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domingo, 18 de octubre de 2020

El pueblo adentro


Fotografía ©María José Fernández Arias, todos los derechos reservados.

                  
– Ahora ya podemos contar. Desde aquí son cuatro curvas. ¡Venga!. ¡Una, dos, tres y cuatro!.

            Mamá nos animaba a contar cuando ya estábamos un poco cansados y patosos después de cuatro horas de viaje en automóvil. El vaivén hacia derecha e izquierda, con cada movimiento del coche, provocaba que los cuatro niños nos agolpáramos en el asiento trasero unos contra otros, y en efecto, al contar la cuarta curva se dejaba ver el castillo en toda su magnitud, majestuoso, en la cima de la montaña que alberga la Gruta. El castillo, que se dibuja sobre el cielo de la sierra, con su muralla y su torreón, con su campanario aporticado. Y el pueblo a los pies. Parece una estampa medieval, tomada de algún álbum antiguo.

        Esa primera impresión se ha quedado grabada para siempre en mi subconsciente y es la que acude a mi recuerdo automáticamente cada vez que pienso en Aracena.

Se me viene a la cabeza la última vez que sentí el pueblo tan cerca, gracias a tus palabras, a tu referente, porque te oía hablar y me hacías ver tu pueblo; tenías la capacidad de describir tan bien con la palabra como lo hacías con tus dibujos de carboncillo. Estoy a los pies de tu cama en el hospital, escuchando cómo resumes tu vida, y maldiciendo no tener más grabadora que lo que mi memoria pueda retener. Hablas de tu niñez por las calles de ese, tu pueblo, al que sabes que ya no vas a volver; de tu juventud y de las veces que has tenido que abandonarlo, para volver tantas y tantas veces, de niño, de joven y en la madurez; al que has vuelto para lo bueno y para lo malo, para celebrar y compartir momentos increíbles y para llorar y despedir a algunos seres queridos. Ahora, y hace once años, cuando te fuiste, ya el pueblo había cambiado mucho respecto al que viviste y conociste en otros tiempos, pero sigues llevando el pueblo bien adentro, el amor por sus calles empedradas, por sus rincones y alrededores, por su gastronomía y la naturaleza que lo rodea, el amor por su gente y su talante servicial, llano y sencillo, como el tuyo. Y cuando te vayas el pueblo quedará dentro de mí, porque mamá también me lo trae a la memoria muchas veces, y, porque desde los pies de tu cama, escuchándote -ignoro cuándo, pero intuyo cercana tu partida-, me lo inyectas gota a gota, como te inyectan a ti la medicación vía gotero.

Te escucho embelesada, no quiero que ni el vuelo de una mosca te interrumpa. Cuentas cómo te quedaste sin padre con cinco años, y lo difícil que se volvió la vida desde entonces, y que los nacionales os despojaron del ultramarinos, de los camiones y de la casa. Por un chivatazo de algún vecino, tu padre y tu tío fueron delatados como rojos indeseables (secretario de la Casa del Pueblo y concejal del Ayuntamiento, respectivamente); por salvar sus vidas, escaparon hacia Portugal pero fueron apresados en el Rosal de la Frontera, y de ahí devueltos a Aracena. Ingresaron en la cárcel y ya no vieron el alba. El carcelero, amigo, le permitió al abuelo escribir una carta para la abuela; una cuartilla a lápiz llena de cariñosas y sinceras palabras de inevitable despedida para la que aún era su amor y para los nueve hijos que dejaba -la única vez que he tenido esa carta en las manos confieso que he llorado de rabia-. El libro de entradas y salidas de la cárcel de Aracena solo recoge junto al nombre del abuelo la fecha de entrada, la de salida y la aclaración “salió”. La vida cambió para vosotros después. Hermanos repartidos entre familiares y benefactores. Hablas de cómo veíais los encierros de los toros desde tu casa, cercana a la pequeña plaza de toros, y que tu madre, la abuela Paula, no mostraba miedo alguno, al contrario que otras vecinas. Cuentas cómo, una noche de Reyes, cuando fuiste a comprar pan, te cogieron en brazos, te pintaron la cara de negro y te subieron a la carroza del Rey Baltasar, y cómo tu madre quedó estupefacta cuando la saludaste desde el cortejo al pasar por la puerta de vuestra casa -ya estaba preocupada por tu tardanza-. Tus salidas por los campos con los amigos, buscando pajarillos hasta el anochecer, regresando por las cuestas de Marimateos. La oportunidad que tuviste de acudir a estudiar a los Salesianos a Sevilla, interno, aprovechando que tu hermano Miguel se escapó porque no quería estudiar. Aunque echabas en falta el pueblo por las largas ausencias, obtuviste unas calificaciones brillantísimas. Pocos años después te fuiste de nuevo para hacer el servicio militar en el Valle de Arán, otra posibilidad de conocer un poco de mundo y otro regreso al pueblo que te corría por dentro. Conociste a la chica más guapa y elegante de Aracena, mamá, discreta modista que se enamoró igualmente de ti, pero el destino quiso que mantuvierais un largo noviazgo por carta, ya que pronto marchaste a trabajar a Barcelona. En uno de tus regresos mamá y tú os casasteis y, de nuevo, os fuisteis llevando el pueblo muy adentro. Cada dos años volvíais en vacaciones y abrazabais a los amigos, a los familiares, os llenabais los pulmones del aire de la sierra, recargando las baterías de identidad y raíces; aunque cambiara vuestro lugar de residencia, siempre volvíais al pueblo, y una vez afincados en Cádiz, donde yo nací, íbamos una vez al mes.

