Consiguió trabajo en la presa y compró la casa de sus sueños junto al río. Hacía tiempo que no llovía así. Aquella madrugada mientras dormía la presa reventó y el agua arrasó todo a su paso. El agua que le permitía ganarse el sustento ahora también le arrebataba la vida.
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Presentado al Concurso de Microrrelatos convocado por La Red de Bibliotecas Municipales de Cartagena, en su 5ª edición de El tamaño no importa, léelo.
Impresiones, Crítica, Poesía: Saciar emociones, soltar amarras, decir lo que pienso, expresar lo que parece, pisar el firme, derramar silencios...
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miércoles, 8 de mayo de 2013
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martes, 30 de abril de 2013
NO TITLE-NO SUBJECT-NO: RECOLECTA, 25 de Febrero, 2004
Al lado del silencio
piel que mi piel roza,
manos que me aferran,
embestidas
de tu cuerpo en el mío
me poseen:
siento que vibro
desvanecida
de deseo ardiente,
mi vientre invadido,
mis pechos en vaivén
acelerado;
tú al galope
en mis caderas...
Te miro de soslayo,
los ojos entornados
por el placer inmenso.
No quiero más
salvo saberte amado
como yo me siento.
No puedo amar más
salvo a tí.
Escóndeme en tus brazos,
cállame con tus labios
en los míos.
Destruye mis pensamientos
cuando se atreven
a desvariar que podría perderte.
Amor mío...
no sé cómo decirte
todo lo que te siento,
todo lo que te quiero.
Incluso más allá de la muerte.
piel que mi piel roza,
manos que me aferran,
embestidas
de tu cuerpo en el mío
me poseen:
siento que vibro
desvanecida
de deseo ardiente,
mi vientre invadido,
mis pechos en vaivén
acelerado;
tú al galope
en mis caderas...
Te miro de soslayo,
los ojos entornados
por el placer inmenso.
No quiero más
salvo saberte amado
como yo me siento.
No puedo amar más
salvo a tí.
Escóndeme en tus brazos,
cállame con tus labios
en los míos.
Destruye mis pensamientos
cuando se atreven
a desvariar que podría perderte.
Amor mío...
no sé cómo decirte
todo lo que te siento,
todo lo que te quiero.
Incluso más allá de la muerte.
lunes, 8 de abril de 2013
Con el alma al aire: Amanece el barrio
Parir las horas de un domingo se vuelve lento y hasta tedioso. Hay que inventar un entramado de ilusiones para avanzar los minutos compaginando con esas obligaciones que te cuelgan por herencia de siglos, por narices. Axi se asoma a la ventana para tomar un respiro: unos pasean a los perros, otros empujan un carrito de bebé, algún niño monta en bicicleta, un matrimonio de abuelos vuelve del parque, el indigente rebusca en los contenedores de la basura sin importarle quién pueda verlo, un grupo de amigos camina hacia el bar de la calle de atrás. Parece que el barrio va cobrando color y forma ahora que está bien entrada la mañana.
-Tendré que ir a comprar pan –piensa Axi con cierta pereza, porque no tiene muchas ganas de pisar la calle-.
Al otro lado de la plaza la ventana de María parece haber retenido el tiempo en ella, siempre a la misma altura, ni levantada ni bajada, justo a un palmo del alféizar, como si nadie habitara tras ella, pero sí. Axi la mira durante un buen rato mientras se pregunta cómo terminarían ayer las cosas entre Martín y María, o cómo habrán empezado esta mañana. Siente un pellizco por dentro porque no vaticina nada bueno.
María se retiró temprano, casi al poco de atardecer, aburrida hasta el hastío de estar sola o con algún amigo, pero sola. Martín agrandó la tarde y la estiró como chicle hasta confundirla con la noche y la madrugada, y a la primera oportunidad escabulló el bulto con un par de conocidos de barra para seguir la parranda, pero sin María. Como otras tantas veces agotó un bar y otro hasta cerrarlos, entre risotadas y canturreos, picoteando escasamente un aperitivo compartido, sin mayores consideraciones que sus propios intereses y caprichos. Con el cansancio y la bebida de más a cuestas, como la chaqueta al hombro, finalmente regresó a casa, creyendo que evitaba hacer ruidos que pudieran despertar a María, cayendo en la cama casi sin desvestir, y durmiendo con aplomo entre vapores etílicos que por la mañana le cambiarían el humor hasta la primera cerveza en el bar, con María cerca, aparentando la normalidad de la felicidad estable, pero reviviendo flash a flash los fogonazos de flirteo vacío, los besos de plástico recibidos, las palabras agolpadas que se derraman sin contenido en conversaciones imposibles de recordar.
