jueves, 31 de diciembre de 2020

Hasta nunca, 2020. N.N. – Día 292, 31 de diciembre

Las últimas horas de la tarde dibujan en las fachadas inciertas sombras anunciando la noche que acecha, la última noche del año, de este año que es seguro pasará a la historia por la pandemia que invadió al mundo, que lo dominó, a pesar de los incrédulos que aún la niegan y seguirán negándola. Se van descolgando las sombras por las fachadas mientras la calle comienza a presentar su habitual desolación y silencios, rotos solo por alguno que aún regresa a casa. Ahí es donde continúa la vida, simulacros de celebraciones de felicidad inexistente; no mucho que celebrar pero costumbre obliga y habrá que engalanar la mesa y brindar con lo que sea, y más tarde tomar la uva y algo de turrón, y bailar, y reír, porque en una noche como esta así venimos haciéndolo desde hace mucho tiempo. Algunos enfatizarán el ambiente con sus mejores galas cubriendo sus cuerpos, disfraces para el simulacro, para no arrumbar las costumbres ni arruinar el momento de la última noche del año.

Muchos miles de personas no podrán celebrar nada porque ya no existen.
Muchos miles de personas no estarán en condiciones de celebrar aunque podrían desearlo.
Como suele suceder, la vida se encarga de descolocarlo todo hasta los que creemos, por costumbre, que son o deben ser los mejores momentos.
Seis horas más y el año de los dos ceros intercalados habrá terminado, año de pesadillas, distópico año con valoración general negativa, a pesar de que habrá quien lo valore como un año de logros, pero esos son casos aislados.

Las calles se hacen eco de las canciones y voces que salen por las ventanas y balcones de cada casa. El egoísmo colectivo y el falserío se ha olvidado de todos los que trabajarán esta noche y de aquellos que los relevarán por la mañana: policías, bomberos y personal del entorno sanitario. Hoy nadie se acordará de ellos. No habrá aplausos ni a las ocho, ni a las diez, ni pasadas las doce, como si pasáramos página y el pasado quedara muy lejos; pero seguimos igual o peor si cabe, y aún así, por egoísmo, por querer olvidar deprisa, hoy no habrá aplausos.

Y entretanto ronroneas por mi mente, como gato cariñoso que busca el acomodo en mi regazo. No puedo apartarte de mi cabeza, tampoco quiero, pero la ausencia me invade y me atrapa, me abraza con toda sus fuerzas, como lo haríamos los dos, y para consolarme, me besa, larga y cálidamente, tu ausencia me besa.

Fin de año, maldito año, hasta nunca, 2020.

©María José Gómez Fernández

miércoles, 30 de diciembre de 2020

Último día de trabajo del año. N.N. – Día 291, 30 de diciembre

Hoy termina el año laboral para mí. El balance no es del todo malo: sigo teniendo trabajo.
Me he despedido de un compañero que está en fase de prejubilación, y ya no volveremos a coincidir con él hasta el próximo 1 de septiembre; estas cosas lo dejan a uno con el corazón pequeñito, porque es un buen compañero, buena persona, trabajador, con mucha voluntad para todo, proactivo, con sentido del humor, con gran sentido de la responsabilidad, y más cosas que ahora soy incapaz de enumerar, pero todas buenas; en fin, que gente así en los trabajos tampoco abunda. Nos dará mucho gusto volver a recibirte dentro de ocho meses y compartir contigo los últimos seis meses de trabajo antes de tu jubilación definitiva, y espero continuar ahí para verlo, señal de que habré conseguido ganar el concurso de méritos.

Cierro el año orgullosa por todo lo que he llevado a cabo. Ha sido un año complicado.

Deseo que el próximo no tengamos que aumentar las medidas de seguridad, sino al contrario reducirlas. Deseo que continuemos trabajando en buena armonía los compañeros y compañeras que formamos el pequeño equipo. Y deseo que todos los que nos necesitan estén contentos con nuestro trabajo y les hagamos mucha falta.

Adiós 2020 laboral.

