Mi querido Pirata:
Estamos bien, a pesar de lo que ha caído y los que han caído en estos últimos meses a causa de este virus nuevo que se ha adueñado de la humanidad y la ha manejado a su antojo: el COVID-19, también llamado Coronavirus. Mamá está bien, un poco temerosa por salir a la calle pero también con ganas de hacerlo, a sus cuatro gestiones, que tampoco quiere más, pero siente un poco como de miedo y mucho respeto porque el puñetero virus sigue ahí. Tiene momentos en los que se viene un poco abajo de ánimos pero procuramos levantárselos entre unos y otros. Los demás estamos bien. Creo que hemos aguantado este tirón con bastante entereza a pesar de que para algunos han sobrevenido dificultades diarias por la naturaleza de su trabajo en la calle o en medio hospitalario, pero estamos bien, y también a pesar de los vuelcos que nos ha dado la vida a más de uno.
No sé cómo habrías afrontado tú el confinamiento, te habrías puesto a hacer deporte en casa porque no habrías podido salir a caminar a las salinas ni a la playa y, con seguridad, te habrías puesto de mal humor, pero eso son suposiciones, porque también habrías hecho gala de ese sentido común tan característico tuyo y puede que hubieras resuelto bien la situación. Ya hace bastantes días que estarías saliendo a caminar y a alguna gestión porque cada vez hay más normalidad instaurada, en ocasiones yo diría que más de la que debería, porque mucha gente parece haber olvidado dónde hemos pasado los últimos meses, más concretamente desde el 14 de marzo pasado.
Mi querido Pirata, mi querido padre, papá. Te recuerdo todos los días, pero hoy, hoy 10 de junio, te recuerdo de una forma especial, y puede que hasta más dolorosa. Hace 11 años que te fuiste para siempre en un día como hoy, además coincide que cuadra exactamente igual que en el calendario de 2009, un miércoles, y justo al día siguiente, como en aquel año, era festivo por celebrarse el Corpus Christi. Este año 2020, se repite el mismo esquema de semana que en 2009 y vuelve a coincidir exacto tal y como fue. Tu vida se apagó inevitable e inesperadamente un día como hoy en torno a las 13:15 horas. Esa mañana yo había hablado contigo por teléfono antes de tu visita al médico para la revisión que tenías. Te había visto justo el fin de semana anterior, y te noté todos esos días un poco entre apagado y enfadado, no conmigo, sino tal vez con el tiempo, que ya notabas que se iba entre los dedos, quién sabe, solo tú. Me chocó un poco, y me preocupó bastante, que durante el domingo anterior cuando nos vimos insistieras en darme instrucciones precisas, disponiendo cosas, gestiones, diciéndome que me llevara tales libros para mi hijo mayor, que tu chaqueta de punto era para mí porque me quedaba muy bien -recuerdo que me la prestabas cuando hacía fresco y yo no me había llevado nada que ponerme por encima-. Me chocó que insistieras en disponer tanto, que me dieras indicaciones de dónde estaban papeles, recibos, o qué hacer con unas cuestiones bancarias. Te repetía, anda papá, no me digas todo eso que no hace falta, con que lo sepas tú. Y te ponías muy serio, un poco alterado, me decías que callara y te escuchara porque era importante y te costaba trabajo hablar. Es verdad, la miastenia te estaba afectando en esos días mucho y tenías dificultad para hablar, para tragar y tenías problemas con la visión, lo que se veía claramente en el único ojo que mostrabas porque el otro, que estaba peor lo mantenías tapado con un parche, y por eso, como tú bien sabes, yo te decía cariñosamente "¡ey, mi pirata!".
Unos días después, el miércoles 10 de junio, en torno a las 14:00 horas, me sorprendió mucho recibir una llamada de mi hermano Juan Carlos. Me resistía a descolgar, sabía que esa llamada no iba a transmitirme ninguna buena, lo intuía así y no me equivoqué. Le costó trabajo comenzar a intentar decir lo que había ocurrido, ya inevitable, y yo lo ayudé a terminar; estaba destrozado mientras me hablaba, destrozado y nervioso y muy afectado, porque tuvo que estar ahí mientras sucedía todo el proceso de tu partida. Menos mal que no estuvo solo, porque también estuvo mi hermana, y claro está mamá, que también estuvo imaginando todo ese tiempo lo que sucedía al otro lado de la puerta mientras él procuraba calmarla.
Mi querido pirata, mi querido papá. Ese día a las 17:00 horas yo ya estaba en el tanatorio donde te acompañaríamos hasta el día siguiente en tu último viaje hasta el mancomunado de Chiclana para tu incineración. Cuánto dolor todo el tiempo. Se hizo todo más largo porque tuvimos que volver de nuevo ese viernes para recoger tus cenizas y depositarlas en el cenicero del cementerio; un paseo callado que hicimos todos juntos portando tu urna por turnos, siempre con mamá. Allí sigue lo que materialmente quedó de ti, en medio de unos preciosos jardines, con árboles y pájaros y un pequeño lago artificial.
Nosotros aquí seguimos, once años más viejos, once años sin olvidarte y, en mi caso, hablándote desde mis adentros. Continuamos levantando nuestro día a día, equivocándonos y acertando, cayendo y superándonos. Y como estás en cualquier parte, desde donde quiera que estés, espero que te sientas orgulloso. Te seguiría diciendo, pero el resto me lo guardo para mí, y como suelo hacer, te lo diré en privado.
Aquí seguimos, mi querido Pirata, aquí estamos.
©María José Gómez Fernández
Publicado originalmente en El Doblao del Arte.
Impresiones, Crítica, Poesía: Saciar emociones, soltar amarras, decir lo que pienso, expresar lo que parece, pisar el firme, derramar silencios...
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jueves, 11 de junio de 2020
Carta a Mi Querido Pirata. Fase 3 – Día 88, referido al 10 de junio
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