lunes, 7 de septiembre de 2020

Hay que saber decir adiós. N.N. – Día 175, 5 de septiembre

Todo tiene un principio y un final. Nos mostramos más entusiastas ante los inicios de algo y sin embargo, cuando se termina, normalmente, nos cuesta asimilarlo, interiorizar que se ha acabado.
Nos ocurre con algunas estaciones del año, sobre todo el verano, ahí, al final del verano como que nos ponemos nostálgicos, y esto es sentir del común de los mortales. Nos sucede con el amor, que nos deja fuera de sitio, rotos, también aliviados en otros casos. Nos sucede con los hijos que se van de casa y pasamos por el síndrome del nido vacío. Ocurre con un trabajo, más aún si después de su final uno no tiene otra oferta. Podríamos ir recorriendo mil cosas cotidianas y veríamos que también es así: una casa que compras y luego vendes, un objeto de recuerdo que se rompe, un libro que prestaste y nunca te fue devuelto, un delicioso plato de comida.
A todo tenemos que saber decir adiós, aunque nos cueste más o menos, pero es preciso y sano saber cerrar esa puerta cuando se trata de cuestiones irreversibles, interiorizar que terminó, asumirlo y continuar con la vida, porque la vida sigue.
Ayer fue uno de esos días en los que decir adiós me produjo tristeza, gran tristeza y hasta dolor. Cuando tienes que decir adiós y no te habías preparado para ello porque es algo inesperado, es más costoso hacerlo.
Tuve que decir adiós a mi camada de gatitos y su mamá, que había estado vigilando para que pudieran crecer y poder ser autónomos. Se afincaron en la jardinera del edificio, ella herida en una pata y con sus crías de un mes, aproximadamente. Agua, comida, estar pendiente de que ninguna cría se escapara o cayera a la calle y corriera una suerte no deseada. Todo bien hasta ayer, cuando tristemente comprobé que ninguno de ellos aparecía por parte alguna después de casi 24 horas, y lo definitivo fue encontrar apilados sus recipientes de agua y comida en un rincón del poyete de la jardinera. Estaba claro. Alguien los había hecho desaparecer pero desconozco la suerte que habrán podido correr, aunque la puedo intuir. Nadie que se hubiera hecho cargo de ellos, todos juntos -cosa difícil- habría dejado allí, bien a la vista, los cacharritos de la comida y del agua; estaban puestos a conciencia como un mensaje, una señal. Hay que ser mala persona para hacer desaparecer a unos pobres animalitos sin darles más oportunidad. 
Pensar que ahora eran libres de cualquier peligro era lo único que podía consolar la tristeza que me invadió. Ahora, cada vez que entro o salgo del edificio, no puedo evitar mirar hacia el rincón de la jardinera donde han estado todos estos días.
Rumiaba esa tristeza y la suerte que habrían corrido cuando me dieron la noticia de la muerte de un vecino del edificio de al lado. Me quedé hundida. Sabía que estaba enfermo pero no tenía idea de que hubiera empeorado, es más, el mes pasado lo vi por la calle varias veces y nos saludamos. José Antonio, El Oreja -por su parecido con el Príncipe Carlos de Inglaterra-, un hombre bueno, divertido, de los que van de frente, que no es tan frecuente hoy, buen amigo, una buena persona, otra más que el cáncer nos arrebató. Intenté consolarme con la idea de que también él ahora era libre, libre de la enfermedad y del dolor, pero es difícil, y aunque se termine asumiendo, cuando se trata de una pérdida así, aunque hay que saber decir adiós, es difícil hacerlo. D.E.P. amigo, y vuela alto.

©María José Gómez Fernández

viernes, 4 de septiembre de 2020

Todos eran sus libros: un relato bibliográfico de Rosa Montero. N.N. – Día 174, 4 de septiembre

María sacude la cabeza en un intento de despejarla, como los perros cuando se sacuden tras aliviar su estrés. Mientras trabaja desde casa está esperando que den las 7 de la tarde en su reloj, las 7 de la tarde, hora de España, la hora mágica de este tiempo de encierro, que para algunos parece que fueran LOS TIEMPOS DEL ODIO, porque con la pandemia, la confusión generada por unos y otros políticos, famosos, los medios de comunicación, gente de a pie que dilapida en redes sociales, el mundo entero parece estar enfrentado, sufriendo y enfrentado, los negacionistas y los que siguen las recomendaciones y las normas. María se pregunta qué posición habría tomado Bárbara ante estas corrientes de opinión, qué habría hecho y contra quién habría arremetido, como ya lo hizo BÁRBARA CONTRA EL DOCTOR COLMILLOS; María se pregunta cuáles habrían sido en esta situación LAS BARBARIDADES DE BÁRBARA.

