Entonces tendría 42 años y Mary unos 4. Tumbada en la toalla, descansaba y tomaba el sol. Mary jugaba con la arena a su lado mientras que sus hermanos se entretenían con la pelota o el baño y su papá estaba pendiente de ellos. Mamá le hablaba desde la toalla, tapándose a veces los ojos con el antebrazo. Su bañador negro y el pañuelo que se había colocado en la cabeza le daban un toque distinguido, siempre elegante, hasta en la playa. La veía tan guapa, tan joven, sentía que la quería tanto, que no sabía cómo decírselo sino estampándole un beso en la mejilla y abrazándola a la altura de los hombros -procurando no llenarla de arena con sus deditos-:
-Te quiero mucho mamá.
-¡Ay mi niña, qué bonita eres! ¡Yo sí que te quiero!
-Mira, mami, voy a ir a buscar flores para regalarte un ramo.
-Bueno, no hace falta. Ve hasta donde está papá.
-Ahora vengo.
Quince minutos después Mary aún no había vuelto. Su madre la había visto caminar en dirección a su marido y como vio que él y la niña se saludaron se recostó de nuevo tranquila un rato. Necesitaba ese pequeño regalo del sol y la brisa para recargar tranquilidad que le permitiera seguir con energía con sus ocupaciones diarias: la costura, la casa, su madre, la compra, los hijos, el marido... Sí, necesitaba recargar fuerzas. Pero estaba preocupada porque Mary no había vuelto. Era extraño; tampoco la veía junto a su marido. Se levantó, caminó hacia él y le preguntó, con sus otros tres hijos a la vista. Era terrible, se le hundió el mundo bajo los pies, el día se hizo noche y el mar retrocedió hasta el horizonte; nada tenía sentido si Mary se había perdido.
En el altavoz de la playa se escuchó el aviso de que se había perdido una niña de unos 4 años, con bañador rojo y que decía llamarse Mary Fernández. Decía la voz que se encontraba bien y que si alguien reconocía esos datos podía pasar a recogerla.
-Mamá, no he encontrado las flores para tu ramo, y luego no te encontraba a ti -dijo Mary mientras comía patatas fritas-.
Su madre la abrazó y la besó con gran dulzura y tranquilidad.
-Cuando sea mayor te compraré muchas flores.
Mamá ahora tiene 92 y Mary se perdería mil veces por ella para regalarle flores.
©María José Gómez Fernández
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