No sé en otros barrios, en otras calles, en otras ciudades, en pueblos, pero en este donde vivo he observado algo en las ventanas de los edificios que me ha llamado mucho la atención, porque es algo curioso, porque es justo lo contrario de lo que hago en mi casa, pero claro, cada cual tiene sus costumbres o sus manías, o sus gustos.
Resulta que durante el día, tanto por la mañana como a mediodía he visto ventanas cerradas, me explico, ventanas con las persianas hasta abajo, por completo, sin casi rendijitas abiertas. Y claro, eso llama la atención porque detrás de esas ventanas hay personas viviendo, y a esas horas del día y de la tarde temprana es preferible que entre la luz natural y que ventile la vivienda. Pero no, hay algunas ventanas que durante las horas de más luz natural se cierran a la calle y seguramente se alumbren con luz artificial.
El caso es que, en torno a las siete o siete y media de la tarde, esas mismas ventanas comienzan a abrirse, tanto persianas como cortinas, y toda la actividad de cada estancia de cada casa queda expuesta a la vista de otras casas que se encuentren en su ángulo de visión. Y esto me parece muy chocante porque no comprendo dos cosas: una, el uso inapropiado que esas personas hacen de la luz eléctrica, cuando podrían aprovechar la luz como recurso natural; y dos, la escasa estima de esos habitantes por su intimidad, al no pararse a pensar que desde fuera, siempre que te fijes, se puede ver al detalle cualquier movimiento y actividad. Lo mismo les importa todo un comino, y mira, todavía lo de la intimidad, que a ellos no les importe, pero según y qué se deje ver puede herir la sensibilidad del espectador, y más en estos días que tanto público menudo asoma la nariz por los huecos de las casas. Puede verse desde deambular personas de una habitación a otra, hasta cocinar, estudiar, mirar la televisión, hasta alguien que se cambia de ropa, que está tumbado en el sofá o en una cama sin cuidar su compostura, e incluso quien está en el cuarto de baño haciendo las diferentes cosas propias que se pueden hacer en esa pieza de la casa; también puede verse gente que baila, sola o en compañía, aquellos que discuten acaloradamente, o alguna pareja dándose arrumacos, u otras, que desatando sus pasiones se han despojado de sus ropas y se balancean desnudos en danza previa al momento de entregarse a su objetivo final de hacer el amor.
Después hay otras viviendas que, por el contrario, tienen todo el día, la tarde y la noche las ventanas y persianas, y hasta cortinas, abiertas de par en par, como escaparates vivientes. Eso, igualmente, también me resulta muy curioso porque aunque durante el día han aprovechado la luz natural y han ventilado la vivienda, cierto es que cuando va cayendo la tarde y se adentra en la noche, les ocurre un poco lo mismo que a las anteriores.
Por último, hay también otros pisos que durante el día mantienen sus ventanas de modo que ventile la vivienda y entre luz natural, y que al caer la tarde comienzan a replegar velas y se entregan a un recogimiento más propio de lo íntimo.
A veces, en lugar de detenerme en las ventanas, me sorprendo mirando hacia el sur, siguiendo una avenida que transcurre entre dos hileras de edificios, y que se alarga haciéndose poco a poco más diminuta hasta perderse, y allí empiezo a ver pequeños montículos, distingo algo de matorral y algún que otro árbol. A partir de ahí, el horizonte, estático en su posición como estática yo lo contemplo desde mi terraza, perdiéndome en ensoñaciones. Muchos kilómetros más al sur están varios familiares, entre ellos mi querida madre, a la que espero ver en cuanto sea posible. Muchos kilómetros más hacia el sur está el mar, al que miraré de frente tan pronto como las circunstancias lo permitan, en el que bañaré mi larga ausencia hasta que todo me sepa a sal.
Entre tanto... miro las ventanas y las diferentes costumbres de las personas que guardan, miro el horizonte, pienso en esos pocos familiares, pienso en mi madre, pienso en el mar, azul eterno.
