Lo primero que haré hoy será agradecer las interacciones habidas, comentarios, me gusta, compartir, en twitter pero sobre todo en facebook, y también en este y el otro blog, de cada post escrito a lo largo de estos 23 días. Gracias, gracias, infinitas gracias a todas y todos, por seguirme, leerme, identificaros, dedicar vuestro tiempo a mis palabras, dedicar vuestro tiempo a comentar, a valorar. Un placer saber que estáis ahí.
Seguimos con las ventanas.
Así que me ha parecido muy buena aportación el comentario de mi prima Begoña, que os traslado ahora mismo: “Aquí en Suiza la gente no suele tener cortinas y las ventanas son ventanales en algunos casos de pie a cabeza. Cuando cae la noche se les puede ver hacer todo, menos el baño claro está que tienen cristal templado. ¡Me pareció muy curioso cuando llegué a este país hace 15 años! ¡¡¡Sin embargo los italianos y españoles que viven aquí todos tenemos cortinas!!!”.
Y también os traslado lo que le respondí: “¡¡¡Es que a los españoles e italianos nos van las cortinas!!! ¿Qué sería de un buen español, de un buen italiano, sin una cortina para correr y descorrer, para quitar parcialmente la luz, para ocultar lo que se hace en el interior?. Normalmente somos muy abiertos pero nos gusta salvaguardar nuestra intimidad, al menos a la mayoría. Y es que también tenemos que contemplar que existe el fisgón, que igual culturalmente no abunda tanto en otros países, por ejemplo en Suiza, y es por eso que no hay tanta necesidad de salvaguardar lo que nadie va a fisgonear. Lo cierto es que cada uno se rige por la educación recibida y por las costumbres que ha adoptado, y hay tantas cosas que hacemos porque así las aprendimos y siempre las vimos hacer así…”
Y también os traslado lo que le respondí: “¡¡¡Es que a los españoles e italianos nos van las cortinas!!! ¿Qué sería de un buen español, de un buen italiano, sin una cortina para correr y descorrer, para quitar parcialmente la luz, para ocultar lo que se hace en el interior?. Normalmente somos muy abiertos pero nos gusta salvaguardar nuestra intimidad, al menos a la mayoría. Y es que también tenemos que contemplar que existe el fisgón, que igual culturalmente no abunda tanto en otros países, por ejemplo en Suiza, y es por eso que no hay tanta necesidad de salvaguardar lo que nadie va a fisgonear. Lo cierto es que cada uno se rige por la educación recibida y por las costumbres que ha adoptado, y hay tantas cosas que hacemos porque así las aprendimos y siempre las vimos hacer así…”
En orden a esto quiero continuar recogiendo el guante lanzado por mi amigo Onofre, que me decía algo así como “narra algo íntimo que veas, desde mi ventana el mar no se ve (como Pepa Flores)”. A lo que respondí con un “a ver qué me sale…”.
Puede que sea por la superluna o porque hoy ha cuadrado así, pero esta noche hay mucho menos movimiento en esos cuadraditos y rectangulitos de los edificios cercanos, que llamamos ventanas. Aparecen una buena parte con luces apagadas -y eso que no es tarde-, pero igual quieren apreciar el haz de luz de luna. Otras muestran sus persianas hacia abajo, y no se aprecia iluminación interior así que puede que se hayan rendido al descanso. Alguna ventana y/o puerta de terraza/balcón sí aparece abierta por completo y con luz interior visible, son las menos esta noche, pero las hay. Durante un buen, rato mientras fumaba un cigarrillo en mi terraza y me dejaba iluminar por la luna, he observado con empeño estas últimas, las que permitían ver el interior, pero ha sido infructuoso localizar algo interesante con un hilo conductor merecedor de un relato. Y es que esto es como todo, cuando buscas algo con empeño igual es cuando más te cuesta encontrarlo.
Así que he entrado en casa, pero como no quedaba contenta, al rato he vuelto a salir a telefonear a mi madre, y entretanto, he vuelto a fijarme. Ahora sí, hay dos ventanas grandes justo en frente, al otro lado de la calle, no muy cerca, con las persianas abiertas, las cortinas descorridas y las luces interiores encendidas; una es de un tercer piso y otra de un cuarto piso. Esto me recuerda a la página del tebeo “La rue del percebe”.
En el tercer piso la sala de estar iluminada no registra movimiento desde hace un buen rato, cuando la mujer parecía disponer algo en la mesa, algo que podría ser un mantel, y luego la vi desaparecer y entrar en la cocina donde se perdió. En el salón del cuarto piso un hombre de mediana edad se ha asomado a la ventana, ha mirado la calle apoyado en el pretil, durante unos minutos y luego ha entrado a la estancia pero ha salido por la puerta de la terraza para dirigirse a unas macetas que tiene allí, y después de tocarlas y mirarlas ha vuelto a entrar al interior.
