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lunes, 27 de mayo de 2019

Nuevos horizontes

Hoy es el primer día. Comienza una nueva etapa. Hace unos años Pepe veía este momento muy lejos pero desde hace una década empezó a ser consciente de que se haría realidad, y míralo, ahora había llegado al fin, la jubilación era un hecho consumado. Con la de veces que habían bromeado en el trabajo y ya estaba ahí. En los últimos años inició un proceso de preparación, una fase neutra, como él la llamaba, para que el cambio no fuera tan drástico: ir desconectando del trabajo y su rutina para ir familiarizándose con otra dinámica bien distinta.

La primera mañana de jubilado Pepe se levantó temprano, como siempre, y después del desayuno y realizar alguna tarea doméstica acudió al curso de fotografía que realizaba desde hacía dos meses. El resto de la mañana lo tenía disponible para lo que el azar quisiera disponer, y para la tarde, los planes eran variados, desde tocar la guitarra, salir a pasear, reunirse con un grupo de amantes de la literatura para leer alguna obra o debatir sobre ella, acudir a la asociación de vecinos para pasar un rato o colaborar en su gestión. Por las noches acudía al teatro o al cine, salía a cenar con su mujer, iban a un viejo pub a escuchar música e incluso bailar. Echaba de menos al perro que los había dejado hacía unos meses. Las redes sociales lo ayudaban a mantener el contacto con los que estaban más lejos y le daban la oportunidad de expresar su opinión sobre temas variados. Y al menos tres o cuatro veces al año emprendía una escapadita, pero ahora sin la limitación impuesta por las vacaciones laborales. La mesita junto a su sillón favorito siempre tenía algún libro que ofrecerle, comprado o prestado de la biblioteca, y al lado, el libro electrónico en el que guardaba títulos que le acompañaban a cualquier parte.

El primer día, nuevos horizontes de vida. Respiraba y sentía que el aire le llenaba y le invadía como hacía mucho. Por delante, un abanico de elecciones a su disposición y toda la energía de la ilusión por exprimir al máximo los minutos.



©María José Gómez Fernández
Esta es mi aportación para la iniciativa de @divagacionistas #relatosElecciones del 27 de mayo, 2019.

Publicado en @divagacionistas.

lunes, 25 de febrero de 2019

Momentos de bloqueo

Espero que las musas se apiaden de mí -decía hace unos días, y lo sigo diciendo-.

La rutina cotidiana, vorágine de ocupaciones y vaivenes físicos y mentales impiden que se instale y se acomode la tranquilidad necesaria para crear. Así es muy difícil que la inspiración llegue, que las musas acudan...

El tropel de aconteceres va dilapidando tu intención con la misma intensidad que el agua cae desde una catarata, después, una y otra cosa, más otras que van surgiendo se precipitan en caudal y se van juntando en un lago, salpicando mil ocurrencias, que al caer se confundirán con el resto.

Desde que te levantas, sin parar -y si es lunes, puede ser hasta peor, no sé por qué pero no soy la única a la que le ocurre-. Atizas el despertador con mala gana, como si su insistente alarma te zarandeara sin piedad; con los ojos medios abiertos, medio pegados, consigues poner los pies sobre la alfombra. ¿Dónde está la alfombra?; se la ha vuelto a llevar el perro en mitad de la noche. Da igual, te levantas y pisando sobre el suelo frío llegas al baño y cuando sales de allí ya ves que vas entonando otra dignidad en el porte. Siguiente destino: la cocina y un café, así que mientras que se hace -no tarda tanto-, levantas todas las persianas y abres todas las ventanas que tienes más cerca, asomas la nariz y cotilleas qué tal día hace, bostezas y vuelves a la cocina -como vuelves a los brazos de tu amado- para servirte ya el café, que por lo general asociamos con ese sentimiento de empezar a funcionar como personas. Luego hay que vestirse, pintarse la sonrisa, no olvidar nada, salir corriendo, aguantar atascos, aguantar en el trabajo, solucionar, solucionar, atender, atender, escuchar, responder, a ritmo vil, lo que acaba bloqueando la cabeza como un muro de piedras que tapona la salida de una cueva. Cuando después de almorzar y descansar un poco quieres empezar a derrumbar el muro, a evocar a las musas, alguien te necesita en casa o algo requiere tu actuación urgente, y piensas que no hay derecho, que esto es la muerte a pellizcos y que solo quieres tener calma para dar rienda suelta a tus dedos y que escriban lo que en tu cabeza bulle, si es que hay algo. Luego teléfono, cena, preparativos, y sin lectura, a dormir.

Esta es mi aportación para  de , 25 de febrero 2019.

Publicado en @divagacionistas: Recopilación de relatos del mes de febrero.

lunes, 28 de enero de 2019

El asalto

No fue en nuestro viaje a Alaska, ni durante aquel temporal de enero de 2010, ni siquiera cuando recibí la noticia de la muerte de mi padre, ni tampoco cuando leí tu nota en la que rompías conmigo una relación de veinte años. No fue en el interior de la Gruta de Las Maravillas.