©María José Gómez Fernández

Publicado originalmente en El Doblao del Arte.

martes, 29 de diciembre de 2020

Último día de vacaciones del año. N.N. – Día 290, 29 de diciembre

Hoy es mi último día de vacaciones del año, de este añito feroz y terrible, en realidad el penúltimo porque el último último será el día 31. No han sido muchos días de vacaciones, pocos, ni una semana, pero no hay que quejarse, que hay quien ha podido disfrutar de menos aún. Aunque disfrutar lo que se dice disfrutar no es lo que más he podido hacer estos días. Y no voy a contar mi vida: estudiar, preparar una memoria para un tema de trabajo, visitar médicos, comprar en supermercados, transitar a saltos por redes sociales, hablar por whatsapp, hablar por teléfono, cocinar algo, hacer dos o tres regalos -sin recibir ninguno-, encontrarme de casualidad con alguna persona conocida que hacía mucho no veía, leer, escribir e intentar despejar la cabeza descansando. ¡Y eso es todo amigos!

Descansar, cuidar de otros y continuar cuidándome porque la situación está aún peor que hace un mes, por ejemplo, y quiero seguir adelante, con salud, con los míos, porque eso es lo más importante.

Ya vendrán más años con menos obligaciones, menos restricciones, menos saturaciones, más demostraciones de emociones en persona y de viva voz, más posibilidades para hacer muchas actividades que ahora son no aconsejables o imposibles. Ya vendrá otro tiempo, y espero poder vivirlo con los míos, con salud, con plenitud. Así que hoy exprimiré hasta el último segundo del día haciendo todo lo que tenga que hacer, lo que más me guste y lo que menos me apetezca, porque ese todo constituye el presente que tengo que vivir y también quiero disfrutarlo al máximo, con los míos, con salud, con plenitud, para seguir adelante y llegar a mañana, y al próximo año.

©María José Gómez Fernández

Publicado originalmente en El Doblao del Arte.

lunes, 28 de diciembre de 2020

La otra cara de la sanidad pública. N.N. – Día 289, 28 de diciembre

Existe esa otra cara, y tanto, y alguno la habrá visto. Pondré tres ejemplos y así, de paso que lo digo públicamente me desahogo.

Anciana de 92 años acude acompañada a urgencias de un hospital porque refiere dos bultos en una pierna y teme que sean trombos; además refiere una especie de dermatitis de pañal que no termina de remitir con el tratamiento que le recetó el médico de familia la vez anterior que la tuvo. Ambas cosas, son molestas, preocupantes y dolorosas.
El personal médico de urgencias lo primero que le dice a la señora es que estas cosas no son para acudir a una urgencia de hospital, a lo que ella responde que lleva más de dos semanas intentando que le den cita telefónica con su médico de familia. Le ordenan que se suba a la camilla. Evidentemente la señora responde que no puede, y que tendrán que verla de pie -entre otras dificultades de movilidad, la anciana tiene reconocido un 65% de discapacidad-. Una vez que la ven le dicen que -vuelta Perico al torno- eso se lo tiene que mirar su médico de familia, y para la dermatitis le vuelve a recetar el mismo medicamento que ya se está aplicando. Para comprobar tanto los bultitos de la pierna como la dermatitis de pañal, entre risas, la palpan sin contemplación ninguna. La anciana sale de la consulta y del hospital -por cierto, con casi ningún paciente a la espera- y siente ganas de llorar. Todavía está pensando cómo poner una reclamación por el trato vejatorio recibido.

Joven de 20 años acude a centro de salud aquejado de no oír prácticamente nada. Son las 9 de la mañana y en el mostrador de recepción le indican que vuelva al día siguiente pero a las 8 para que puedan darle cita y lo vean en el mismo día como paciente de urgencias. Hay que aclarar que el joven lleva dos semanas intentando obtener cita para llamada telefónica pero no hay citas disponibles hasta ni se sabe cuándo. Al día siguiente acude y en el mostrador se confunden en asignación de médico por lo que le indican que a las 12 de la mañana tiene su cita y a las 9:30 lo telefonean para decirle que acuda a las 10 por la confusión. Cuando acude el personal médico lo remite a enfermería con un papel en el que no consta ni fecha ni hora. Le aconsejan que se ponga en los oídos una solución de agua oxigenada rebajada pero no le indican proporciones -a otra cosa, mariposa-. Al cabo de cuatro días acude a la consulta de enfermería donde no hay orden ni concierto y una señora de mediana edad con muy poca vergüenza se cuela a los tres primeros pacientes argumentando que solo va a hacer una pregunta. Cuando el joven entra lo atienden estupendamente y le quitan por irrigación dos tapones de los oídos indicándole que los tiene inflamados y que si en 24 horas no baja la inflamación debe acudir al médico; entre tanto que tome ibuprofeno. A las 24 horas de nuevo acude al centro de salud y en el mostrador vuelven a derivarlo a enfermería. El joven insiste y terminan dándole cita para el médico, que cuando lo atiende le receta ibuprofeno, antibiótico y un spray para mantenimiento de los oídos para usarlo siempre, dos veces a la semana. Un mes para lo que podía haberse solucionado en cinco días o menos.

