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lunes, 11 de marzo de 2013

Una semana cualquiera: lunes

La noche antes se acostó muerta de risa porque no podía quitarse de la cabeza una serie de diapositivas vistas en facebook en una página que, para colmo y delicia, se llama "Quememeo". Repetía en alto los chistes, las frases, describiendo las viñetas y las imágenes y las lágrimas salían a borbotones, pero de la risa.
Noche de domingo, muerta de risa al acostarse, sin poder coger el sueño, hablando en la cama con la luz ya apagada, en fin, algo bastante normal para el tránsito domingo-lunes.

En algún momento consiguió conciliar el sueño, y lo supo, porque también en algún momento se despertó.

De: http://elegandcia.files.wordpress.com

Tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac... Justo ese sonidito la despertó, clavándosele en la sien como balas de una nanoametralladora, y se repetía y se volvía a repetir, tic-tac, tic-tac, tic-tac. Asociaba ese sonido con lo inevitable, y lo inevitable era que tendría que levantarse sí o sí ¡en breve!. Y aunque a duras penas y haciéndose la remolona, se levantó.
A partir de ahí lunes lunero cascabelero, a todo correr, cocina, café, nesquick (no quiero hacer publicidad, pero éso es lo que toman...), bocadillos, calentar comida para guardar en la fiambrera-termo, ir al baño, arreglarse, adecentarse, vocear "vamos, qué estás haciendo, dáte prisita", ir de un lado a otro buscando las gafas, el móvil, las botas, el cinturón.

Siempre pasa igual y siempre que pasa igual ella se dice a sí misma lo mismo de siempre: ¿por qué no lo dejaría todo preparado anoche antes de acostarme?

Cuarenta minutos de infarto que concluyen cuando, después de bajar en el ascensor incluso instando a que el ascensor baje más rápido, abre las puertas del edificio, recorren la distancia entre éste y el coche, lo abre, le vuelve los espejos, abre la puerta, sube, se acomoda, arranca, y, ahora viene lo peor, correr sin cometer imprudencias que puedan lamentarse. Conducir hasta el instituto, esperar a que su hijo cruce la avenida y entre por la puerta (que no se lo vaya a llevar ningún desgraciado por delante en el paso de peatones), volver a reanudar la marcha, ir hacia el trabajo, aparcar, coger todo lo que está desperdigado en el asiento, ir hasta el ordenador para firmar la entrada del trabajo, dar unas caladitas a un cigarro y subir hasta el despacho, saludar, encender el ordenador, encender la estufa (shhhhh, que no se puede tener estufa, pero es que si no la tiene se congela), centrarse en el trabajo y romper el hielo del lunes comenzando a trabajar.

Estoy cansada solo de contarlo.



Hoy en especial voy a volver hacia atrás, hasta el momento en que ella va a volver los espejos al coche, porque hoy, en concreto, ese momento le añadió una dificultad al lunes: ¡joder, han roto un cristal!. Así se tuvo que ir con el coche, lleno de cristales hechos añicos, y así lo aparcó, rogando que nadie le pusiera los ojos encima en el aparcamiento del trabajo y que el daño no fuera peor. Una vez en el trabajo, buscó la tarjeta del taller y llamó. Hasta mediodía no había nada que hacer. La broma serían más de 200 euros, así que tendría que llamar al seguro. Menos mal que se harán cargo, pero éso no lo tuvo claro hasta las seis de la tarde, después de peregrinar por otro taller más, por más teléfonos.

Volviendo a la horrible normalidad del lunes, se puede decir que los lunes son días realmente pesados, pero necesarios. Deben existir porque si no hubiera lunes cualquier otro día tendría que cargar con ese San Benito y ningún otro día ya sería lo que hoy es. Un lunes es como una puerta compacta que te cuesta abrir, como una cuesta larga y empinada, como un amigo pesado que nunca deja de hablar y además te importa un pito lo que te está contando. Un lunes es como una segunda oportunidad. Los lunes son un crudo reencuentro con las obligaciones que igual no son las que más te apetece afrontar. El lunes se siente en el cuerpo como un puñetazo y a la vez es como la anestesia que te inyectan para que el resto de los días de la semana puedan ir pasando sin sentirlos tan duramente.

El lunes te das cuenta que te falta de todo en el frigorífico, que no lavaste esa ropa que justo más necesitabas, que no tienes paracetamol y tienes que ir a la farmacia antes de que te cierren la puerta en la nariz. El lunes deseas que termine cuanto antes y te propones que al día siguiente estarás más integrado en ese rítmo frenético que la vida de hoy día nos marca. Quieres acostarte pronto pero, al final, te acuestas a la hora de siempre porque siempre hay algo más que hacer, hasta que te conciencias de que ya no lo puedes hacer hasta el martes y lo anotas en algún sitio que luego puedas encontrar.