No fue cuando me miraste indicando que no soportabas más mis desatinos. Fue volviendo a casa aquella noche de agosto, mientras paseaba mi lamento por el paseo marítimo y me replanteaba la posibilidad de conquistarte, absorto en mi pensamiento y en mi dolor, en mi torpeza y en tu pérdida. La madrugada avanzada y la zona tranquila del bullicio de la noche, y yo vagando bajo el cielo despejado y estrellado que pronosticaba un amanecer radiante.
Y no sé cómo sucedió, ni de dónde salieron, ni por qué vinieron a mí y me abordaron; tal vez imaginaban que llevaba dinero encima, aunque la excusa fue un acercamiento educado para pedirme un cigarro, ¡y mira que dejé el tabaco porque decían que me iba a matar!, y al final casi me mata a pesar de haberlo dejado. Le expliqué a mi interlocutor que no, que no tenía tabaco, pero sin haber terminado la frase unos brazos agarraron los míos y los juntaron en mi espalda como si los sujetara una pinza gigantesca. Luego el sujeto me increpó diciendo que le diera la cartera y el reloj, la cadena de oro que se ajustaba a mi cuello -la que tú me regalaste- y el anillo que nos intercambiamos en el parque, como muestra y sello de nuestro amor, el que cerraba el círculo de nuestras promesas y fidelidades, ahora canceladas. ¿Y cómo iba a darle nada, si no tenía manos disponibles?
Continuaban agarrándome mientras el tipo me exigía que le traspasara porque sí todas esas pertenencias, propinándome un puñetazo en la mandíbula que me dejó medio grogui. Y cuando empecé a espabilar, notando en mi boca el sabor a sangre, ahí fue cuando noté el frío como no lo había sentido jamás; por un instante se mezcló con un inmenso dolor mientras la hoja de la navaja se hundía bajo mi costilla izquierda. Al entrar el metal en mi cuerpo, el frío lo recorrió como el agua recorre el cauce de un río que se desborda.
Luego me desmayé. Ahora estoy en un frío quirófano. Te recuerdo.

©PublicDomainPictures, libre de derechos



©María José Gómez Fernández

Con este relato participo en la convocatoria de @divagacionistas de enero 2019 #relatosFrío

Publicado en @divagacionistas.

lunes, 26 de noviembre de 2018

De nuevo, una familia


La boda no era mal lugar para encontrarse. Acudiría poca gente, algo privado, algunos amigos y algún familiar pero volverían a verse casi todos los hermanos, al menos tres de los cuatro. Desde que conoció el acontecimiento, además de alegrarse por la felicidad de los contrayentes, comenzó a sentir un cierto nerviosismo abonado, sobre todo, por la incógnita que suponía el momento en que coincidieran los hermanos y cómo se desarrollaría esa frugal convivencia; se preguntaba si habría normalidad con tensiones, si saltarían chispas y se desataría la indeseada tempestad, o bien si la normalidad se acompañaría de serena armonía y bienestar anhelado. Imposible saberlo hasta que se presentara el primer instante. Para aplacarse se acomodaba en agradables recuerdos rescatados de tiempos pasados, de hace años, cuando reinaba una cordial fraternidad natural, no fingida ni buscada. Sacó de la billetera la fotografía de la casa de su hermana en el campo: la hizo una tarde de otoño hace más de veinte años; en la imagen solo se veía el jardín, un trozo del porche de la casa, unas sillas vacías, juguetes sobre la hierba y ninguna persona, porque todos estaban dentro, junto a la chimenea, excepto ella, que había salido a fumar un cigarrillo y a tomar unas fotografías del hermoso cielo al atardecer. Ese día fue perfecto, de esos que se quedan grabados para siempre y gusta recordar. Desde el jardín se oía la animada conversación, las risas de unos y otros, las voces de los niños enfrascados en su juego. Habían pasado todo el día juntos, cocinando y comiendo, bebiendo y charlando, riendo y cantando, jugando a cartas, haciendo bromas, desenfadados, relajados y ya casi tocaba marchar cada cual a su casa. Esa fotografía la guardaba junto con los papeles y documentos importantes en su cartera, en un compartimento junto a los billetes, y en los últimos años habían sido muchas las veces que la había mirado, siempre con un sentimiento de tiempo pasado que jamás volverá pero con el deseo ferviente de que pudiera repetirse aunque fuera unos instantes, porque lo necesitaba.

En la boda de su hermano se produjo algo casi mágico y ese deseo de tanto tiempo se hizo realidad; volvieron a ser los hermanos que fueron antaño, el padre ausente fue recordado, la madre sonreía relajada y feliz, cantaron y rieron; impremeditado reencuentro que los hizo sentir que volvían a ser una familia.

©65294, libre de derechos.


©María José Gómez Fernández
Con este relato participo en la convocatoria #relatosReencuentro de @divagacionistas para noviembre 2018.

