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lunes, 28 de enero de 2019

El asalto

No fue en nuestro viaje a Alaska, ni durante aquel temporal de enero de 2010, ni siquiera cuando recibí la noticia de la muerte de mi padre, ni tampoco cuando leí tu nota en la que rompías conmigo una relación de veinte años. No fue en el interior de la Gruta de Las Maravillas.

No fue cuando me miraste indicando que no soportabas más mis desatinos. Fue volviendo a casa aquella noche de agosto, mientras paseaba mi lamento por el paseo marítimo y me replanteaba la posibilidad de conquistarte, absorto en mi pensamiento y en mi dolor, en mi torpeza y en tu pérdida. La madrugada avanzada y la zona tranquila del bullicio de la noche, y yo vagando bajo el cielo despejado y estrellado que pronosticaba un amanecer radiante.
Y no sé cómo sucedió, ni de dónde salieron, ni por qué vinieron a mí y me abordaron; tal vez imaginaban que llevaba dinero encima, aunque la excusa fue un acercamiento educado para pedirme un cigarro, ¡y mira que dejé el tabaco porque decían que me iba a matar!, y al final casi me mata a pesar de haberlo dejado. Le expliqué a mi interlocutor que no, que no tenía tabaco, pero sin haber terminado la frase unos brazos agarraron los míos y los juntaron en mi espalda como si los sujetara una pinza gigantesca. Luego el sujeto me increpó diciendo que le diera la cartera y el reloj, la cadena de oro que se ajustaba a mi cuello -la que tú me regalaste- y el anillo que nos intercambiamos en el parque, como muestra y sello de nuestro amor, el que cerraba el círculo de nuestras promesas y fidelidades, ahora canceladas. ¿Y cómo iba a darle nada, si no tenía manos disponibles?
Continuaban agarrándome mientras el tipo me exigía que le traspasara porque sí todas esas pertenencias, propinándome un puñetazo en la mandíbula que me dejó medio grogui. Y cuando empecé a espabilar, notando en mi boca el sabor a sangre, ahí fue cuando noté el frío como no lo había sentido jamás; por un instante se mezcló con un inmenso dolor mientras la hoja de la navaja se hundía bajo mi costilla izquierda. Al entrar el metal en mi cuerpo, el frío lo recorrió como el agua recorre el cauce de un río que se desborda.
Luego me desmayé. Ahora estoy en un frío quirófano. Te recuerdo.

©PublicDomainPictures, libre de derechos



©María José Gómez Fernández

Con este relato participo en la convocatoria de @divagacionistas de enero 2019 #relatosFrío

Publicado en @divagacionistas.
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