Anciana de 92 años espera en su domicilio a que acuda la enfermera para realizarle una extracción de sangre y recoger una muestra de orina. La cita está concertada para las 8:12 de la mañana con indicaciones de esté usted preparada, con la mascarilla puesta y las ventanas bien abiertas, cosa que hace, pero el tiempo transcurre y el retraso de la enfermera es evidente, tanto, que hasta las 8:45 no llega al domicilio. La anciana tiene todo preparado, como en otras ocasiones, y se sienta en su butaca pero la enfermera le dice que no, que ahí no puede ella porque le duele la espalda, y que se siente en una silla, y ella misma la retira con desdén de la mesa del comedor, a lo que la anciana le dice que en esa silla no le viene bien porque le tiene que extraer del otro brazo ya que de ese lado tiene una operación por cáncer de mama y nunca se la extraen de ahí. La enfermera retira con energía otra silla y le dice que se siente. Ojo, que estará trabajando pero está en una casa ajena y eso ya le tendría que merecer un respeto, más aún, la forma de dirigirse a la paciente, que además es mayor. Saca las cosas para la extracción y las pone en la mesa, diciéndole a la señora que se suba la manga o se la quite. Le pasa una gasa sin humedecerla en alcohol por la zona donde luego pinchará y la paciente le hace la observación de que está seca a lo que la enfermera responde que el alcohol no sirve para nada, así, muy diligente ella, y le añade: "pero vamos, que usted está limpia, ¿no?". Por supuesto que sí, le responde la anciana. Y en ese momento la enfermera dice: "los usuarios tratan mal a los sanitarios" y la mujer responde "no serán todos" tras lo que la enfermera queda sin respuesta. La anciana siente que está "acojonada", literalmente, y ya ni se atreve a decirle a la enfermera que el guante que traía puesto de la calle cuando entró está roto por el dedo con el que está tocando el trozo de piel donde la pinchará para la extracción. Al instante termina, recoge todo y mientras va hacia la salida la anciana le dice: "ya te quedará poco para terminar hoy con las extracciones, ¿no?", y la enfermera, saliendo ya por la puerta, le responde: "qué va, me queda un hartón". Son las 8:50.
Cuando la anciana cierra la puerta y llega hasta la mesa observa que la enfermera se ha olvidado allí el papel identificativo donde además constaba "recoger también muestra de orina"; la orina tampoco se la ha llevado. Ya es imposible intentar dar alcance a la enfermera así que espera quince minutos a que llegue una mujer que viene a hacerle los recados y ella acerca la muestra de orina al centro de salud donde le dicen que ya no la pueden recoger porque ya han entregado todas las muestras al laboratorio, que vuelva a pedir cita al médico para que vuelva a enviarle analítica de orina; son las 9:30.
La anciana piensa escribir de su puño y letra una reclamación que será presentada en el centro de salud antes de que termine este maldito 2020, por falta de higiene y trato descarado y hasta humillante de la enfermera. Dice que si esta enfermera vuelve a su casa para atenderla, en cualquier otro momento, ella no piensa abrirle la puerta. Yo tampoco lo haría.

Tanto la anciana como el joven son dos personas muy cercanas a mí. La indignación que siento es tremenda.

©María José Gómez Fernández

domingo, 27 de diciembre de 2020

Ternura que cura. N.N. - Día 288, 27 de diciembre

Bea CANTA suavecito mientras prepara su mochila para VOLVER a su turno que comenzará en una hora, así no va con prisas porque nunca son buenas. Cuando llegue al hospital, se cambie y se enfunde su EPI continuará con la LUCHA callada que viene manteniendo desde hace meses entre las trincheras sanitarias de pasillos, respiradores, mascarillas, guantes, gafas; viendo la esperanza en la mirada de los que confían en ella y se aferran a sus ojos que sonríen dándolo todo, diciendo más, a tantos:

-¡Abuela, Antonio, Cecilia, Juan, Laura, Manuel, Felipe, aquí SEGUIMOS, saldremos de esta; ten fuerza y RESISTE!


©María José Gómez Fernández

Publicado originalmente en El Doblao del Arte.

Publicado en Cinco PalabrasRELATO DEL MES DE DICIEMBRE (V): SALVADOR AMOR, @SALVADORAMOR CANTAUTOR

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