Publicado en @divagacionistas.


lunes, 21 de mayo de 2018

El post intrigante

No creyó que al enfrentarse a la página en blanco pudiera sentir de nuevo el bloqueo, pero así fue. ¿Aquello era el fin o tan solo algo puntual?. Pero estaba ocurriendo y ¡no le hacía ninguna gracia!. Sentía miedo, por no saber si podría escribir más. Le venían ideas que era incapaz de trasladar en armonía al espacio en blanco a conquistar, expresadas por caracteres que fueran emborronando, con un sentido, un mensaje que transmitir. Lo peor de todo era que lo que había escrito la noche antes parecía haberse perdido en un limbo de bits. ¿Qué había pasado en el blog para que ahora no pudiera ver las líneas que con tanto esfuerzo llenó anoche?. ¡Esto era cosa de meigas, de fantasmas, seguro...! En realidad, la noche antes había rescatado un escrito de años atrás, y lo había copiado en el blog, pero ahora no aparecía, y le daba rabia, porque trataba del bloqueo de la creatividad. Como por arte de magia, las palabras comenzaron a surgir, cuando accidentalmente pasó el ratón sobre el lugar donde no parecía haber nada escrito. Si estás leyendo esto, prueba a ver qué pasa, porque parece que el post estuviera poseído por fantasmas.

Es curioso que a veces cuando me siento, dispuesta a escribir, a desahogar mi interior, me quedo durante un buen rato en blanco. Claro está, que también debo estar tranquila, saber que nadie me va a requerir, estar alerta de cualquier cosa que suceda en la casa mientras intento poner los dedos en el teclado, la mente en mi interior y las palabras en su sitio. Me quedo como colapsada, sin desplazar los dedos por las teclas, sin que fluyan ideas ni palabras. Y me invade el caos, por ser incapaz de expresar lo que hasta unos instantes antes creía haber tenido tan claro y pienso que estoy haciendo el tonto, queriendo ser un ensayo de fantasma de escritora. Lo primero es sacar lo que llevo dentro, contarlo. Solo vaciando mi interior seré capaz de ir inventando historias, bonitas o feas, que retraten o no la realidad, la superen, la ficcionen, la fraccionen, que elucubren sobre ella; historias que me permitan desarrollar mi creatividad, si es que existe, que supongo que sí. Pero lo importante es sacar lo que hay dentro, para que no se produzca desbordamiento interior, que puede confundirse con impotencia, incapacidad, limitación, frustración. Comunicar, expresar, es vital.

Publicado por @María José Gómez Fernández para #relatosFantasmas de @divagacionistas en su convocatoria de mayo 2018.

lunes, 23 de abril de 2018

Aprendiendo a no ser débil


Mientras emitían la noticia en televisión se empleó a fondo para poder seguir la noticia y no perder el hilo de los comentarios que iban produciéndose entre los demás telespectadores del pequeño bar. La mañana lucía espléndida para oír tanta miseria humana, la del crimen y la de los televidentes. Un nuevo caso de violencia doméstica salpicaba los cafés y las conversaciones, salpicaba al verdugo y a las víctimas, como una mácula irresistible a cualquier producto de limpieza, que a su vez podía ser conato para iniciar una discusión y un debate sin más ánimo que desahogar la bilis.

-Desde luego, vaya tela, ¡anda que se habrá quedado bien tranquilo, el muy cabrón!
-Pero, digo yo, que algo habrán hecho "pa" que el hombre haya reaccionado así.
-¡Sí, claro, vamos a buscar excusas!. Que se las ha "cargao" porque se estaba separando y no soportaba el rechazo, no te digo, el típico que dice "si no eres mía no eres de nadie".
-¡Un hijo de puta en toda regla!.
-¿Y qué habrá pasado hoy para que haya reaccionado así?, porque dicen sus vecinos que el hombre era bien tranquilo, bueno, un tío normal y corriente, que nunca había dado problemas.
-Que la mujer se habrá "echao" un novio y el hombre no ha podido aguantar verse de segundo plato.

©isabellaquintana, libre de derechos


El ambiente se iba cargando cada vez más, hasta el punto que a Susana el café empezó a saberle a rayos, no solo por la desgracia que relataba el informativo con escabroso y morboso lujo de detalles, sino por la desgracia de formar parte de una sociedad que se empeña en juzgar en base a una noticia, sin conocer el caso concreto, sin abundar en la problemática del entorno de esa desgracia; una sociedad que debería de preocuparse más en buscar la raíz del problema para solventarlo, de buscar la ayuda de profesionales, de alertar cuando detecten un posible caso de violencia de género. Todo aquel gentío defendiendo su parcelita de opinión y juicio era tan peligroso como el maltratador en sí, que busca un culpable para excusar su acción, que justifica su proceder escudando su ejecución en una jerarquía de dominante y dominado.

Susana salió del bar, rumbo a su trabajo en la Unidad de la Mujer, donde enseña a otras mujeres víctimas a romper su círculo de aislamiento, a asumir que no tienen la culpa del maltrato, a reaccionar.