Pero para María las 7 de la tarde es la hora de LA BUENA SUERTE en la que se entrega y escucha embelesada LO MEJOR DE ROSA MONTERO, como si fueran ENTREVISTAS, pero no, es mucho más, es LA VIDA DESNUDA porque Rosa abre su puerta y sus ventanas a todo el que quiera oírla y verla a través de Facebook, y responde a las preguntas y comentarios a los que siguen el directo. Mientras la escucha y la ve, María se dice, que ya podrían muchos periodistas tomarla como modelo para afinar EL ARTE DE LA ENTREVISTA: 40 AÑOS DE PREGUNTAS Y RESPUESTAS son toda una experiencia nada desdeñable.

Ya es casi la hora, contando los segundos para que comience la emisión. Desde que sigue estos vivos María siente que despierta LA LOCA DE LA CASA y ahora vuelve a escribir, pero los miércoles y los sábados, a las 7 de la tarde, ESCRIBE CON ROSA MONTERO. Se lo ha propuesto, y dedica cada día un tiempo concreto a escribir lo que oye, lo que ve, lo que lee, lo que procesa, lo que la rodea, lo que la imaginación le ofrece; escribir sobre viajes, los que no ha podido hacer y los pocos que ha hecho, viajes vividos a través de lo referido por amigos cuando han vuelto, como EL VIAJE FANTÁSTICO DE BÁRBARA, o conocidos a través de las fotografías que tomaron, instantáneas que quedan para siempre en el recuerdo, como las ESTAMPAS BOSTONIANAS Y OTROS VIAJES.
Escribir, fotografiar la vida utilizando la palabra, porque la palabra es poderosa y sirve para denunciar, para luchar; la palabra puede ser como el TEMBLOR que produce un terremoto; escribir sobre mi país, que también se lo merece, ESPAÑA PARA TI... PARA SIEMPRE, sobre todo con lo que hemos vivido en los últimos CINCO AÑOS DE PAÍS, que darían para escribir hasta sobre nuestro rey emérito, pero no precisamente la HISTORIA DEL REY TRANSPARENTE, porque ha demostrado que para nada puede ser calificado como transparente.
Escribir unas necesarias INSTRUCCIONES PARA SALVAR EL MUNDO.
Escribir y no parar, todos los días, como el que practica un deporte, escribir sobre los HOMBRES (Y ALGUNAS MUJERES), qué digo algunas, muchas, escribir HISTORIAS DE MUJERES, escribir sobre NOSOTRAS: HISTORIAS DE MUJERES Y ALGO MÁS, como las relaciones, el amor, AMADO AMO, o aquel amante que no hacía más que decir a su objeto de deseo TE TRATARÉ COMO A UNA REINA, su amada y su obsesión, aquella mujer BELLA Y OSCURA, aquella mujer que tenía dominado EL CORAZÓN DEL TÁRTARO, con tanto magnetismo y tan salvaje como LA HIJA DEL CANÍBAL; escribir sobre LA CARNE, la pasión y el sexo como vínculo de una relación que no tendrá un proyecto sólido sobre el que crecer; escribir sobre las PASIONES: AMORES Y DESAMORES QUE HAN CAMBIADO LA HISTORIA, los AMANTES Y ENEMIGOS: CUENTOS DE PAREJAS; o escribir sobre la otra cara del amor, escribir una CRÓNICA DEL DESAMOR.

María se dice a sí misma “me gustaría escribir sobre EL AMOR DE MI VIDA, ese amor tan diverso, no solo el tradicionalmente entendido como amor, el que se da entre un hombre y una mujer, porque también está el amor entre mujeres o entre hombres, el amor por los padres, los hermanos, los hijos, los amigos, los animales que nos acompañan, y más, porque el amor es inagotable”.