Partes completas: Con el alma al aire
-Tendré que ir a comprar pan –piensa Axi con cierta pereza, porque no tiene muchas ganas de pisar la calle-.
Al otro lado de la plaza la ventana de María parece haber retenido el tiempo en ella, siempre a la misma altura, ni levantada ni bajada, justo a un palmo del alféizar, como si nadie habitara tras ella, pero sí. Axi la mira durante un buen rato mientras se pregunta cómo terminarían ayer las cosas entre Martín y María, o cómo habrán empezado esta mañana. Siente un pellizco por dentro porque no vaticina nada bueno.
María se retiró temprano, casi al poco de atardecer, aburrida hasta el hastío de estar sola o con algún amigo, pero sola. Martín agrandó la tarde y la estiró como chicle hasta confundirla con la noche y la madrugada, y a la primera oportunidad escabulló el bulto con un par de conocidos de barra para seguir la parranda, pero sin María. Como otras tantas veces agotó un bar y otro hasta cerrarlos, entre risotadas y canturreos, picoteando escasamente un aperitivo compartido, sin mayores consideraciones que sus propios intereses y caprichos. Con el cansancio y la bebida de más a cuestas, como la chaqueta al hombro, finalmente regresó a casa, creyendo que evitaba hacer ruidos que pudieran despertar a María, cayendo en la cama casi sin desvestir, y durmiendo con aplomo entre vapores etílicos que por la mañana le cambiarían el humor hasta la primera cerveza en el bar, con María cerca, aparentando la normalidad de la felicidad estable, pero reviviendo flash a flash los fogonazos de flirteo vacío, los besos de plástico recibidos, las palabras agolpadas que se derraman sin contenido en conversaciones imposibles de recordar.
Partes completas: Con el alma al aire
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Con el alma al aire
jueves, 4 de abril de 2013
Con el alma al aire: De vuelta (2)
Se despidieron del grupo de conocidos y subieron a casa mientras el bar empezaba a recoger para cerrar pronto sus puertas. Otros ya se habían retirado un rato antes, y el resto de clientes lo iba haciendo poco a poco.
El silencio de la noche se rompía a intervalos por la sirena de una ambulancia que enfilaba camino al hospital Virgen del Rocío con gran velocidad. Para la gente del barrio un sonido familiar que podía oírse de día y de noche pero que en la noche podía desgarrar y levantar inquietud, clamando desde la oscuridad como el grito del que pide ayuda con desespero. La sirena con su acompasado ritmo fue alejando su reclamo hasta que finalmente dejó de oírse y de nuevo se instauró el silencio, tan sólo roto por algún coche pasando por la avenida, por el eco de la conversación de algún transeúnte.
De los altavoces del ordenador fluía la música suave con volumen adecuado para no distorsionar la magia de la estancia, iluminada por una tenue luz de vela cuya llama cambiaba de forma y tamaño a voluntad. Una copa de licor, un baile lento, miradas cómplices y el lenguaje corporal ponían la guinda al espacio y al momento íntimo. Unas horas después, consumido el licor, apagada la vela, la música susurrando al fondo, el cansancio hizo mella y el sueño los embargó sin preguntar.
Las primeras horas de la mañana los sorprendió acomodados entre sábanas, con las primeras luces filtrándose por los agujeritos de la persiana. Con los ojos llenos de sueño y el cuerpo perezoso se permitieron un rato más.
Partes completas: Con el alma al aire
El silencio de la noche se rompía a intervalos por la sirena de una ambulancia que enfilaba camino al hospital Virgen del Rocío con gran velocidad. Para la gente del barrio un sonido familiar que podía oírse de día y de noche pero que en la noche podía desgarrar y levantar inquietud, clamando desde la oscuridad como el grito del que pide ayuda con desespero. La sirena con su acompasado ritmo fue alejando su reclamo hasta que finalmente dejó de oírse y de nuevo se instauró el silencio, tan sólo roto por algún coche pasando por la avenida, por el eco de la conversación de algún transeúnte.
De los altavoces del ordenador fluía la música suave con volumen adecuado para no distorsionar la magia de la estancia, iluminada por una tenue luz de vela cuya llama cambiaba de forma y tamaño a voluntad. Una copa de licor, un baile lento, miradas cómplices y el lenguaje corporal ponían la guinda al espacio y al momento íntimo. Unas horas después, consumido el licor, apagada la vela, la música susurrando al fondo, el cansancio hizo mella y el sueño los embargó sin preguntar.