©María José Gómez Fernández
Con este microrrelato participo en la convocatoria #relatosCulpa de @divagacionistas (abril, 2018).

Publicado en recopilación de relatos de @divagacionistas

lunes, 19 de marzo de 2018

Esperpento nocturno


Los hombres iban calle abajo dando un traspiés tras otro y tambaleando sus figuras hacia todos lados. Intercambiaban el cigarrillo y la botella, y también palabras, en un intento de conversación.
Dos pasos por delante, la chica les hacía risas inconexas, como interviniendo en la cháchara, y aprovechaba para entremeter un pique entre ellos, metiendo baza por el placer de verlos encararse por nada; y otra risotada con aspavientos, arqueando el cuerpo de tal modo que parecía que en cualquier momento iba a caer de bruces, o de espaldas. La oscuridad no dejaba apreciar su rostro poco agraciado, aunque sí sus piernas arqueadas, que le otorgaban una comicidad lastimera porque parecía que iban a fallarle en su trabajoso caminar, interrumpido por pausas para recomponerse en su empeño por no hacer evidente lo perjudicada que ya iba a causa de la bebida, y así, sostenía la botella y la empuñaba, y con fuerza la empinaba, trago a trago, entre risas escandalosas.
De soslayo miraba a sus escoltas, como insinuándose, y con dificultad, aún miraba más atrás de ellos, para constatar que un tercer hombre los seguía; el mismo que pretendía no ser descubierto, los espiaba con cara de rabia, que suavizaba a lingotazos rápidos para luego continuar caminando, tropezando con sus propios pies o con cualquier desnivel del asfalto; y la botella en la mano.

El esperpéntico cortejo se detuvo y la chica, que disfrutaba el momento, fue alcanzada por las temblorosas manos de sus escoltas. Su particular espía -novio- continuó hasta alcanzarlos. La chica, muy segura, lo retó a unirse al grupo y él no se lo pensó.

Teresa ya empezaba a sentir náuseas por el espectáculo soez y grotesco, rayano en show repugnante. ¡A buena hora se le ocurrió descansar del estudio y asomarse a la ventana!. El caso es que, a pesar del asco que le producía la escena, como atraída por el abismo, no podía dejar de observar, de analizar: El Pesca, El Nanas, La Chata y El Desden (por desdentado), conocidos donnadies de la zona y alguno expresidiario, estaban ofreciendo toda una sesión de porno callejero barriobajero.
Teresa no pudo soportar más la vomitera que le producía la orgía, se apartó de la ventana y llamó a la policía, con la esperanza de que pusiera fin al asqueroso espectáculo. Se preguntaba si para la miserable vida de estos despojos de persona tendría cabida un posible horizonte.

©Unsplash, libre de derechos
©María José Gómez Fernández.
Publicado para #relatosHorizonte de @divagacionistas (marzo 2018).

lunes, 19 de febrero de 2018

Un pulso al sonido

Desde el despertador por la mañana hasta acoplarse en la cama al acostarse por la noche.
Ni en sueños es posible conseguir el famoso silencio sepulcral; siempre se rompe por algo que chirría, cruje, suena, o por alguien que habla, grita, ríe, llora en nuestro sueño.

Dicen que en el espacio estelar sí existe, aunque también ha leído que en el espacio hay sonidos. Así que ha llegado a la conclusión de que no existe el silencio absoluto igual que la felicidad o la desdicha absoluta no existen, son fragmentos, instantes; los tiene el desierto, el cielo, el mar, los bosques y los árboles, los animales, las personas en sus relaciones, la búsqueda de información infructuosa, la justicia si no responde, la intimidad de la soledad, la penumbra, el pensamiento.
Pero hoy Mariana lo necesitaba y mucho, aunque también lo temía.

El médico calló durante unos segundos, antes de darle la noticia que no quería escuchar; ella calló también, y no lo apremió para que le hablara porque intuía que el mensaje no sería nada bueno.
Después necesitaría estar sola para asimilar y madurarlo en silencio.

Transitar por la ciudad no la ayudaba porque está llena de ruidos, incluso de noche: sirenas de policía, bomberos, ambulancias; griterío de gente que pasa, de niños que juegan ya tarde; ruedas y pisadas en el asfalto.
Al llegar a casa no necesitó las palabras para decírselo a Julián, y lo agradeció. La fortaleza de su amor y su complicidad hicieron posible que la comunicación se entablara con un abrazo, las manos agarradas, miradas y un beso de ternura y comprensión.