María no se siente capaz de escribir una obra como LA FUNCIÓN DELTA, pero tiene claro que quiere seguir escribiendo, con calor abrasador, con dolor, con emoción, cuando esté alegre y triste, con una sonrisa al sol, con LÁGRIMAS EN LA LLUVIA, y siempre, siempre, con todo EL PESO DEL CORAZÓN, porque la escritura es para un escritor como EL NIDO DE LOS SUEÑOS.

Quedan unos minutos para que concluya el vivo de Rosa de esta tarde tan especial y María ya espera con ganas la siguiente emisión, la próxima tarde, porque estos encuentros con Rosa son para ella como volver a casa después de mucho tiempo. Entonces le ronda un pensamiento y vuelve a sacudir la cabeza para despojarse de él, porque no quiere ni pensar que se dejen de emitir estos directos y verse privada del privilegio de asistir y atender esa charla entre amigos, medio entrevista, taller literario, clase magistral.
---No, Rosa, no quiero ni pensar en LA RIDÍCULA IDEA DE NO VOLVER A VERTE.


Aquí toda la bibliografía de Rosa Montero y mucho más,en su página oficial.


©María José Gómez Fernández

Desde el silencio. N.N. - Día 173, 3 de septiembre

Después del fuego...

No se detuvo el tiempo
pero se paró el reloj,
su tic-tac enmudeció
y dio paso al silencio.

Los campos, casas, los árboles,
grises, humeantes, calcinados,
de cenizas cubiertos,
la antesala del silencio.

Animales con quemaduras,
otros rescatados vivos,
otros quemados y muertos,
quejidos que rompen el silencio.

Después del fuego
costará reconstruir la vida,
las risas y los pucheros,
reforestar y repoblar
de personas, plantas y animales
desde el vacío del silencio.

Después del fuego,
el dolor,
la desolación,
la ruina,
el silencio...

©María José Gómez Fernández


miércoles, 2 de septiembre de 2020

Leer seguro. VadeReto Septiembre 2020. N.N. – Día 172, 2 de septiembre

 Cada noche antes de dormir, a la tenue luz de la lámpara junto a la cama, mamá empezaba a leer un libro. Entonces yo no sabía leer; ella misma me enseñó dos años después. Me entusiasmaba escuchar sus palabras que, arrancadas del libro con sus ojos, salían elocuentes por sus labios. Imaginaba todo lo que iba escuchando y la habitación se llenaba de todas las cosas que se oían en la lectura. Si era un viaje, me veía también viajando, siempre agarrado a mi almohada. Y los personajes se instalaban en mi cama, unos tumbados, otros sentados, y también escuchaban lo que leía mi madre.

Cuando supe leer -aunque aún no leía muy fluido pero sí claro y se me entendía muy bien-, mamá acudía por la noche a leer para mí, solo que, una vez leídas dos páginas, y cuando ya me había conseguido entusiasmar, me decía "bueno, estoy un poquito cansada de leer, ¿por qué no sigues tú?"

Para mí era todo un reto puesto que ella decía que se quedaría un poco más para ver cómo continuaba la historia.

Un rayo de luz incide sobre un libro abierto, aproximadamente por el centro de sus páginas. El entorno es oscuro para resaltar la iluminación sobre el libro.
Foto de Nitin Arya en Pexels.

Me acomodaba un poco en la almohada, sin incorporarme, cogía el libro con mis manos pequeñas y hacía los honores. Ella se quedaba al lado escuchando mi voz y la historia que iba leyendo. Apenas era capaz de leer una página, ya me sentía cansado y el sueño se apoderaba de mí poco a poco. Mamá elogiaba lo bien que lo había hecho y me decía que le estaba gustando mucho el libro. Luego yo ponía el libro en la mesita de noche, con mucho cuidado. Ella me arropaba, me besaba la frente con ternura y me daba las buenas noches apagando la luz.

El sueño me vencía rápido y al poco, se llenaba de todo tipo de cosas y los personajes entraban y salían de él. Una noche soñaba que era un pirata y tenía un barco, otra que era el niño del libro de la selva, y así con tantas y tantas historias de cada libro, de cada cuento. Una vez soñé que la luna podía ser el planeta del Principito y yo la observaba desde La Tierra buscando a ese ser extraordinario y a su flor. Y en el sueño lo veía y hasta hablábamos en la distancia, como el que se habla con un vecino por la ventana.

Un niño/a pequeño/a se asuma a un risco, acompañado de su oso de peluche, para contemplar una enorme y hermosa luna llena. El cielo no está todavía negro. Una neblina de nubes blancas le dan marco a la luna en un cielo azul cobalto.
Imagen de Myriam Zilles en Pixabay.

Con el paso del tiempo me convertí en un lector insaciable, y lo sigo siendo. Los familiares y amigos siempre me regalaban libros en las fechas señaladas, así que a veces, en un mismo día volvía a casa con una bolsa llena de libros. Leía siempre en la cama, sentado en la mesa de escritorio, en el sofá, pero también en la mesa de la cocina. Leía en muchísimos sitios.
Si viajaba en tren leía en el tren, y también en el trayecto del autobús. Mi madre me decía que era aburridísimo ir conmigo en el coche porque me pasaba medio camino leyendo y un cuarto durmiendo. Leía en un banco en el parque, o bajo un árbol si íbamos de campo, o sentado en la toalla sobre la arena si estábamos en la playa. Leía un buen rato en el bar mientras el resto de la familia se la pasaba riendo y charlando.

Una escalera central aparece escoltada por dos escaleras mecánicas (se supone que una de subida y otra de bajada) . El ambiente es oscuro y la iluminación incide principalmente en la escalera no mecánica, dejando las otras dos en penumbra y ocultando todo el entorno.
Imagen de Okan Caliskan en Pixabay.

Pero a pesar de leer en muchos lugares, siempre ha habido sitios en los que no me ha gustado leer, nunca me han invitado a la concentración, me desmotivaban, por ejemplo, el cuarto de baño es uno de esos lugares. Mi abuelo, cuando pasaba al baño para hacer sus necesidades, siempre llevaba un libro, y se quedaba allí más tiempo del necesario, y me resultaba hasta repugnante y poco sano. Él siempre decía, libro en mano, "voy a la escuela de aplicación y tiro".
La calle es otro de esos lugares donde nunca me ha gustado leer. Yo sería incapaz de ir caminando, leyendo y esquivando personas, alcorques de árboles, desniveles y cualquier otro obstáculo. Cualquier lugar en el exterior donde transiten personas tampoco me parece un lugar para leer, por ejemplo un centro comercial o los accesos al metro, sobre todo si estos sitios tienen escaleras, convencionales o mecánicas. Y eso me recuerda algo que le ocurrió a un profesor de la universidad y que me reafirmó en esta convicción. Este señor leía en absolutamente cualquier situación y cualquier parte, y se puede decir que lo mató la lectura. Una tarde que volvía a casa, por supuesto leyendo, no calculó bien donde ponía el pie para bajar las escaleras del metro y accidentalmente cayó a lo bestia, es decir, que bajó las escaleras rodando sobre sí mismo, con algún que otro rebote de su cuerpo, sin soltar el libro en ningún momento, que tan solo soltó involuntariamente al final, cuando en el último rebote, quedó muerto por un golpe en la nuca contra el suelo.
Por cosas como esta es que no me gusta leer por la calle ni en accesos a edificios donde transiten personas o que tengan escaleras, porque hay que leer pero seguro.

©María José Gómez Fernández

Publicado originalmente en El Doblao del Arte.

Para VadeReto Septiembre 2020, del blog Acervo de Letras. Historias de mi otra vida.

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martes, 1 de septiembre de 2020

Septiembre 2020. N.N. – Día 171, 1 de septiembre

Será pronto, de nuevo, otoño...
Esta pandemia que nos devasta y desgasta.
Prendas de más abrigo empiezan a verse.
Tiempo de vendimias.
Institutos y universidades comienzan el curso.
Escolares de otros ciclos de vuelta a clase.
Mascarilla, metros y manos, recuerda...
Besos añorados...
Rastrojos que se queman.
Este virus que nos mata y no se muere...

©María José Gómez Fernández

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