De: http://ruizygonzalez-psicologaclinica.blogspot.com.es




El lunes antes de acostarte revisas mentalmente todo lo que te ha sucedido durante el día, y como seguro que encuentras algún fallo, aprietas fuerte los ojos y los puños y te acuerdas de toda tu familia, te consuelas a tí misma y dices, mañana será otro día, otro día que no caerá como una losa sobre tí, otro día que no te empachará como una pesada comida, otro día que tendrá sus pros y sus contras y su propio nombre.

domingo, 10 de marzo de 2013

Una semana cualquiera: domingo

De: www.zazzle.es
El ritmo de las horas se sucede de continuo, y casi imperceptiblemente, como el movimiento de La Tierra, va  dando paso al transcurrir de los días, y así, de las semanas, los meses y los años. Cuando venimos a querer darnos cuenta, resulta que, de pronto, nos han pasado por la piel algunos años, crueles al espejo, aunque haya gente que te diga éso de "qué bien estás", pero por mucho que oigas esa frase u otra similar, el caso es que el tiempo pasa inexorable, dando alegrías y tristezas, haciendo daño, ofreciendo oportunidades, presentando personas importantes que marcan la vida de cada uno, otorgando triunfos y derrotas.
Sí, los años van besando tus manos como un galán que te corteja, y marcan, dan experiencia, te hacen madurar en todos los sentidos.

Un domingo de una semana cualquiera uno tiene estos pensamientos y otros muchos porque los domingos, por lo general, son días raros, o al menos éso dice la mayoría de la gente. El domingo es un día bisagra entre el descanso y el ocio del fin de semana y el trabajo y las obligaciones que están por venir a lo largo de toda la semana a punto de empezar. Es uno de esos días en que todo da pereza, a pesar de que todos hacemos cosas, preparándonos para el lunes, pero todo tiene una cadencia especial, lenta, sobre todo durante las horas de la tarde, que se precipita inevitable hacia la noche; noche que llega de puntillas y en la que nos resistimos a retirarnos a dormir y descansar, tal vez, porque no queremos que se acabe el fin de semana, no queremos volver a retomar la trepidante remontada hacia el lunes.

Lo mejor del domingo tal vez sea la mañana, que nos permite soñar con todo lo que puede estar por descubrir. La mañana del domingo nos da alas, nos deja trabajar, organizarnos, nos invita a salir a pasear y a tomar un aperitivo, sorprendiéndonos con alguna amistad o conocido a quien encontrar y saludar, con quien charlar y reír un rato.

Los domingos nos levantamos un poco más tarde que otros días, como si quisiéramos exprimirnos entre las sábanas, llevarnos puesto el regusto de desperezarnos sin prisa, para luego recordarlo a lo largo de la semana, desayunar tranquilos y con los tuyos, haciendo del desayuno una fiesta.
Preparar una comida dominguera para comerla pausadamente, sin hora fija, sin importar lo que se tarde, pero sí lo que disfrutes. La sobremesa es aún mejor porque nos permite alargar ese momento de ocio que ya no tendremos lugar de disfrutar durante el día.

Luego, poco a poco, va entrando la tarde, y nos va estrechando cercos, nos hace sentir que estamos dentro de una cuenta atrás, nos hace pensar en muchas cosas, incluso nos hace entristecer. Intentamos de cualquier forma quitarnos el pesar de la tarde de domingo haciendo algo, trabajando en la casa, preparando asuntos pendientes, viendo una buena película, leyendo un rato largo, cocinando para comer el lunes, revisando lo que nos llevaremos al día siguiente en la mochila, bolso, cartera; hacemos alguna llamada de teléfono como si de esa manera dejáramos cerrado un ciclo.

Los domingos de cualquier semana, en general, son como un puente que une el ansiado pero ya pasado fin de semana con el lunes que tanto cuesta empezar, por éso son un día muy especial en el que pasamos de la alegría a la melancolía, en el que nos ponemos trascendentes, echamos en falta cosas, echamos de menos personas, revisamos nuestras vidas, hacemos planes, nos planteamos nuevos propósitos, recordamos lo que hicimos el fin de semana y nos lo guardamos muy adentro para ir sacándolo a la luz y traerlo a la mente a lo largo de la semana, en esos momentos en que puedes tener un poco de margen para soñar, revivir.

Los domingos son imprescindibles, como lo son las zapatillas y el pijama, como lo es un buen libro, como lo son las personas que dan sentido a tus días.
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