Evita el plagio, no copies, cita la fuente y predica con el ejemplo.
La imagen de la derecha fue elaborada por mí hace unos meses.
La imagen de la izquierda ha sido elaborada por otros hace unos días.
Ambas han sido realizadas en el entorno del trabajo para publicitar la apertura de nuestros servicios los sábados.
Lo curioso es que quienes se han inspirado en la mía para realizar la
otra no tuvieron el detalle de poner un favorito en twitter ni un me
gusta en facebook ni hacer un comentario, cosa que sí hicieron
compañeros de otras cuentas.
Llama la atención que precisamente los
que están siempre instruyendo sobre el plagio y cómo evitarlo hayan sido
los primeros en practicarlo, inspirándose en una idea plasmada en una
composición fotográfica sin ni siquiera decir a su autora qué buena idea
tuviste, la vamos a utilizar.
El mensaje que aporta una cremallera
abierta es claro, utilizarlo en una imagen se le puede ocurrir a mucha
gente pero es una casualidad que unos tengan la ocurrencia justo después
de haber visto la idea elaborada por otro, con el mensaje aplicado a la
apertura de los servicios de biblioteca el sábado, y aplicarla
exactamente para lanzar el mismo mensaje. Eso sí, la cremallera de la
imagen de la izquierda es menos llamativa y en cuanto a la composición
fotográfica y el conjunto prefiero el que yo misma elaboré, que emite
con mucha más garra, la imagen de la derecha, que por cierto ya lleva
varios meses difundiéndose en facebook y twitter.
Impresiones, Crítica, Poesía: Saciar emociones, soltar amarras, decir lo que pienso, expresar lo que parece, pisar el firme, derramar silencios...
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viernes, 4 de septiembre de 2015
Evita el plagio
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El poder de la palabra,
María José Gómez Fernández,
Plagio
jueves, 13 de agosto de 2015
Con el alma al aire: Espejismos del contratiempo
La escasa brisa de la tarde que ya escudriña la noche trae un olor marino consigo, salado, fresco y con cierta carga de humedad, con un toque de algas y arena mojada que flota en el ambiente. Es la hora mágica en la que el sol grande y anaranjado, como una enorme bola incandescente, se esconde caprichoso allá en el horizonte, entremetiendose entre cielo y mar dejando, en su marcha, todo teñido de una gama naranja amarillenta que después va tornando en rosácea y finalmente se antoja morada, cuando la oscuridad es casi completa y aún más, si unas pequeñas nubes grisáceas, en parsimonioso movimiento, adornan el conjunto que más bien parece una acuarela.
O es mi imaginación, unida a mi deseo por verme en tal escenario, que aún con los ojos abiertos, me hace ver distorsionada la realidad. Contemplando las nubes que se desplazan hacia el oeste, tropiezan mis ojos con las antenas de los edificios que se levantan junto al mío, con su grupito de vencejos buscando un hueco donde posar su incansable vuelo, y bajando la vista, en vertical, ventanas cerradas por vacaciones, persianas hacia arriba mostrando tenue luz que no avive el calor en el interior, algún vecino paseando o simplemente de regreso a casa, moviendo su persona en un andar pesaroso, como si arrastrara una carga pesada, una mini pandilla de chavales marginales que vociferan entre ellos lanzándose palabrotas mientras propinan patadas a cualquier objeto que encuentran a su paso arrollador. Ahí va también la mujer de Antonio, que irá a buscarlo a algún bar cercano. Camina con gran esfuerzo y en cada paso desploma la pierna derecha y luego la izquierda, y así va avanzando hasta llegar a su destino, que pronto tendrá que abandonar, de nuevo detrás de Antonio, como los marineros, para ir a otro puerto con bar.
O es mi imaginación, unida a mi deseo por verme en tal escenario, que aún con los ojos abiertos, me hace ver distorsionada la realidad. Contemplando las nubes que se desplazan hacia el oeste, tropiezan mis ojos con las antenas de los edificios que se levantan junto al mío, con su grupito de vencejos buscando un hueco donde posar su incansable vuelo, y bajando la vista, en vertical, ventanas cerradas por vacaciones, persianas hacia arriba mostrando tenue luz que no avive el calor en el interior, algún vecino paseando o simplemente de regreso a casa, moviendo su persona en un andar pesaroso, como si arrastrara una carga pesada, una mini pandilla de chavales marginales que vociferan entre ellos lanzándose palabrotas mientras propinan patadas a cualquier objeto que encuentran a su paso arrollador. Ahí va también la mujer de Antonio, que irá a buscarlo a algún bar cercano. Camina con gran esfuerzo y en cada paso desploma la pierna derecha y luego la izquierda, y así va avanzando hasta llegar a su destino, que pronto tendrá que abandonar, de nuevo detrás de Antonio, como los marineros, para ir a otro puerto con bar.
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sábado, 8 de agosto de 2015
Con el alma al aire: El contratiempo (2)
Estoy segura de que en más de una ocasión has sentido la impotencia y la frustración que yo ahora siento; querer hacer cosas y no poder, y para colmo, por un estúpido e imprudente contratiempo.
Cómo puede condicionar tanto algo que ocurre en unos segundos y después necesita días para volver a recuperar, al menos, el punto del que partió. Así que, aquí estoy, no sólo perjudicando y fastidiando mis propios y escasos planes de vacaciones, sino también los deseos de mi madre por vernos y estar acompañada, y los de mis hijos, que no tienen más remedio que acomodarse al lento transcurso de mi recuperación. Necesitar que te echen una mano, nunca mejor dicho, para comprar, cocinar, recoger, ordenar, y para cosas simplísimas y acciones cotidianas, que de otro modo no valorarías su complicación y el esfuerzo que requieren, como vestirte, desvestirte, lavarte, abrir el desodorante y aplicártelo, poner pasta en el cepillo de dientes, desenchufar el cargador del móvil, y así, un sinfín de actividades personales y no personales que se convierten en un auténtico reto, como por ejemplo, manejar el ordenador o escribir un manuscrito.
Obviamente escribo con la mano izquierda. No tengo la precisión y velocidad que tendría si lo hiciera con la derecha, pero me apaño con dignidad. La letra resultante tiene un trazo que parecería haber sido realizado por un niño de nueve o diez años, pero se entiende bastante bien al leerla.
¡A mi edad y haciendo pruebas de caligrafía! Como desde muy pequeña he tenido problemas de quistes en los escafoides de ambas manos, hace mucho determiné aplicarme y aprender a escribir con la mano izquierda ya que la derecha estaba perjudicada más a menudo. Así, en el colegio y después en el instituto y en la universidad he utilizado la izquierda en incontables ocasiones para realizar ejercicios y trabajos, y sobre todo para tomar apuntes. Nunca he debido usarla tantos días seguidos como ahora, así que se podría decir que además de practicar está desarrollando una inusual destreza.
Mi sentido de la precaución también se ha propuesto ser más diestro para evitar accidentes como éste, que por un descuido ha tenido la consecuencia de aplastar y arrastrar un cristal en mi mano, que luego ha quedado desgarrada.
Casi quince días después de un instante de descuido me han confirmado que no perderé el trozo de carne, pero no me pueden decir cuántos días más estará inutilizada la mano. Lo que está claro es que este contratiempo ha dado al traste con un mes de vacaciones y ha defraudado las expectativas e ilusiones propias y ajenas.
El paracetamol va haciendo su efecto y ahora agradezco que me duela menos la herida, aunque no puedo decir lo mismo de sus consecuencias, que esas, desafortunadamente, no se matizan tomando un paracetamol.
Cómo puede condicionar tanto algo que ocurre en unos segundos y después necesita días para volver a recuperar, al menos, el punto del que partió. Así que, aquí estoy, no sólo perjudicando y fastidiando mis propios y escasos planes de vacaciones, sino también los deseos de mi madre por vernos y estar acompañada, y los de mis hijos, que no tienen más remedio que acomodarse al lento transcurso de mi recuperación. Necesitar que te echen una mano, nunca mejor dicho, para comprar, cocinar, recoger, ordenar, y para cosas simplísimas y acciones cotidianas, que de otro modo no valorarías su complicación y el esfuerzo que requieren, como vestirte, desvestirte, lavarte, abrir el desodorante y aplicártelo, poner pasta en el cepillo de dientes, desenchufar el cargador del móvil, y así, un sinfín de actividades personales y no personales que se convierten en un auténtico reto, como por ejemplo, manejar el ordenador o escribir un manuscrito.
Obviamente escribo con la mano izquierda. No tengo la precisión y velocidad que tendría si lo hiciera con la derecha, pero me apaño con dignidad. La letra resultante tiene un trazo que parecería haber sido realizado por un niño de nueve o diez años, pero se entiende bastante bien al leerla.
¡A mi edad y haciendo pruebas de caligrafía! Como desde muy pequeña he tenido problemas de quistes en los escafoides de ambas manos, hace mucho determiné aplicarme y aprender a escribir con la mano izquierda ya que la derecha estaba perjudicada más a menudo. Así, en el colegio y después en el instituto y en la universidad he utilizado la izquierda en incontables ocasiones para realizar ejercicios y trabajos, y sobre todo para tomar apuntes. Nunca he debido usarla tantos días seguidos como ahora, así que se podría decir que además de practicar está desarrollando una inusual destreza.
Mi sentido de la precaución también se ha propuesto ser más diestro para evitar accidentes como éste, que por un descuido ha tenido la consecuencia de aplastar y arrastrar un cristal en mi mano, que luego ha quedado desgarrada.
Casi quince días después de un instante de descuido me han confirmado que no perderé el trozo de carne, pero no me pueden decir cuántos días más estará inutilizada la mano. Lo que está claro es que este contratiempo ha dado al traste con un mes de vacaciones y ha defraudado las expectativas e ilusiones propias y ajenas.
El paracetamol va haciendo su efecto y ahora agradezco que me duela menos la herida, aunque no puedo decir lo mismo de sus consecuencias, que esas, desafortunadamente, no se matizan tomando un paracetamol.
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miércoles, 5 de agosto de 2015
Con el alma al aire: El contratiempo (1)
El mayor desafío en ese momento fue afrontar otro nuevo contratiempo. Añadir, a la escasa mira de planes y a la estrechez de tiempo, un inoportuno accidente se tornó en un revés, un auténtico mazazo preocupante. Carecía de sentido lamentar el infortunio que suponía para las aún añoradas vacaciones cuando lo realmente lamentable era el accidente en sí, la curación adecuada de la herida y el deseo de que no tuviera mayores consecuencias que romper el rítmo aletargado y caprichoso que ofrecieran los días libres.
Lo primero era aceptar, después, lidiar con la resolución de atender lo mejor posible la última semana de trabajo antes de las vacaciones. En paralelo, se trataba de convivir con la herida y atenderla debidamente, con ayuda de los consejos del médico y las curas en el centro de salud, las incomodidades para el devenir diario, las incapacidades para hacer las cosas más simples, y el dolor tremendo y cruel de ese tajazo en la mano, del tamaño de una moneda de cinco céntimos y con la forma de una herradura, pero de la mala suerte.
Mala y maldita la suerte de ese instante en el que la mano quedó, por torpeza y descuido pero sin intención, desgarrada. Ahora, una vez cosida por el personal de urgencias del Hospital Vírgen del Rocío, y ya en casa, en las primeras horas, el dolor le retorcía los sentidos, de tal forma que, con ayuda del potente analgésico logró rendirse al sueño reparador.
