Mostrando entradas con la etiqueta ruptura. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta ruptura. Mostrar todas las entradas

sábado, 22 de julio de 2017

Falsos lazos de familia

Desde antes de nacer estamos predestinados a formar parte de una familia por razón de parentesco, pero no siempre el lazo de la sangre es el auténtico vínculo que nos identifica con todos o algunos de los miembros de esa familia a la que, queramos o no, vamos a pertenecer siempre.

El transcurrir de acontecimientos y vivencias con diferentes miembros de nuestra familia nos lleva a tomar determinaciones drásticas respecto a la modificación e incluso ruptura de la relación que nos une con esas personas. Y es algo que no se puede evitar, que no hay que entrar a criticar y que no se debe juzgar por el resto de familiares. Es muy frecuente, en casos de ruptura entre miembros, que unos reafirmen su posicionamiento junto a unos, y por consiguiente, frente a otros. Esto es algo habitual y se podría decir que natural del ser humano.



Lo que no es comprensible bajo ningún punto de vista desde el que se mire es, que por romper relaciones con un determinado miembro, se opte por romper también relaciones con otros, que sin haberse posicionado en contra del que rompe se encuentran cercanos al círculo del familiar no deseado.

Romper con terceros familiares, con los que no ha habido enfrentamiento, ni siquiera mínima explicación de por qué se rompe; distanciarse de ellos hasta provocar la ruptura; desligarse de adultos y niños, y sin razón, sin razón inteligible ni aparente, no se encaja por más que se quiera.

Ruptura física, desprecio inexplicable, y sin embargo, con la existencia de las redes sociales, en los casos de ruptura con terceros, no se produce la ruptura digital, lo que se traduce en más incomprensión e incertidumbre acerca de las intenciones que esconde el familiar actor de la ruptura.

Personalmente manifiesto mi desacuerdo con tal forma de actuar de estas personas, de las consecuencias que tienen sus actos, de la sensación de desazón y desprecio que ocasionan en los familiares (terceras personas) desahuciados de su cariño y de su trato. Con el paso del tiempo la herida que hicieron va curando pero siempre quedará la cicatriz, lo que servirá para recordar que ahí hubo una herida y qué fue lo que la provocó.



No puedo disculpar a todos esos familiares que me han negado de esta forma el trato, que me han retirado la palabra sin explicación, que han dejado de relacionarse incluso con mis hijos, con mi madre. No los puedo disculpar, y me da igual qué nos unió en el pasado porque ellos se encargaron de enterrarlo y hacerlo desaparecer.

Si algún día la vida real, que no la digital, nos vuelve a situar cara a cara, frente a frente, no me temblará la voz para demostrarles mi indiferencia; pero antes de eso, no me arrepentiré de decirles, por única vez, la repulsa que sus actos me produjo, el desprecio que siento hacia ellos y lo poco que me importará desligarlos de mi nómina de familiares así como de mi concepto de familia, a pesar del apellido o la sangre, de la convivencia o de los buenos momentos del pasado -que nunca tuvieron en cuenta al romper-, a pesar de cualquier falso lazo que la vida nos haya podido establecer, imborrables e irremediables pero eludibles y posibles de olvidar, de enterrar.

Mi familia no son, precisamente, esas personas, al menos desde la emotividad.

martes, 13 de noviembre de 2012

Perdí

-Y dígame, ¿qué le preocupa exactamente?
- Me preocupan muchas cosas. No sabría por dónde empezar.
- Por donde más le apetezca.
- No me apetece nada. La apatía me invade. Le podría decir que casi todo me da igual.
- ¿Cómo puede decir éso?
- ¿Usted qué cree?... Perdí...
Su mirada quedó perdida en un punto fijo de la blanca pared que tenía en frente. Sin pestañear, durante un buen rato, los ojos no expresaban nada, no miraban nada concreto, no buscaban encontrar nada, sólo miraban aquel punto fijo como podrían haber mirado cualquier otro punto de esa u otra pared.
- Oiga, ¿se encuentra bien?
No hablaba porque no tenía nada que decir, porque no tenía ganas de decir ninguna palabra.

