Fue inevitable, como también añorarte toda la vida.
Sonó el teléfono a las tres de la madrugada e intuí que no
era una equivocación; algo grave había ocurrido.
Al escuchar al interlocutor experimenté un déjà vu: tras la
colisión quedabas atrapado en el asiento del copiloto, fallecido en el acto.