Lo primero era aceptar, después, lidiar con la resolución de atender lo mejor posible la última semana de trabajo antes de las vacaciones. En paralelo, se trataba de convivir con la herida y atenderla debidamente, con ayuda de los consejos del médico y las curas en el centro de salud, las incomodidades para el devenir diario, las incapacidades para hacer las cosas más simples, y el dolor tremendo y cruel de ese tajazo en la mano, del tamaño de una moneda de cinco céntimos y con la forma de una herradura, pero de la mala suerte.
Mala y maldita la suerte de ese instante en el que la mano quedó, por torpeza y descuido pero sin intención, desgarrada. Ahora, una vez cosida por el personal de urgencias del Hospital Vírgen del Rocío, y ya en casa, en las primeras horas, el dolor le retorcía los sentidos, de tal forma que, con ayuda del potente analgésico logró rendirse al sueño reparador.
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El contratiempo
martes, 14 de julio de 2015
Sentada al borde de tu lecho
Tantas veces me asoma
a la memoria
el lamento de tu agonía,
lacerante, macilenta;
y tu llanto
de huracanes y tormentas,
de mares desbordados;
y tu enojo
de lava disparada
por cráteres de volcanes,
malhablados y enfurecidos;
y tu dolor
que te resquebraja y te parte,
haciendo temblar
tus entrañas
allá, desde la tierra firme
hasta los abismos marinos.
Tantas veces me asoma
a la memoria
el deterioro enorme
de tu extrema belleza,
vilipendiada y ajada,
que me espanta el sueño,
que me aleja el hambre
y la gana.
Me aterra saberte cada vez más enferma,
agonizante, tal vez, en algunas décadas,
y nosotros, impotentes,
reclamando un tratamiento
que si llega será tarde.
Quisiera equivocarme...
Añoro las estampas,
que tantas veces asoman
a mi memoria,
que aún nos ofreces
en tus bosques, cada vez más escasos,
en tus cristalinas aguas recónditas,
tus parajes polares
de blanco coronados.
Y te miro y te miro,
sentada al borde de tu lecho:
el jadeo de tu respiración trabajosa,
tus agitados sueños,
y me dueles y me duele,
convulsionando contigo.
Se me llenan los ojos de lágrimas
al verte sufrir,
como se sufre por una madre.
Por aliviarte
haré todo lo que pueda,
aunque no consiga sanarte,
y estaré a tu lado
entre tanto...
deleitándome con el azul de tu sonrisa
que aún puedo ver asomar por las rendijas...
a la memoria
el lamento de tu agonía,
lacerante, macilenta;
y tu llanto
de huracanes y tormentas,
de mares desbordados;
y tu enojo
de lava disparada
por cráteres de volcanes,
malhablados y enfurecidos;
y tu dolor
que te resquebraja y te parte,
haciendo temblar
tus entrañas
allá, desde la tierra firme
hasta los abismos marinos.
Tantas veces me asoma
a la memoria
el deterioro enorme
de tu extrema belleza,
vilipendiada y ajada,
que me espanta el sueño,
que me aleja el hambre
y la gana.
Me aterra saberte cada vez más enferma,
agonizante, tal vez, en algunas décadas,
y nosotros, impotentes,
reclamando un tratamiento
que si llega será tarde.
Quisiera equivocarme...
Añoro las estampas,
que tantas veces asoman
a mi memoria,
que aún nos ofreces
en tus bosques, cada vez más escasos,
en tus cristalinas aguas recónditas,
tus parajes polares
de blanco coronados.
Y te miro y te miro,
sentada al borde de tu lecho:
el jadeo de tu respiración trabajosa,
tus agitados sueños,
y me dueles y me duele,
convulsionando contigo.
Se me llenan los ojos de lágrimas
al verte sufrir,
como se sufre por una madre.
Por aliviarte
haré todo lo que pueda,
aunque no consiga sanarte,
y estaré a tu lado
entre tanto...
deleitándome con el azul de tu sonrisa
que aún puedo ver asomar por las rendijas...
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