pasa, los días van sumando, ya 4 de mayo, 51 días que abandonamos nuestra vida habitual, conocida, acelerada, llena de compromisos, citas, encuentros, libertad de movimientos y enfermedades más o menos controladas hasta entonces (52 días si contabilizamos el 14 de marzo).
Ronda la incertidumbre de cuándo volveremos a tener lo que teníamos hace 51 o 52 días, y con razón ronda porque va a ser complicado aventurar plazos. Posiblemente volvamos a ser lo que fuimos pero no igual, no del mismo modo, no como quisiéramos. El miedo por el contagio estará ahí, incluso cuando exista un tratamiento, incluso cuando exista una vacuna. La sensación de falta de aire con la mascarilla puesta estará ahí, aunque nos sintamos más protegidos con ella. El tacto torpe con los guantes estará ahí, aunque sean una barrera entre nuestra piel y los objetos del exterior. La obsesión por la limpieza estará ahí y nunca estaremos seguros de haber higienizado adecuadamente las cosas. La inseguridad en la calle estará ahí porque no sabemos si quien se cruce con nosotros será alguien con necesidad o si además tendrá intención de quitarnos lo que llevemos encima. La libertad de movimiento nos hará pensar que estamos vigilados, controlados, y en verdad así es, y quiero pensar que es por nuestro bien, y quiero pensar que estas medidas las estaría tomando cualquier otro gobierno con cualquier otra ideología; eso quiero pensar, porque si dejo volar mi pensamiento igual se me va la pinza y no quiero perder la calma que debe acompañarnos en estos días difíciles, históricos y difíciles, que nos está tocando vivir. Pero ante todo, lo que deseo con todas mis ganas es que la desescalada no se estanque ni se retraiga, deseo que siga adelante y no se detenga, a pesar de que el fin en que desemboquemos no sea la misma realidad que dejamos atrás sino la nueva realidad indeterminada que nos anuncian.
Ronda la incertidumbre de cuándo volveremos a tener lo que teníamos hace 51 o 52 días, y con razón ronda porque va a ser complicado aventurar plazos. Posiblemente volvamos a ser lo que fuimos pero no igual, no del mismo modo, no como quisiéramos. El miedo por el contagio estará ahí, incluso cuando exista un tratamiento, incluso cuando exista una vacuna. La sensación de falta de aire con la mascarilla puesta estará ahí, aunque nos sintamos más protegidos con ella. El tacto torpe con los guantes estará ahí, aunque sean una barrera entre nuestra piel y los objetos del exterior. La obsesión por la limpieza estará ahí y nunca estaremos seguros de haber higienizado adecuadamente las cosas. La inseguridad en la calle estará ahí porque no sabemos si quien se cruce con nosotros será alguien con necesidad o si además tendrá intención de quitarnos lo que llevemos encima. La libertad de movimiento nos hará pensar que estamos vigilados, controlados, y en verdad así es, y quiero pensar que es por nuestro bien, y quiero pensar que estas medidas las estaría tomando cualquier otro gobierno con cualquier otra ideología; eso quiero pensar, porque si dejo volar mi pensamiento igual se me va la pinza y no quiero perder la calma que debe acompañarnos en estos días difíciles, históricos y difíciles, que nos está tocando vivir. Pero ante todo, lo que deseo con todas mis ganas es que la desescalada no se estanque ni se retraiga, deseo que siga adelante y no se detenga, a pesar de que el fin en que desemboquemos no sea la misma realidad que dejamos atrás sino la nueva realidad indeterminada que nos anuncian.
#YoMeQuedoEnCasa
©María José Gómez Fernández
Publicado originalmente en El Doblao del Arte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario