Un montón de ideas, de
palabras revolotean por su mente, se acercan, se alejan, no se dejan atrapar
para quedarse en un papel, en orden, expresando sentimientos, contando
historias, haciendo reir o llorar, desahogando el espíritu. Las ideas y las
palabras que las representan pueden comportarse en ocasiones como estrellas
fugaces, como una lluvia de estrellas en las noches de agosto, bellas y
huidizas, refulgentes por sí mismas, ágiles, inquietas, casi entrechocándose en
su deambular, como si no soportaran el calor estival.
Hay que permitir que las
ideas y sus palabras se comporten de forma natural, pero se agradece que a
veces se detengan un poco en su agitada carrera y se dejen atrapar y se dejen
dibujar. Es entonces cuando se dejan tocar, manosear si cabe, y se muestran
generosas, ricas, caprichosas. Hay que permitir que las palabras se comporten
de forma natural, como todo en la vida, sólo así serán auténticas cuando las
encontremos en un poema, en una historia.
Pero es duro observar cómo
pasan por delante de las narices, burlonas, porque en esas ocasiones, se
agolpan las ideas sin poderse ordenar en fila, como los niños en el patio del
colegio para entrar en la clase tras el descanso del recreo. En esas ocasiones
uno se queda como mudo y manco, impotente para expresar todo el potencial que
le brota de su corazón, a punto de estallar por guardar silencio.
Para romper el hielo no se
puede hacer nada porque hay que esperar a que las palabras abandonen su
infantil juego del corre que te pillo. Y cuando finalmente se sientan a
descansar, la boca habla por la mano que escribe. Las palabras toman orden y
forma y se siente que el aire llena los pulmones e inunda el pecho, barriendo
con su brisa la impotencia del silencio contenido.
Eso es lo que ocurre cuando
se quiere contar toda una historia o muchas, de golpe, pero no se siente
serenidad para asentar ideas, ordenarlas y darles forma con palabras. Éso
también es lo que ocurre cuando finalmente se puede empezar a escribir; uno siente
como si se fuera desahogando poco a poco, despacio, sin pensar, quedándose
vacío momentáneamente, como el niño que llora, como el hombre que llora,
desconsolado, hasta agotar sus lágrimas, hasta ahogarlas con un suspiro, al
menos por esa vez, aunque la escena se vuelva a repetir una y otra vez, como
las olas que vuelven a la orilla para romper en la arena mojada de la playa,
una y otra vez...
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Cascada en el camino a Peñalba de Santiago (El Bierzo).
Tomada por: MVV (Agosto, 2007) |
Las
historias, las historias... Realmente todas las historias pueden ser
semejantes, tienen argumentos similares. La diferencia estriba en cómo las
viven las diferentes personas, en cómo las cuentan los diferentes narradores.
Las historias son partes de la vida misma y en la vida de las personas los
móviles y los hechos y las consecuencias se repiten una y otra vez. La vida no
tiene nada nuevo, todo se vuelve a producir como en una noria de feria que
gira; lo nuevo viene aportado por las peculiaridades y las diferencias del que
sube en cada cuna de la noria, o por los matices de percepción de cada uno de
los viandantes que se detienen a observarla mientras gira y gira...
En
Enwebada, en Micros