Cuando termina el día, ya adentrada la noche, Bea tiene la costumbre de leer un libro antes de dormir; esos minutos a solas con las páginas, imbuida en la paz interior o en el trepidante transcurso de la narración, le proporcionan una plenitud incomparable. Cuando la lectura son versos ocurre que se mece con cada uno de ellos, los respira hasta arrancarles el sentido que le transmiten y eso también la colma de satisfacción.
Una vez que el parpadeo comienza a intensificar sus intervalos y ya los ojos quieren estar más cerrados que abiertos, Bea cierra el libro -antes de que se le caiga de plano en la cara y destroce el encanto del momento-, lo deposita con delicadeza en la mesita de noche y se asegura de que el despertador está a punto para hacer sonar su alarma a la hora prevista por la mañana; luego comprueba lo mismo pero en el móvil, al tiempo que apaga la luz de la lamparita y la habitación queda vagamente iluminada por el haz que emite la pantalla del dispositivo. La luz de la pantalla va bajando su intensidad como por arte de magia y Bea aún apura un poco más: revisa las notificaciones pendientes, baja el volumen multimedia para no molestar a los demás que ya hace rato duermen, escucha la canción que acaban de subir a YouTube, lee un par de noticias que tenía pendientes de leer, revisa los últimos whatsapps recibidos y se atreve a responder el único que cree que debe contestar; hace lo propio con messenger de Facebook y para terminar consulta la previsión meteorológica incrustada en la pantalla de inicio de su móvil, gentileza de Accuweather: ¡tremendo, mañana tres grados más! -esa información desarma a Bea, que cierra el móvil, y lo deposita en la mesita de noche justo delante del despertador tradicional, mientras bufa y protesta acomodándose en la cama después de quitarse las gafas y dejarlas a buen recaudo sobre el libro.
Ahora ya está todo oscuro, tan solo entra tímida, por entre las rendijas de la persiana, la luz de la luna de esta noche, que hace un momento disfrutó desde el balcón e iluminaba reluciente la calle.
Se oye un vocerío de chavales a lo lejos -¿por qué puñetas no estarán en sus casas?-, y un perro, que insistente, ladra; un motor de una motocicleta que ha pasado rápida por la avenida cercana, y las ruedas de un coche, circulando a poca velocidad, con incierto destino a estas horas.
Al poco vuelve a hacerse el silencio, tan solo roto por la respiración profunda de los demás que duermen en la casa. Bea suspira cómoda, se acurruca, se relaja. Mañana está a la vuelta de unas horas y todo un día está a la espera de que cada cual lo conquiste como mejor le convenga.
#YoMeQuedoEnCasa
©María José Gómez Fernández
Publicado originalmente en El Doblao del Arte.
Impresiones, Crítica, Poesía: Saciar emociones, soltar amarras, decir lo que pienso, expresar lo que parece, pisar el firme, derramar silencios...
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miércoles, 6 de mayo de 2020
A la luz del móvil. Fase 0. Desescalada #YoMeQuedoEnCasa – Día 52, referido al 5 de mayo
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