©Martin Vorel, libre de derechos

Juntos se acercaron a la cuna de Laura, que dormía plácida abrazada a su cerdito de peluche. Tendrían que buscar un modo de impedir que su vida estuviera dominada por indefinidos momentos de silencio. Le pondrían un audífono, más adelante aprenderían el lenguaje de signos junto a ella . Pero ¿hacían bien en negarle su natural forma de escuchar los sonidos, mediante las luces o las vibraciones?. Su instinto les decía que debían ofrecerle la posibilidad de experimentar el sentido del oído para luego apreciar los silencios, al menos como ellos los conocían. No querían que se perdiera los silencios de las audiciones literarias ni los de la música porque, conocerlos, haría que valorara sus hermosos y variados sonidos.
¿Les reprocharía alguna vez su decisión? Tendrían que arriesgarse y combatir para vencer al silencio.

©María José Gómez Fernández

lunes, 15 de enero de 2018

El riesgo de una cita


Una mañana como las demás, con una pila de documentos para catalogar, la sala contigua llenándose de usuarios, estudiantes y profesores que vendrían a estudiar, a consultar obras, a solicitar información; con el correo y el chat abiertos para atender las preguntas diversas que pudieran plantear; con el teléfono dispuesto a sonar; con las redes sociales conectadas, como una ventana -que no ventanilla- más; con mil cosas por hacer.

Antonio dejó todo preparado y se turnó con su compañera para tomar un café. Una vez espabilado por el café calentito se sintió con fuerzas para ir cogiendo libros y otros documentos y empezar a catalogarlos.
Había pasado una hora desde la apertura cuando sintió una presencia delante de su mesa; no daba crédito, ¡era Julián Repeto, su mejor amigo de los tiempos de bachiller y la universidad!, ¡qué alegría, después de un siglo sin verlo!; se abrazaron y saludaron, compartiendo sus momentos señalados de los últimos años.

- Estoy preparando un artículo para publicarlo en una revista y necesito consultar una tesis -dijo Julián-.
- Pues vamos a buscarla -respondió Antonio-, dame los datos.
Minutos después Antonio ya había localizado la tesis y la ponía encima de la mesa.
- Aquí está. Lo malo, Julián, es que tiene una nota indicando que no permite su consulta ni su reproducción porque está pendiente de la concesión de una patente -dijo Antonio mientras esbozaba un mohín de descontento-.

Imagen © Pexels, libre de derechos.
-¡Vaya! -exclamó Julián-, ¿y no se puede hacer nada?.
- Pues no sé... -titubeó Antonio-.
-¡Hombre, por favor, piensa algo, que siempre has sido muy resolutivo! -suplicó Julián-.
- Se me ocurre que... pero no debería decir ésto, ni tú escucharlo, ¡vaya que no estoy diciendo nada! -murmuraba Antonio mientras construía su argumento-.

Antonio se vió entre dos aguas, fallar a un amigo, o incumplir una norma y, de descubrirse el plagio, exponerse a una sanción o quizá a algo más, tal vez un delito por infidelidad en la custodia de documentos y violación de secretos.

- ¡Dime, dime! -respondió Julián nervioso-.
- Lo más importante es que nadie se de cuenta de que has consultado la tesis, así que utiliza la información con mucha sutileza y, sobre todo, no cites la obra ni la menciones en la bibliografía consultada, es lo único que se me ocurre. Así evitarás que se destape el plagio y yo tampoco tendré problemas.
- ¡Gracias Antonio, te debo una!.

El teléfono sonaba y Antonio lo atendió.


© María José Gómez Fernández
Con este relato participo en la iniciativa #relatosInfidelidad de enero 2018, de @divagacionistas


lunes, 18 de diciembre de 2017

Dobleces de la vida

Tras despedirse de la familia, silbando y canturreando cerró la puerta de casa y se dirigió al ascensor. Una vez en la calle, fue al bar de la esquina a tomar un café. Revisó el móvil, llamadas, whatsapps. Todo estaba en orden. Después subió al coche, y como todos los sábados, Paco se dispuso a conducir hasta Sevilla Este. Aunque el trayecto no le llevaría más de media hora, tardaría un poco más porque debía pararse en el centro comercial para realizar unas compras, lo básico para tirar algunos días de la semana. Mientras conducía escuchaba en el viejo cassette a Chiquetete cantando "A la Puerta de Toledo", y la tarareaba sonriendo -solo él sabría por qué-. Una vez hecha la compra, en cinco minutos ya estaba descargando; se rebuscó en el bolsillo el paquetito que contenía el caprichito que había comprado a su mujer, y sí, allí estaba. Emocionado, cargó con todo y subió a casa donde sus dos hijos lo recibieron con los brazos abiertos.
- ¿Y mamá, dónde está mamá?
- Poniéndose guapa -dijo el de siete años-.
- ¿Hoy no has traído regalitos? -preguntó el de cinco-.
- Bueno, es que Papá Noel, ¡os traerá pronto más regalos!
Amelia venía por el pasillo, guapa, radiante y dispuesta a comérselo a besos:
- ¡Ay Paco, qué ganas tenía de verte!
- ¡Y yo, mi vida! Siempre queriendo aprovechar los pocos días que estamos juntos -le dijo mientras la achuchaba y besaba apasionado-. Mira... Para ti...
Amelia abrió el paquetito y se llevó la mano abierta a la boca para tapar el gesto de admiración que se le había quedado al ver el contenido. Entonces le sonó el móvil.

