El pasado 27 de enero se cumplió un año desde que
Antonio iniciara su viaje sin retorno, ese viaje que todos debemos hacer, incluso aquellos que no gustan de viajar. Me enteré de la noticia el mismo día por un correo electrónico y me invadió una gran tristeza y un profundo sentimiento parecido al de orfandad; además no daba crédito y era incapaz de creerlo, como si aquello fuera imposible, como si hubiera ocurrido algo que nunca tenía que ocurrir. Me quedé paralizada leyendo la línea del correo y mis ojos se inundaron de lágrimas.
Mi primer encuentro con Antonio fue en la biblioteca de la Facultad de Física de la Universidad de Sevilla. Hacía unos meses que yo había empezado a trabajar allí y él llegó a solicitar la compra de un libro. Nos saludamos y se presentó, con sencillez, como profesor del Departamento de Electrónica y Electromagnetismo, y se interesó por saber de mí -poco después supe que no era solo profesor sino que además era el Director del Departamento, pero ese detalle no lo refirió-. Gestioné la compra de varios ejemplares del libro que recomendaba para sus alumnos y cuando estuvieron disponibles en la biblioteca lo avisé por correo electrónico para que lo comunicara a sus alumnos. Su respuesta fue pronta y de sincera gratitud.
Antonio era de los profesores que habitualmente acudían a la biblioteca, o bien se comunicaban conmigo por teléfono o correo, así que pronto se estableció un trato más cercano y cordial, como si nos conociéramos desde mucho más tiempo. Los que me conocen saben que siempre intento atender las consultas lo más pronto posible, pero Antonio demostraba su gratitud y asombro porque en ocasiones, viendo la urgencia del asunto, atendía sus peticiones en días y horas no laborables, o en períodos de vacaciones.
Sé que se alegraba de verme, igual que yo de verlo a él, lo que demostraba con su sonrisa generosa. Siempre le agradecí que me escuchara y también el hecho de que valorara mi trabajo y mi profesionalidad, cosa que no todo el mundo hace. Yo siempre le hice saber de mi admiración y valoración por él porque veía que tenía ante mí a una persona excepcional y a un profesor e investigador mucho más que brillante, cosas a las que él restaba importancia.
Un buen día supe que, además de compartir el espacio de la Facultad de Física también éramos vecinos en la misma calle. Nos encontramos de casualidad, cada uno sumergido en su ir y venir doméstico y cotidiano y con sorpresa nos saludamos:
- ¡Holaaa!
- Hola Antonio, ¡qué sorpresa!, ¿qué haces por aquí?
- Es que yo vivo aquí, en esta calle.
- ¡Ah, pues yo también, en aquel edificio!
- ¡Pues entonces somos vecinos!
- ¡Jajajaja!
Estuvimos charlando un rato. Ese fue el primero de más encuentros en el barrio, donde hemos compartido charlas y algunas cervezas, solo o acompañado de Lenka o sus niños.
En verano de 2014 nos encontramos y se detuvo un rato. Tomamos una cerveza en un bar del barrio. En la breve conversación me refirió que venía del médico y que, al parecer "la cosa no pintaba bien". Le dije lo mucho que lo sentía pero al instante desvió el tema para que yo le contara sobre la reciente operación de vesícula de mi pareja. Luego alguna broma, algunas risas y nos despedimos.
Aún hoy creo verlo por los lugares donde lo solía encontrar: el parque, las calles del barrio, la avenida de Reina Mercedes, la Facultad de Física. El recuerdo me lo trae tal cual él se mostraba: alguien claro, alegre, con una luz en los ojos que translucía sonrisa y felicidad, ternura infantil y libertad; alguien de inteligencia privilegiada, gran observador y analista.
Su mujer, sus preciosos niños, su madre; su sonrisa amplia; su poncho, su chubasquero, su sombrero de paja; su mochila, sus libros, sus prisas; su vitalidad, su energía, la felicidad escrita en su rostro; sus alumnos y su interés por que no le faltaran los libros que necesitaban; su grupo de investigación y su preocupación por que tuvieran los recursos documentales necesarios y acceso a ellos; su empatía, su saber escuchar, su gran humanidad.
Si tuviera que definir sus cualidades con pocas palabras, elegiría: inteligente, docto, brillante, entrañable, cercano y sencillo, todas ellas difíciles de encontrar en el entorno Vida-Ciencia-Universidad.
Te vamos a recordar siempre, Antonio.