Desde los pies de la cama del hospital me impregnaste del pueblo, de la Loli, la vecina, de Manolao, el barrendero, de mis primos y mis tíos; me llenaste de la ribera, de castañas, de sierra, corcho, encinas, bellotas, cerros y noches plagadas de estrellas, de la Gruta, de “La Julianita”, del Castillo, de la Iglesia del Mayor Dolor, del Paseo de Aracena… Ahora, aunque ya no estás, yo te sigo llevando muy adentro, tanto como a tu querido pueblo.


©María José Gómez Fernández


Publicado originalmente en El Doblao del Arte.


Relato participante en Concurso de Historias Rurales de Zenda Libros, Concurso #historiasrurales.

domingo, 21 de octubre de 2018

Haikus para un irremediable y necesario cambio de estación


Te llego roto,
de estío ahíto
clamando frescor.

De color lleno,
ocres, verdes, rojizos,
bosques y prados.

Llego filtrando
sol entre lluvias, vientos:
Otoño soy yo.



©Bara Cross, libre de derechos.


©María José Gómez Fernández. Con este poema participo en el concurso de #poesía #otoño de  y de 
Originalmente publicado en El Doblao Del Arte.

sábado, 13 de octubre de 2018

Preámbulo y otoño


Ya los árboles
cargados de hojas
anuncian su caída,
premonición de otoño.
Un día
rompen lluvias con tormentas
y al otro
el sol abrasador reina.
Cantan las cigarras,
aún el calor aprieta.
Las horas de las tardes
buscan, infructuosamente,
cómo alargarse.
A la espera,
en las noches
ya refresca.
Cada año más tardío,
demorado llegas,
buscando una oquedad
para infiltrarte,
en pugna
contra el cambio climático
que avanza inexorable,
batiéndote con los rescoldos
de este verano
que se resiste
a entregar el sable.
Con las últimas vendimias
de septiembre
llenas de frescor el aire,
de calidez los hogares.
Ya los árboles
van descargando sus hojas,
hojas secas
las que caen
y alfombran
veredas y campos,
plazas y calles;
hojas secas
para un libro,
hojas secas
que llegan al corazón
y acunan tantos amores
que se acurrucan
con arrumacos,
al calor de las estancias
en las últimas, tempranas
horas de la tarde.
Comienzas como primavera
que avanza en retroceso
hacia declive de invierno.
Cuaja la aceituna,
entre setas y matanzas,
hibiscos y crisantemos,
pensamientos y castañas,
cosechas de algodón,
siembras de trigo y cebada,
lluvias frecuentes,
nubes grises bajas,
movidas por el viento
de levante o poniente.
Tulipanes y manzanos,
girasoles y ciruelos,
prímulas y geranios
vienen a dar color
a ventanas y balcones,
a jardines y plazuelas,
a campos que amarillean,
a bosques que enrojecen,
a prados que verdean,
a cementerios que florecen.
Entre septiembre y diciembre,
en tránsito hacia el frío,
reconfortando amores
tras cristales y postigos,
a la lumbre, otoño,
te meces en tus días
y transcurres
enfilando el invierno
en un ciclo sin fin,
rueda de la vida,
el ciclo de las estaciones
que se suceden
con su ritmo previsible.
Ya los árboles
de hoja caduca
van quedando
desvestidos;
cruje el suelo
al paso
y el viento
levanta chasquidos.
El frío arrecia
y la lluvia,
en tanto tú,
otoño,
sobre el invierno
agonizas.
©Bara Cross, libre de derechos.

©María José Gómez Fernández. Con este poema participo en el concurso de #poesía #otoño de  y de 
Originalmente publicado en El Doblao Del Arte.
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