Imagen de andrewbeck, libre de uso, sin atribuciones: https://pixabay.com/en/users/andrewbecks-2948170/


- Espera cariño, lo cojo. Sí, soy yo, su mujer, pero no me llamo Carmen, usted debe estar confundiéndose, seguro. Mire...
A Paco se le heló la sangre en las venas mientras su mujer continuaba al teléfono, a saber con quién. No podía ser, o sí. Se rebuscó y se volvió a rebuscar, y nada, ¡nada!. ¡Mierda!. ¡Había olvidado su móvil en el bar por la mañana!, ¡con las tarjetas SIM intercambiadas!.
Se acabó. Tendría que contarle a Amelia la verdad sobre su otra familia, sobre su doble vida en la que se sentía tan cómodo, a pesar de todo. Iba a ser difícil de explicar, imposible de entender, pero con seguridad sería el fin de su matrimonio.


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©María José Gómez Fernández
Con este relato participo en la iniciativa de diciembre 2017 de @divagacionistas #relatosTarjetas
Publicado en recopilación de #relatosTarjetas de diciembre 2017 @divagacionistas

lunes, 20 de noviembre de 2017

Para siempre y más allá

Hasta en las sombras del pasillo despoblado de madrugada; en los silencios que llenan los huecos y rincones de la casa; en los recuerdos que me acompañan como tu sombra hacía al caminar junto a la mía; en el olor que aún flota en el aire y te trae de regreso porque está en las cosas que tocabas y en las tuyas propias que aún están por todas partes, como esos palos que recogíamos en el parque.

En el brillo de tus ojos al reclamar mi atención para que pusiéramos en marcha unos planes inmediatos y efímeros, pero, sin duda, divertidos.

En tu empatía y tu fidelidad incondicional, que, junto con tu amor desinteresado, sabías regalarme en mis peores momentos, permaneciendo a mi lado.

En tu pelo incrustado en mi ropa; en las fotografías y vídeos en los que te tengo, como al natural; en el recuerdo de lo que yo interpretaba como sonrisa, porque los perros también sonríen, y nos hacéis sonreír y reír como los mejores humoristas.



En las marcas de barro que aún conservan los zapatos y pantalones que utilicé aquel día que ninguno sabía que sería el último.

En tu expresión de amor, dolor y sentimiento de impotencia porque sabías que teníamos que dejarnos, despedirnos.

En tus ojos, que entornabas entre lágrimas asomando, mientras las mías brotaban y corrían por mi cara descompuesta en inconsolable llanto. Me mirabas y yo leía un te quiero, el mismo que te repetía una y otra vez hasta el último aliento.

Rotos mi corazón y el tuyo, malherido sin remedio por el ataque de aquel perro, la única opción razonable fue inyectarte para que te quedaras dormido poco a poco y para siempre. El veterinario vino a casa, y hasta le moviste el rabo al reconocerlo.

Ahora te imagino jugando incansable en el parque más grande y más bonito que pueda existir, sin que te moleste ni ataque ningún perro salvaje. Seguro que allí le habrás robado el alma a alguien, como hiciste conmigo, para que te lance la pelota y tú puedas ir, a buscarla, una y otra vez, corriendo, muy lejos, más lejos, corriendo.

Tú y todo lo tuyo, desde aquel día, sois huellas imborrables en mi recuerdo.


Publicado por @María José Gómez Fernández para #relatosHuellas de @divagacionistas

Imagen de Steinchen https://pixabay.com/en/users/steinchen-21981/ de  https://pixabay.com/en/footprint-sand-footprints-beach-261337/

El pasado sábado alguien me refirió que habían tenido que aplicar la eutanasia a su perro.

lunes, 16 de octubre de 2017

Amor tres delicias aderezado con envidias y mentiras con emulsión de cítricos y frutos rojos

Y mientras intento sobrevivir al instante que cambió mi vida para siempre, tú te empeñas en hacerme imposible la existencia, perfeccionando tu hazaña, como si se tratara de una burda imitación culinaria que presentas como creación propia.


Precisamente hoy se cumplirían cinco años de nuestro matrimonio, y sin embargo lo que se cumple es el primer aniversario de tu abandono. ¡Oh, no! ¡no lo digo con despecho! aunque sí hay dolor por todo lo que he padecido durante este último año, y deseo que algún día lo puedas experimentar en tu pellejo.


De un día para otro me dejaste en la más absoluta miseria, claro que eso no fue difícil para ti porque, aunque me habías dicho lo contrario, nunca me incluiste en las cuentas bancarias y me dabas el dinero a cuentagotas, previa justificación. Tampoco me diste de alta como empleada de la empresa que creamos juntos, aunque te jactabas de haberla levantado y de llevarla con tu mujer. Conmigo siempre al margen de tus manejos fue fácil deshacerte de mí. Me dijiste “puedes seguir viniendo a comer aquí” pero al tercer día me echaste con gritos y cajas destempladas y con una denuncia por robo, por coger 30 euros para comprar comida a los animalitos que tenemos, que teníamos porque los abandonaste sin piedad, a su suerte, que era la mía. Eso te salió mal, porque ese juicio lo gané.