Las primeras horas de la mañana los sorprendió acomodados entre sábanas, con las primeras luces filtrándose por los agujeritos de la persiana. Con los ojos llenos de sueño y el cuerpo perezoso se permitieron un rato más.
Partes completas: Con el alma al aire
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De vuelta
Con el alma al aire: De vuelta (1)
Tras realizar la llamada prometida comprobó los mensajes en el buzón de voz del teléfono; tan sólo había dos llamadas, nada de interés, una de número no identificado y otra de un móvil que no sabía de quién era; ningún mensaje pendiente de escuchar. Dejó el teléfono en la base y se apresuró a deshacer el equipaje, como tantas veces había hecho y como tantas otras tendría todavía que hacer. Revisó las habitaciones, cerró bien las ventanas, conectó el aire acondicionado para calentar la casa. Miró la hora, buscó el cargador del móvil, lo enchufó, encendió un cigarro, comprobó de cuánto dinero disponía, preguntó a sus hijos:
-¿Queréis que pida unas pizzas a Angelita?
-Bueno... -dijo el mayor dubitativo-, pero si va a tardar mucho, entonces no, porque tengo hambre.
-¡¡¡Síiii!!! -exclamó el pequeño haciendo fiestas a la propuesta- ¡tengo muchas ganas de comer pizza!
-Claro, es que hace ya unos cuantos días que no las comemos -dijo Axi-. Bien pues bajo y en cuanto las tenga preparadas os las traigo. Nosotros igual tomamos algo abajo, ¿no os importa?
-No mamá -respondieron los dos-, pero a ver, porque después dices que estás cansada... -completó el mayor-
Había poca gente por la calle, al menos en el barrio, seguramente a causa de la crisis, pero también porque había partido de fútbol. En el bar sí que había más gente, estaba lleno de forofos que no podían ver ese partido en casa porque no tenían Canal Plus y allí mataban el tiempo del encuentro consumiendo sólo lo que pudieran pagar, que la cosa no estaba para tirar la casa por la ventana.
Veinte minutos después estaban las pizzas listas para llevar y de inmediato Marc las subió a casa, bajó de nuevo y tomaron allí algo para cenar y de paso despejaron la cabeza charlando y riendo con un grupo de gente divertida, habitual del sitio.
-Ya se os echaba de menos -dijo Nadia-
-¡Hombre, menos mal que aparecéis! -añadió Sete-
Casi a punto de dar las diez y media, la noche estaba empezando, y aunque se encontraban junto a casa y volverían pronto, una brisa renovada y fresca se dejó sentir en sus rostros, augurando un rato distendido, de esos que luego gusta recordar.
Partes completas: Con el alma al aire
-¿Queréis que pida unas pizzas a Angelita?
-Bueno... -dijo el mayor dubitativo-, pero si va a tardar mucho, entonces no, porque tengo hambre.
-¡¡¡Síiii!!! -exclamó el pequeño haciendo fiestas a la propuesta- ¡tengo muchas ganas de comer pizza!
-Claro, es que hace ya unos cuantos días que no las comemos -dijo Axi-. Bien pues bajo y en cuanto las tenga preparadas os las traigo. Nosotros igual tomamos algo abajo, ¿no os importa?
-No mamá -respondieron los dos-, pero a ver, porque después dices que estás cansada... -completó el mayor-
Había poca gente por la calle, al menos en el barrio, seguramente a causa de la crisis, pero también porque había partido de fútbol. En el bar sí que había más gente, estaba lleno de forofos que no podían ver ese partido en casa porque no tenían Canal Plus y allí mataban el tiempo del encuentro consumiendo sólo lo que pudieran pagar, que la cosa no estaba para tirar la casa por la ventana.
Veinte minutos después estaban las pizzas listas para llevar y de inmediato Marc las subió a casa, bajó de nuevo y tomaron allí algo para cenar y de paso despejaron la cabeza charlando y riendo con un grupo de gente divertida, habitual del sitio.
-Ya se os echaba de menos -dijo Nadia-
-¡Hombre, menos mal que aparecéis! -añadió Sete-
Casi a punto de dar las diez y media, la noche estaba empezando, y aunque se encontraban junto a casa y volverían pronto, una brisa renovada y fresca se dejó sentir en sus rostros, augurando un rato distendido, de esos que luego gusta recordar.
Partes completas: Con el alma al aire
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