Los hombres iban calle abajo dando un traspiés tras otro y tambaleando sus figuras hacia todos lados. Intercambiaban el cigarrillo y la botella, y también palabras, en un intento de conversación.
Dos pasos por delante, la chica les hacía risas inconexas, como interviniendo en la cháchara, y aprovechaba para entremeter un pique entre ellos, metiendo baza por el placer de verlos encararse por nada; y otra risotada con aspavientos, arqueando el cuerpo de tal modo que parecía que en cualquier momento iba a caer de bruces, o de espaldas. La oscuridad no dejaba apreciar su rostro poco agraciado, aunque sí sus piernas arqueadas, que le otorgaban una comicidad lastimera porque parecía que iban a fallarle en su trabajoso caminar, interrumpido por pausas para recomponerse en su empeño por no hacer evidente lo perjudicada que ya iba a causa de la bebida, y así, sostenía la botella y la empuñaba, y con fuerza la empinaba, trago a trago, entre risas escandalosas.
De soslayo miraba a sus escoltas, como insinuándose, y con dificultad, aún miraba más atrás de ellos, para constatar que un tercer hombre los seguía; el mismo que pretendía no ser descubierto, los espiaba con cara de rabia, que suavizaba a lingotazos rápidos para luego continuar caminando, tropezando con sus propios pies o con cualquier desnivel del asfalto; y la botella en la mano.
El esperpéntico cortejo se detuvo y la chica, que disfrutaba el momento, fue alcanzada por las temblorosas manos de sus escoltas. Su particular espía -novio- continuó hasta alcanzarlos. La chica, muy segura, lo retó a unirse al grupo y él no se lo pensó.
Teresa ya empezaba a sentir náuseas por el espectáculo soez y grotesco, rayano en show repugnante. ¡A buena hora se le ocurrió descansar del estudio y asomarse a la ventana!. El caso es que, a pesar del asco que le producía la escena, como atraída por el abismo, no podía dejar de observar, de analizar: El Pesca, El Nanas, La Chata y El Desden (por desdentado), conocidos donnadies de la zona y alguno expresidiario, estaban ofreciendo toda una sesión de porno callejero barriobajero.
Teresa no pudo soportar más la vomitera que le producía la orgía, se apartó de la ventana y llamó a la policía, con la esperanza de que pusiera fin al asqueroso espectáculo. Se preguntaba si para la miserable vida de estos despojos de persona tendría cabida un posible horizonte.
©Unsplash, libre de derechos |
Publicado para #relatosHorizonte de @divagacionistas (marzo 2018).
No hay comentarios:
Publicar un comentario