Imagen de photo-graphe: https://pixabay.com/en/users/photo-graphe-2867425/


Después de verme sin dinero, sin trabajo, sin nada, de un día para otro, recurrí a familia, amigos, a Cáritas, a Asistencia Social, al Instituto de la Mujer, a buscar trabajo deprisa y a la desesperada. Hasta dos meses después de la vista por divorcio no encontré un trabajo a media jornada, lo que me está permitiendo vivir junto con el ingreso de la liquidación de bienes gananciales, la que has dejado de ingresar al sexto mes argumentando excusas sin fundamento para confundir a abogados y entretener al tiempo.


Desde el principio me engañaste, primero con flores, besos, caricias; después con mentiras, mujeres, drogas; tardaste poco en despertarme a codazos en la cabeza hasta que me tirabas de la cama; querías hacerme ver que tenía depresión, como para no tenerla, diciéndome un día que me querías y al otro que era basura, así hasta que me pusiste en manos de un psiquiatra.


Me prometiste la luna pero todo quedó en las estrellas y en tu intento por estrellarme.





lunes, 19 de junio de 2017

¡Ay Maca-Maca, ay!


 Me contaron unos amigos algo sobre un hombre ya mayor del barrio que se deja la pensión en las barras de los bares y que ya ha protagonizado diversos incidentes de orden menor. Lo llaman Maca-Maca porque siempre anda canturreando, por la calle o en los bares, el estribillo de la famosa “Macarena” de Los del Río, pero en lugar de decir “ay, Macarena” él dice “ay, Maca-Maca”.

Un buen día, en el bar de la calle de atrás de casa, era tal la cogorza que llevaba que empezó a abrirse la bragueta delante de todos los presentes, porque -según decía- se estaba orinando y quería ir al servicio; se había figurado, a todas luces, que el servicio estaba allí mismo para su uso personal. Con la camisa medio remetida en el pantalón prácticamente amarrado con el cinturón, como una lechuga, bamboleándose dando tumbos y traspiés, se fue acercando a unos barriles de cerveza apilados en un extremo de la barra, abriendo del todo la portañuela del pantalón y sacando la minga, que ya le goteaba orín, y que al sentirse liberada de las telas estalló en una meada gloriosa que ni siquiera pudo parar los brazos del camarero expulsando a su dueño a la calle, con reproches a voz en grito e insultos, y también de los presentes, y bajo sus miradas atónitas.

Hace pocos días coincidí con él en el Centro de Salud. Le contaba a otra paciente de la sala de espera que se había caído de la cama y de ahí las tres o cuatro heridas en su brazo, que no parecían ser de un golpe como el que él relataba sino más bien de una paliza o pelea de medio pelo. En su voz resbalaban las palabras y sin embargo no aparentaba estar bebido. De pronto se metió la mano en uno de los bolsillos de su pantalón y la removió como si se rascara. Con sonrisa socarrona le dijo a la otra paciente: “¡Mira niña, como el del chiste!: ¿ciruelillas, cuándo he comprado yo ciruelillas?, es broma, ¿eh? Maca-Maca ¡ay!”

La enfermera lo llamó y entró. En cualquier caso lo agradecí porque, solo verlo, recordé el incidente de la meada del bar y rogué para que no hiciera un bis en la sala de espera del Centro de Salud.
Salió diciendo que se iba a tomar una copita.


Publicado por María José Gómez Fernández para #relatosBolsillos de @divagacionistas

Publicado en recopilación de #relatosBolsillos de @divagacionistas para el mes de junio.

lunes, 15 de mayo de 2017

Cinco milímetros


¡Cuántas metas aún por alcanzar!, propósitos de los que le separaban dificultades por vencer. Pero no quería centrar en ello su pensamiento, que además, divagaba de una a otra idea como un inquieto pájaro revolotea de rama en rama.

Prefirió pensar en su boca acechando a su presa, la otra boca, labios firmes, rosados, finos pero lo suficientemente carnosos como para deleitarse en ellos; cálidos y húmedos labios que se retiraban y acercaban en un juego sutil por acortar la distancia, hasta fundirse en una pugna de deseo en la que cada púgil se debate por dominar al otro, y a la vez anhela y permite ser dominado, con mordisqueos pícaros que incitan, embestidas a dos labios que abarcan y se apoderan de la otra boca para, luego, aparentar relajarse y ser presa del embiste del contrario, que arremete con fuerza comedida, con deseo irrefrenable, comiendo y bebiendo el jugo apetitoso y sabroso que se desprende del beso…
El momento de ese beso que la hizo temblar, su primer y más auténtico beso con él, dulce tortura si se alejaba, cálido encuentro al acercarse, preámbulo de una entrega única e incondicional.