#YoMeQuedoEnCasa #QuédateEnCasa
©María José Gómez Fernández
Publicado originalmente en El Doblao del Arte.
Resulta que durante el día, tanto por la mañana como a mediodía he visto ventanas cerradas, me explico, ventanas con las persianas hasta abajo, por completo, sin casi rendijitas abiertas. Y claro, eso llama la atención porque detrás de esas ventanas hay personas viviendo, y a esas horas del día y de la tarde temprana es preferible que entre la luz natural y que ventile la vivienda. Pero no, hay algunas ventanas que durante las horas de más luz natural se cierran a la calle y seguramente se alumbren con luz artificial.
El caso es que, en torno a las siete o siete y media de la tarde, esas mismas ventanas comienzan a abrirse, tanto persianas como cortinas, y toda la actividad de cada estancia de cada casa queda expuesta a la vista de otras casas que se encuentren en su ángulo de visión. Y esto me parece muy chocante porque no comprendo dos cosas: una, el uso inapropiado que esas personas hacen de la luz eléctrica, cuando podrían aprovechar la luz como recurso natural; y dos, la escasa estima de esos habitantes por su intimidad, al no pararse a pensar que desde fuera, siempre que te fijes, se puede ver al detalle cualquier movimiento y actividad. Lo mismo les importa todo un comino, y mira, todavía lo de la intimidad, que a ellos no les importe, pero según y qué se deje ver puede herir la sensibilidad del espectador, y más en estos días que tanto público menudo asoma la nariz por los huecos de las casas. Puede verse desde deambular personas de una habitación a otra, hasta cocinar, estudiar, mirar la televisión, hasta alguien que se cambia de ropa, que está tumbado en el sofá o en una cama sin cuidar su compostura, e incluso quien está en el cuarto de baño haciendo las diferentes cosas propias que se pueden hacer en esa pieza de la casa; también puede verse gente que baila, sola o en compañía, aquellos que discuten acaloradamente, o alguna pareja dándose arrumacos, u otras, que desatando sus pasiones se han despojado de sus ropas y se balancean desnudos en danza previa al momento de entregarse a su objetivo final de hacer el amor.
Después hay otras viviendas que, por el contrario, tienen todo el día, la tarde y la noche las ventanas y persianas, y hasta cortinas, abiertas de par en par, como escaparates vivientes. Eso, igualmente, también me resulta muy curioso porque aunque durante el día han aprovechado la luz natural y han ventilado la vivienda, cierto es que cuando va cayendo la tarde y se adentra en la noche, les ocurre un poco lo mismo que a las anteriores.
Por último, hay también otros pisos que durante el día mantienen sus ventanas de modo que ventile la vivienda y entre luz natural, y que al caer la tarde comienzan a replegar velas y se entregan a un recogimiento más propio de lo íntimo.
A veces, en lugar de detenerme en las ventanas, me sorprendo mirando hacia el sur, siguiendo una avenida que transcurre entre dos hileras de edificios, y que se alarga haciéndose poco a poco más diminuta hasta perderse, y allí empiezo a ver pequeños montículos, distingo algo de matorral y algún que otro árbol. A partir de ahí, el horizonte, estático en su posición como estática yo lo contemplo desde mi terraza, perdiéndome en ensoñaciones. Muchos kilómetros más al sur están varios familiares, entre ellos mi querida madre, a la que espero ver en cuanto sea posible. Muchos kilómetros más hacia el sur está el mar, al que miraré de frente tan pronto como las circunstancias lo permitan, en el que bañaré mi larga ausencia hasta que todo me sepa a sal.
Entre tanto... miro las ventanas y las diferentes costumbres de las personas que guardan, miro el horizonte, pienso en esos pocos familiares, pienso en mi madre, pienso en el mar, azul eterno.
#YoMeQuedoEnCasa #QuédateEnCasa
©María José Gómez Fernández
Publicado originalmente en El Doblao del Arte.
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