No era la primera vez que ocurría. Esa misma escena ya se había repetido multitud de veces. Nadie le podía sacar una sola palabra más de sus labios, ni hacerlo salir de ese limbo en el que quedaba suspendido. Se levantaba ayudado por los dos hombres que llegaban siempre para recogerlo, sin pestañear, con los ojos casi secos por haber permanecido abiertos e inmóviles tanto tiempo. Lo llevaban a la habitación, lo sentaban en la cama que estaba situada cerca de la ventana, iluminada por una generosa luz natural. La puerta se cerraba de inmediato y cuando escuchaba la llave girando en la cerradura por fuera apretaba con fuerza los párpados, como si quisiera que las pestañas se clavaran en sus entrañas, y así durante unos minutos interminables, hasta que volvía a abrir los párpados y dejaba libre una tímida lágrima para que bajara por su mejilla. Después venía la tempestad, un llanto inconsolable asolaba todo su ser, lo hacía retorcerse con dolor que podía sentir en su estómago y en su pecho, como una lluvia persistente, como un cuento interminable, como aquel instante inevitable que le acompañaría siempre.
- Perdí -se repetía en su interior-. Dejé ir lo que tanto quise, lo que tuve y disfruté.
Nadie podía oírlo pero tampoco quería que nadie lo escuchara, ¿para qué?. ¿Acaso por escucharlo iban a poder devolverle lo que tanto añoraba?
De elrincondelpoetadesahuciado.blogspot.com
- Una mala jugada, no calculé que cada paso mal dado iba dinamitando su confianza, iba escarbando el respeto mutuo, iba distanciándola sin remedio.
Hasta que un día no pudo más. Amaneció, se levantó, saludó, como todas las mañanas, pero no hubo respuesta. La buscó por toda la casa, la llamó. No estaba. Había hecho lo que tantas veces le dijo que haría. Cuando todo dejara de tener sentido, cuando no pudiera poner más de su parte, cuando la situación se volviera irreparable, se iría. Cada uno seguiría su camino por separado. Le había advertido en muchas ocasiones que era peligroso vivir en un límite porque puedes entrar en un camino sin retorno. No podía luchar continuamente para no perder la poca vergüenza y dignidad que le quedaban. No podía soportar un pulso mantenido con la incertidumbre, con la inseguridad. Y tal como tantas veces le dijo, ahora lo había hecho. Se había ido.

Dos días después de que se fuera lo encontraron tendido en la cama, medio desnudo, llorando como un niño abandonado. Lo asearon y vistieron y lo llevaron a esa habitación, de donde salía para hablar con el hombre de la bata blanca, que parecía amable, pero que no tenía derecho a saber nada de su vida, de sus miserias, de sus glorias. Le daban 5 pastillas al día, y aún no sabía bien qué efecto le producían, porque él sentía lo mismo que el primer día que llegó y, tampoco quería sentir de otro modo.
Lo único que podría sacarlo de su agónico estancamiento sería volver a oírla, a verla, a tocarla. Si pudiera hablarle le pediría mil veces perdón, le demostraría que era capaz de tener otra actitud. La haría feliz, inmortal entre los mortales, como ella le había dicho mucho tiempo antes que la hacía sentir, al principio.

Soñaba por las noches que ella volvía.
Tal vez, una mañana cuando amanezca, se levante, salude, como otras mañanas, puede que le responda. Tal vez ese sueño se haga realidad un día, al despertar. No sabe dónde está pero daría todos los latidos que le quedan por saberlo, por volver a tenerla delante y poder tener todo el tiempo del mundo con ella.

Si él supiera...
A ella la encontraron desorientada en una estación de autobús, cuando intentaba hacer un viaje a ningún sitio. Se encuentra en otra habitación del mismo edificio. Tampoco quiere hablar, y cuando se queda sola llora desconsolada.
- Perdí -dice también-. Ojalá no me hubiera tenido que marchar, pero si me hubiera quedado, hoy hasta yo misma estaría perdida. Quisiera volver el tiempo, pero tan sólo si pudiéramos volver para no tener que decir nunca más: "perdí".

En Enwebada, en Micros
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...