Las potentes luces que la iluminaban desde el techo, de repente, la sacaron de la confortable nube del beso de deseo; fijó su atención en el largo trayecto recorrido desde la habitación al quirófano, o al menos a ella le había resultado largo.
Pensó que todos los planos de la vida, físico, emocional, laboral, personal, se pueden acomodar al concepto de la distancia.
El tumor se encontraba en el colon, a cinco milímetros del recto, y por eso estaba allí.

No quería pensar… así que volvió a perderse en los labios que, al cerrarse en un beso apasionado, rompían la distancia entre los dos…, cinco milímetros. Y esa fue la imagen que se le fijó al entregarse al sueño inducido por la anestesia general antes de la intervención quirúrgica. Haría todo por tener de nuevo ese beso…, uno parecido, capaz de hacer revolotear miles de mariposas en su estómago…, un beso loco y apasionado, certero beso…, mágico, como aquel beso…


Publicado por María José Gómez Fernández para #relatosDistancia de @divagacionistas

lunes, 17 de abril de 2017

Momento de libertad

Después de la cena y un rato de asueto en la sala común, se disponían para retirarse. Cada cual iba entrando en su cubículo tras abandonar la fila. Las puertas se iban cerrando con estruendo de herrumbre entrechocada. Luego sonaba, una a una, cada llave entrando, girando y saliendo de su cerradura. Por último se apagaba la luz y la oscuridad se podía notar como un fino velo.

Las cerraduras calladas y cerradas, y la oscuridad serena hablaban de libertad; eran preámbulo del momento especial y mágico del día, el que le permitía evadir, eludir, volar a otro lugar, suspirar hondo y perderse en los detalles inventados, pensados, y también en los vividos en otros tiempos, tal vez mejores, o no, pero sin duda más arriesgados, en los que cada segundo se revestía de temeridad, se aliñaba de celeridad, se acompañaba de riesgo y tenía sabor de peligro, olor a placer, a ratos contenido, a ratos desatado. ¡Ah, esos tiempos no tan lejanos! Tiempos duros pero felices, pensados para sobrevivir mientras soñaba con dejar de vivir al límite por unas horas, mientras alguna chica le dedicaba una mirada cadenciosa e insinuante, le lanzaba un beso desde la barra del pub, le regalaba su encanto en privado a cambio de saberse entre los brazos del más buscado, lo que lo hacía aún más deseado.

Este momento del día, ya de noche, le hacía sentir de nuevo aquellos labios carnosos recorriendo su torso y los dedos de uñas rojas afiladas arañando en cosquilleos circulares sus nalgas.
Tumbado en su escueto colchón, para no olvidar, trataba de dibujar una y otra vez el lugar exacto donde ocultaba la mochila, su único medio de vida cuando terminara su maldita y obligada estancia. La mochila y el dinero se instalaban en el centro de sus pensamientos antes de empezar a relajarse y entregarse al sueño de cada noche; se adueñaban de él, casi podía tocar las monedas y los billetes, contarlos, olerlos, y con ese olor peculiar viajaba cada noche a un lugar y de un modo diferente mientras dormía.
Por la mañana temprano, con las primeras luces, las cerraduras volvían a sonar para abrirse y hablaban de barrotes, de otra realidad, de horas añoradas, de libertad perdida y ansiada.



lunes, 20 de marzo de 2017

Directo al vacío

Enloquecer y tirarse por una ventana, presa de un momento de desesperación. En cuestión de segundos todos los problemas, todas las preocupaciones, toda la amargura, toda la vida se queda estampada contra la acera.
Se acabó.



Lo que viene después sólo los demás, supervivientes y testigos, aterrados unos, impávidos otros, lo pueden ver y contar.
La sangre mana del cuerpo y recorre los surcos del enlosado pavimento. El cuerpo dislocado, tal como quedó tras el impacto, descompuesto en una postura imposible, descoyuntado. Los ojos con una expresión final fija, pidiendo ayuda, dementes, desorbitados, guardando para la posteridad el instante y el sentimiento congelado del pavor, temerosos por ver cómo se ejecutaba la decisión última irrevocable.
La gente, intrigada, aterrada, que se agolpa por saber.
La policía que llega al lugar del suceso, al rato el forense, el secretario judicial y el juez.
Unos minutos en los que todos están pendientes de ti, y después levantan tu cadáver, el lugar se va quedando solo, la gente comienza a dispersarse para continuar con sus quehaceres y la vida en la calle sigue.
Quedará en la memoria la anécdota del terrible y triste suceso, quedará para siempre impresa tras los titulares de la noticia que recoja la prensa local. El dolor por la pérdida quedará en los que te querían, el duelo, la ausencia, el recuerdo. Un tremendo, rápido y triste final. La forma más radical y menos aconsejable de afrontar una decepción.


Basado en un hecho real ocurrido el sábado 18 de marzo de 2017 en una ciudad del sur de España.
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