martes, 12 de julio de 2011

El viaje

Tomada de aquileana.wordpress.com
(Google images, filtro estricto)
Con la esperanza y la cuenta de los días (o noches) perdida, arañaba el fino cuarzo que la mantenía cautiva con la infructuosa intención de ir haciendo marcas que la ayudaran a saber desde cuándo estaba allí.
La concepción del universo circundante era por completo diferente a la que había conocido -allí no había ni tarde ni mañana, ni noche ni madrugada- y éso aumentaba aún más su desconcierto. Desorientada, sin consuelo, por una rendija de su aparente diáfana prisión, lo único que acertaba a ver era un fugaz destello, posiblemente causado por una lejana descarga electromagnética, o tal vez, por la colisión o el rozamiento de algún fotón.
Podía contar y contaba en grupos de sesenta, simulando segundos que unidos eran minutos y luego pasaban a ser horas, pero su tiempo allí no servía; su reloj parecía averiado, y las franjas que iba contando la iban a volver loca porque no tenía forma de anotarlas. Su GPS tampoco funcionaba y aunque así hubiera sido allí las coordenadas eran desconocidas e incomprensibles para su entender.
Sólo le quedaba esperar, sin saber bien qué, y no perder la conciencia ni las fuerzas que ya empezaban a fallarle por falta de alimentos habituales, a pesar de que en algún momento, periódicamente, por una apertura en la “pared” que se cerraba de inmediato, dentro de una vasija con similitudes con un narguileh o cachimba, le suministraban un líquido de sabor indeterminado e incomparable con cualquier sabor conocido. La ingesta la iba manteniendo pero no era suficiente. ¿Cuándo y cómo saldría de allí?
De sus carceleros lo único que sabía era que no la habían agredido, ni interrogado; le habían dado un trato correcto pero distante, sin ofrecerle posibilidad de entablar comunicación a pesar de sus intentos. Todavía recordaba que en un primer momento pudo ver su aspecto, similar al de un centauro erguido, de caminar majestuoso, y también la apariencia, entre lumínica y etérea. No sabía nada de los otros tripulantes que iban con ella en el viaje. Si hubiera sabido que los tenía justo tras la “pared”, intentando marcar el tiempo infructuosamente, haciéndose tantas preguntas como ella, desorientados, sin casi esperanza y consuelo, como ella, alimentándose de aquel líquido con sabor imposible de definir; si al menos todos lo hubieran adivinado, habrían intentado entablar comunicación, acordar reunirse, planificar una huída, aunque sin saber bien a dónde, ni cómo.
Tomado de oni.escuelas.arg.edu
(Google images, filtro estricto)

Entre toda esa confusión interminable le venían al recuerdo imágenes, diálogos de momentos pasados, de momentos felices, de otros difíciles: su casa, los paseos junto a la orilla del río, las visitas a sus padres en las tardes de los sábados, las risas de sus hijos en la calle, las mañanas de verano en alguna playa norteña, acantilados escarpados, bellos y peligrosos, misteriosos y cautivadores. Revivía para mantener un hilo de esperanza, para seguir atada a lo conocido, y a ráfagas lo iba consiguiendo: divertidas partidas de parchís, una buena copa en aquel pub, su música, las charlas y risas con los amigos, recoger a sus hijos del colegio, observar los pájaros mientras picoteaban las migas de pan del desayuno. Recordar aquella noche de un 5 de enero cuando la sorprendieron, le pintaron la cara de negro y la subieron a la carroza para completar los pajes de Baltasar en la cabalgata de Reyes Magos mientras en casa la esperaban que volviera de comprar el pan para la cena, y la sorpresa de todos cuando los saludó mientras veían pasar la cabalgata desde el balcón y la descubrieron como parte del cortejo. Las puestas de sol y de luna en el mar sereno del sur, el recuerdo de aquéllos que ya no estaban y que ahora, especialmente ahora, sentía tan cercanos.
Allí no podía fumar. Bueno, y es que tampoco tenía tabaco porque el último se lo fumó al iniciar el viaje. Pero ahora le hubiera gustado fumar uno, al menos uno, sin saber por qué ni para qué, igual para matar el tiempo, ese tiempo que era incapaz de contabilizar por mucho que se empeñaba. Ni escuchar una canción, ni leer tampoco podía. ¿Cuánto más soportaría el encierro?

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Había transcurrido ni se sabe cuánto, pero debía ser mucho tiempo porque notaba que su pelo había crecido y sus uñas también, y a pesar de que no podía ver más allá de la claridad que le llegaba a través de aquella pared de cuarzo, sí pudo apreciar un sonido como de voces, cercanas, pero era incapaz de entender lo que decían, ni siquiera sabía si conocía el idioma en el que hablaban. Pero parecían muy cercanas, casi como si estuvieran a su lado. ¿Serían los otros tripulantes o serían los centauros que la retenían?.
Tragó saliva, como preparándose para lo que pudiera ocurrir. Tenía miedo. La claridad era cada vez mayor, casi cegadora, y sentía que los sonidos de las voces cada vez más cercanos la aturdían. Quería ver y por más que se empeñaba no lo conseguía. El pánico se estaba apoderando de ella y empezaba a tener pequeñas convulsiones que atribuyó al miedo mismo, más aún cuando notó que algo la rozaba, algo o alguien la tocaba, la estaban como zarandeando, sentía que la besaban. Un sonido gutural aprisionado brotó de su garganta, liberando toda la emoción contenida, un grito y el llanto junto con el terror escrito en las facciones de su rostro.
Pudo verlos entonces. Allí estaban.
Cuando los vió y fue capaz de tocarlos pudo empezar a entender, dentro de su confusión, que algo importante había ocurrido, que algo importante estaba sucediendo. Su respiración dejó de ser agitada, se estaba tranquilizando, incluso esbozó una tímida sonrisa: ahora los veía mejor. Pero no sabía aún cómo había llegado allí ni por qué y tampoco sabía qué había ocurrido exactamente.

