A ratos esto pesa... Quedan muchos días por delante pero como no estamos acostumbrados a esta rutina, extraña y a veces agobiante, pues termina por pesar. Te irritas contigo, con otros, con los quehaceres, con la reclusión, con el espejo, con cualquier cosa, si nos ponemos a pensar. Te muestras intolerante en algún punto, intransigente, y cada cual tira de la cuerda para su lado, en este impasse de indeterminada pero seguramente larga duración, de incertidumbre. Y me lo digo, y lo digo, que nos demos nuestro espacio físico y emocional porque de lo contrario nos sentiremos atacados y responderemos al ataque.
Observo que la calle sigue vacía, a ver, para lo que solía ser la calle antes del COVID-19 y del estado de alarma. Observo que la gente se rehúye, y me incluyo, sobre todo a ciertas horas; algunas personas continúan incumpliendo las prohibiciones y he visto una pandilla de unos ocho adolescentes, gente paseando junta, y hasta dos jóvenes en una motocicleta, y estos últimos no me inspiraron confianza porque se quedaron mirando muy descarados. Menos mal que Simeón venía conmigo y eso me daba más seguridad. Pensé: "como se me acerquen de mal rollo suelto al perro y ya verán", pero en realidad prefería que no se acercaran y así tampoco tendría que soltar al perro. Mejor.
El teletrabajo también pesa, y es que tampoco estamos acostumbrados, ni se puede enfocar como una actividad repartida a lo largo del día, tiene que tener sus horas, y más aún cuando muchas cosas están por determinar. Nos han comunicado que vamos a teletrabajar, con un plan establecido y comunicado a superiores, con unos objetivos, y demostrando que se van cumpliendo. Nos han comunicado que cobraremos. Pero es incierto si dejaremos de percibir alguna parte del sueldo habitual y también es incierto cómo se reflejará nuestro teletrabajo en nuestro registro horario, o si tendremos derecho a una baja médica si en este indeterminado periodo tenemos un percance o nos ponemos enfermos. Tampoco sabemos cuándo volveremos al trabajo en la forma tradicional. Tampoco sabemos si perderemos días libres, días de vacaciones; en verdad sabemos poco y entre ese poco es tenemos que trabajar desde casa y que seguimos cobrando -sin saber si habrá recorte en el salario-. Y cuando llegas hasta aquí te alegras por lo afortunado que eres, por dos cosas: ni todo el mundo va a seguir trabajando, ni todo el mundo va a seguir cobrando, ni todo el mundo tiene salud suficiente para pensar en otra cosa que no sea recuperar su salud.
Desconectar un poco de toda la maraña que se monta uno en la cabeza es bueno, hablando con la prima, la compañera de trabajo, la amiga, hablando con los demás habitantes de la casa, hablando con mamá, que hoy se ha llevado la videollamada por la tarde junto con otra videollamada con otra compañera por la mañana. Compartir con los demás las inquietudes, la tensión, los pensamientos, compartir para llegar a la conclusión de que todos tenemos las mismas o similares cosas en mente.
Aplauso colectivo a las 8 de la tarde.
Y aún queda para ir a dormir, y no saber qué comes mañana, no tener ganas de cocinar porque el día ya fue largo y pesado, cargado de obligación y restricción. No tener ganas de cocinar mientras miras la cacerola y la cacerola te mira a ti. Y estando en esas, oyes que desde la calle viene un ruido de cacerolas golpeadas por otros utensilios, y caes en la cuenta de que hoy lo mejor que se puede hacer con la cacerola es unirte a la cacerolada en tanto dure el discurso de Felipe v palito.
Ahora leeré un rato entre las sábanas y mantas.
#YoMeQuedoEnCasa #QuédateEnCasa
©María José Gómez Fernández
Publicado originalmente en El Doblao del Arte.
Impresiones, Crítica, Poesía: Saciar emociones, soltar amarras, decir lo que pienso, expresar lo que parece, pisar el firme, derramar silencios...
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jueves, 19 de marzo de 2020
Confinamiento domiciliario #YoMeQuedoEnCasa – Día 4, referido al 18 de marzo
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