En el tercero ahora hay una niña que debe estar saltando en el pasillo que separa el comedor y la cocina, e imagino que puede tener hambre porque no para de saltar mientras acompaña a su madre al comedor, portando una gran fuente con comida indeterminada desde mi posición. También entran en el comedor un hombre y un muchacho pero enseguida, unos y otras se pierden de mi ángulo de visión porque seguramente se han sentado a la mesa para cenar; solo puede verse algo del cabello de la que supongo es la madre, que se mueve de un lado a otro y de arriba hacia abajo por lo que deduzco que está comiendo y charlando.
El salón del cuarto piso se ha iluminado, ahora que me fijo, con una luz más tenue y cálida, el hombre se ha cambiado la ropa informal de casa y lleva lo que parece un pijama, y despacio, parece encorvarse sobre una pared, donde seguramente habrá un mueble en el que puede tener un aparato de música; al poco se yergue y se dirige al otro lado de la habitación y ya le pierdo el rastro pero, en cuestión de segundos puedo ver que una mujer se queda parada en el marco de la puerta del salón, apoyada sutil su frente sobre su brazo que a su vez se apoya en la puerta; lleva lo que parece una camisola de tirantes ideal para dormir cómoda, de color claro, y de repente, se separa del marco de la puerta y dirige sus pasos a esa zona ciega donde se me perdió el hombre, así que intuyo que ahora ambos están sentados en el sofá, ellos sabrán qué más podrían contar para terminar esta historia. La familia del tercero continúa cenando y también correspondería a ellos concluir su capítulo. Por mi parte ya hace unos minutos que finalicé mi llamada de teléfono y como estoy notando frío determino entrar y retirarme pronto a la cama.
Así que he entrado en casa, pero como no quedaba contenta, al rato he vuelto a salir a telefonear a mi madre, y entretanto, he vuelto a fijarme. Ahora sí, hay dos ventanas grandes justo en frente, al otro lado de la calle, no muy cerca, con las persianas abiertas, las cortinas descorridas y las luces interiores encendidas; una es de un tercer piso y otra de un cuarto piso. Esto me recuerda a la página del tebeo “La rue del percebe”.
En el tercer piso la sala de estar iluminada no registra movimiento desde hace un buen rato, cuando la mujer parecía disponer algo en la mesa, algo que podría ser un mantel, y luego la vi desaparecer y entrar en la cocina donde se perdió. En el salón del cuarto piso un hombre de mediana edad se ha asomado a la ventana, ha mirado la calle apoyado en el pretil, durante unos minutos y luego ha entrado a la estancia pero ha salido por la puerta de la terraza para dirigirse a unas macetas que tiene allí, y después de tocarlas y mirarlas ha vuelto a entrar al interior.
En el tercero ahora hay una niña que debe estar saltando en el pasillo que separa el comedor y la cocina, e imagino que puede tener hambre porque no para de saltar mientras acompaña a su madre al comedor, portando una gran fuente con comida indeterminada desde mi posición. También entran en el comedor un hombre y un muchacho pero enseguida, unos y otras se pierden de mi ángulo de visión porque seguramente se han sentado a la mesa para cenar; solo puede verse algo del cabello de la que supongo es la madre, que se mueve de un lado a otro y de arriba hacia abajo por lo que deduzco que está comiendo y charlando.
El salón del cuarto piso se ha iluminado, ahora que me fijo, con una luz más tenue y cálida, el hombre se ha cambiado la ropa informal de casa y lleva lo que parece un pijama, y despacio, parece encorvarse sobre una pared, donde seguramente habrá un mueble en el que puede tener un aparato de música; al poco se yergue y se dirige al otro lado de la habitación y ya le pierdo el rastro pero, en cuestión de segundos puedo ver que una mujer se queda parada en el marco de la puerta del salón, apoyada sutil su frente sobre su brazo que a su vez se apoya en la puerta; lleva lo que parece una camisola de tirantes ideal para dormir cómoda, de color claro, y de repente, se separa del marco de la puerta y dirige sus pasos a esa zona ciega donde se me perdió el hombre, así que intuyo que ahora ambos están sentados en el sofá, ellos sabrán qué más podrían contar para terminar esta historia. La familia del tercero continúa cenando y también correspondería a ellos concluir su capítulo. Por mi parte ya hace unos minutos que finalicé mi llamada de teléfono y como estoy notando frío determino entrar y retirarme pronto a la cama.
Mientras me cambio de ropa y me pongo el pijama -con la ventana cerrada, sin posibilidad de ser vista-, me quedo pensando en todas las historias que suceden tras las ventanas -abiertas o cerradas-, a diario, en cada casa, con tantas personas implicadas.
Igual en otra ocasión pueden suceder cosas más interesantes, pero por hoy esto ha sido todo. Y ahora sí, me despido hasta mañana, lamentando, como Pepa Flores, no poder ver el mar desde mi ventana.
#YoMeQuedoEnCasa #QuédateEnCasa
©María José Gómez Fernández
Publicado originalmente en El Doblao del Arte.
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