Después de la cena y un rato de asueto en la sala común, se disponían
para retirarse. Cada cual iba entrando en su cubículo tras abandonar la fila.
Las puertas se iban cerrando con estruendo de herrumbre entrechocada. Luego
sonaba, una a una, cada llave entrando, girando y saliendo de su cerradura. Por
último se apagaba la luz y la oscuridad se podía notar como un fino velo.
Las cerraduras calladas y cerradas, y la oscuridad serena hablaban de libertad;
eran preámbulo del momento especial y mágico del día, el que le permitía evadir,
eludir, volar a otro lugar, suspirar hondo y perderse en los detalles
inventados, pensados, y también en los vividos en otros tiempos, tal vez
mejores, o no, pero sin duda más arriesgados, en los que cada segundo se
revestía de temeridad, se aliñaba de celeridad, se acompañaba de riesgo y tenía
sabor de peligro, olor a placer, a ratos contenido, a ratos desatado. ¡Ah, esos
tiempos no tan lejanos! Tiempos duros pero felices, pensados para sobrevivir
mientras soñaba con dejar de vivir al límite por unas horas, mientras alguna
chica le dedicaba una mirada cadenciosa e insinuante, le lanzaba un beso desde
la barra del pub, le regalaba su encanto en privado a cambio de saberse entre los
brazos del más buscado, lo que lo hacía aún más deseado.

Este momento del día, ya de noche, le hacía sentir de nuevo aquellos labios
carnosos recorriendo su torso y los dedos de uñas rojas afiladas arañando en
cosquilleos circulares sus nalgas.
Tumbado en su escueto colchón, para no olvidar, trataba de dibujar una y otra
vez el lugar exacto donde ocultaba la mochila, su único medio de vida cuando
terminara su maldita y obligada estancia. La mochila y el dinero se instalaban
en el centro de sus pensamientos antes de empezar a relajarse y entregarse al
sueño de cada noche; se adueñaban de él, casi podía tocar las monedas y los
billetes, contarlos, olerlos, y con ese olor peculiar viajaba cada
noche a un lugar y de un modo diferente mientras dormía.
Por la mañana temprano, con las primeras luces, las cerraduras volvían a sonar para
abrirse y hablaban de barrotes, de otra realidad, de horas añoradas, de libertad
perdida y ansiada.