Con la lluvia aporreando con suavidad los cristales del coche, con el aire frío en la cara mientras me desplazaba a pocas calles de distancia para ir al trabajo a recoger documentación; con una extraña inquietud interior que me tenía revuelto el estómago -vamos a llamarlo tensión o nervios-, con la acreditación de la universidad en el asiento del copiloto, con la expectación como pasajera, así, comenzó mi segunda parte de la mañana que se inició con el habitual paseo perruno.
Me invadió la tristeza cuando el perri hoy se empeñó en cruzar la avenida para plantarnos delante de la puerta cerrada del parque, y mira que se lo advertí, que está cerrado Simeón, que no podemos entrar, otro día, no sé cuándo, pero otro día. Metió todo lo que pudo su hocico entre las rejas de la puerta, como si con eso pudiera verse dentro de su querido parque, de uno de sus queridos parques; luego sacó la cabeza de la reja, me miró, volvió a mirar al parque, me miró de nuevo, y ahí me rompió el corazón cuando lo oí llorar sin querer apartarse de la puerta, hasta que algo lo hizo ponerse en movimiento de nuevo; se le debió pasar por su recuerdo que había más puertas y tiró de mí, y yo me dejé llevar por la acera de la avenida, adelante, rápido, impaciente, hasta llegar a su segunda desilusión, la segunda puerta, y lo mismo, asomar el morro, mirar, olfatear, mirarme y llorar, y lo mismo, impulso tirando de mí hasta llegar a la tercera puerta, tercera desilusión… Aún hizo el intento de obligarme a ir al resto de puertas, pero debió comprenderme porque dio media vuelta, levantó la pata en un árbol, miró hacia atrás dejando su deseo entre el albero y los árboles, tras la reja y las incipientes gotas de lluvia, y aceptó con resignación cruzar por el semáforo y continuar el paseo. Así pasamos por delante de un coche patrulla de la nacional que estaba parado justo en el paso de peatones, y nos miró, sobre todo a mí, pero no me fijé en más que no fuera el perro y el muñeco en verde del semáforo, total, yo estaba individualmente paseando al perro.
La imagen de la avenida casi vacía donde se encuentra mi trabajo me chocó por el contraste con el bullicio que presenta normalmente. Ni siquiera en el mes de agosto he visto esa calle así. Y tampoco he tenido nunca que acreditar mi identidad dando explicaciones de a dónde voy, para qué, cómo. Y sé que en este momento especial es lo que toca, pero choca, te deja un regusto de que estás siendo vigilado, como si estuvieras haciendo algo ilegal. Me subía al coche para entrar al parking y ya pude ver de lejos al primer camión de la UME que se acercaba peinando la avenida. A una compañera la pararon y le preguntaron, y le dijeron que se diera prisa.
Tres horas después salí, con la documentación en papel y en digital que necesitaba para teletrabajar, y espero que no me haga falta nada más. Ya que estaba en la calle, en la acera de enfrente, estacioné el coche con las luces de emergencia, y acudí al banco, al super y al estanco, todo en la misma acera, casi sin moverme 50 metros.
-Tenga usted el ticket que los de la UME lo están pidiendo, que están poniendo multas y todo, que hay mucho pillo por ahí.
-Ah, pues no sabía. Muchas gracias.
Y de nuevo cuando me subía al coche volví a ver al segundo camión de la UME, este de color rojo, que también peinaba la avenida. Me fijé mejor, en tanto metía la llave en el contacto -mi coche es antiguo-, y vi una pareja de militares a pie por la acera. Arranqué y me fui a casa, a teletrabajar. Al entrar el coche en el garaje sentí que se acababa mi pequeño momento de libertad que había durado algo más de tres horas, pero contradictoriamente me sentí protegida.
-Tenga usted el ticket que los de la UME lo están pidiendo, que están poniendo multas y todo, que hay mucho pillo por ahí.
-Ah, pues no sabía. Muchas gracias.
Y de nuevo cuando me subía al coche volví a ver al segundo camión de la UME, este de color rojo, que también peinaba la avenida. Me fijé mejor, en tanto metía la llave en el contacto -mi coche es antiguo-, y vi una pareja de militares a pie por la acera. Arranqué y me fui a casa, a teletrabajar. Al entrar el coche en el garaje sentí que se acababa mi pequeño momento de libertad que había durado algo más de tres horas, pero contradictoriamente me sentí protegida.
Se hace duro comer y trabajar en la misma mesa del salón-comedor. Menos mal que luego descansé un rato en el sofá que está a dos metros de esa mesa. Y menos mal que por la tarde tuve que salir de nuevo a comprar un saco de pienso de 7 kilos para el perri, y a pasearlo. Todos los días no van a ser tan espléndidos, hoy era un día especial lleno de muchas salidas, y con cada salida necesaria por un lado alivio, por otro lado, riesgo.
La tarde-noche con lo mío, con los míos, cocinando, con mis cosas y a las 8 los aplausos, con luces de linternas de móviles añadidas.
Hace frío, sigue la lluvia débil. No quiero ser como la lluvia, no quiero ser débil, porque quedan muchos días por delante y hay que sacar fortaleza para afrontarlos.
#YoMeQuedoEnCasa #QuédateEnCasa
©María José Gómez Fernández
Publicado originalmente en El Doblao del Arte.
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