Algunos días después lo supo, tuvo que digerirlo despacio, ir asumiendo que todo había sido, sin serlo, como un sueño. Uno de sus hermanos le explicó que acabada de despertar de un estado de coma en el que había permanecido más de un mes tras el terrible accidente de tráfico.

En Enwebada, en Micros.

domingo, 10 de julio de 2011

Trapos sucios

Bebió de un trago la copa, dejándola en seco en la barra. Miró hacia el suelo sin ver. Pensó sólo un segundo. Cogió las llaves, el tabaco, se colgó el pesado bolso, se levantó con decisión y se dirigió hacia la salida. Necesitaba aire fresco, dejar de pensar en lo que había ocurrido la noche antes porque no conseguía sacárselo de la cabeza: una y otra vez le volvía al recuerdo la misma imagen. Tal vez si lo compartiera con alguien le pesaría menos. Pero no fue capaz de hacerlo hasta que pasaron tres meses, tres largos meses de angustia, de incomprensión, de inexplicable culpabilidad, de sentirse como si fuera insignificante, sin valor, como si fuera nada. Se lo contó una buena mañana, de repente, a la que entonces era su jefa, también amiga, que la escuchó sin dar crédito a lo que oía, indignada, y que tras escucharla la reprendió por no haberlo contado antes. No entendía cómo había podido callar durante tres meses.
Pero era ahora cuando sentía que podía, que necesitaba hablar, compartir, escuchar el parecer de su interlocutor. Notaba que le habían vuelto las fuerzas para afrontar las cosas en su justa medida y también se dió cuenta de que después de éso todo sería diferente. Sin duda su vida iba a cambiar, empezando por sus sentimientos hacia él, que durante varios años se las había ingeniado para hacerla sentir inferior, mediocre, minimizando sus valores, desvirtuando sus destrezas, situándola en un segundo plano, haciéndola pensar que dependía de él para todo, cuando en realidad era todo lo contrario porque el mediocre, el escaso en valores, el dependiente de ella era él.
Los últimos tres años, sobre todo, fueron un auténtico infierno, cada vez peor, y ésto era porque ella se negaba a ser la piltrafa en la que él la quería convertir a base de palabras, a solas y delante de la gente.
El maltrato psicológico dió un paso más. El respeto ya había salido por la puerta, el amor también a pesar de que él le decía que la quería más que a nada. Pero nadie que quiere y respeta trata con prepotencia, con sadismo, con desprecio.

Ella lo amenazó con ir con sus hijos a denunciarlo a comisaría, en plena noche. Le plantó cara y le dijo con valentía que le diera otra si tenía dos cojones.
Las cinco de la madrugada y ella sentada en la cama, con la cuna de su bebé al lado, el pequeño llorando -como todas las noches-, desesperada por no poder dormir una noche tras otra, desesperada por no tener relevo en la vigilia del niño, le pidió que estuviera pendiente porque dos horas más tarde el despertador la volvería a situar en otro día repleto de obligaciones. La respuesta de él no fue precisamente la de alguien que ama y respeta: sin cruzar palabra se levantó de la cama, pero no para atender al crío, sino para desde una posición dominante demostrar quién mandaba. La fulminante bofetada la dejó por un instante clavada en el colchón, haciéndola aún más diminuta de lo que sentía. Descargó toda su rabia y toda su envidia hacia ella con un golpe certero en la mejilla, propinado con la mano bien abierta, con los ojos desencajados, no de sueño, sino de rencor, de desprecio, todo contenido, explosionado en una sola detonación que la dejó más helada que el frío de aquella noche de mediados de noviembre. A punto estuvo de lanzarle otra descarga, la mano alzada, abierta otra vez, pero la fría mirada de ella, sus palabras cortantes lo hicieron recapacitar. No se la dió porque pudiera ser denunciado, aunque le influyera. En realidad no le volvió a pegar porque ella le dijo que a partir de ese instante nada sería igual, habría un antes y un después.

Una noche como aquella fría noche, que la dejara paralizada y sin capacidad de reacción por tres largos meses, un año más tarde: nada era ya igual. En todos esos meses le dijo que no lo quería, que quería separarse, que no lo soportaba. En todos esos meses convivió con quien decía quererla pero le reprochaba todo. Tuvo que aguantar las miradas afiladas, sentirse espiada, la angustia de poder ser agredida de nuevo. Tuvo que alzar la voz para que algún vecino se percatara de que algo extraño estaba ocurriendo, para que alguien más supiera. Tuvo que compartir la casa, pero no la cama ni la mesa, con quien decía quererla pero le demostraba odio. Un año después, una noche como aquella, ella dormía de nuevo en su cama, plácidamente, sola y bien acurrucada. Acababan de firmar el divorcio. No consentiría que nadie volviera a tratarla como si fuera nada, no consentiría que nadie le pusiera nunca más una mano encima.

En Enwebada, en Micros.




Viviendo en el astillero

Hace ahora seis años que conocimos la sentencia del juicio de primera instancia, unos días después de acabarse la Feria de Abril: habíamos perdido. Toda la algarabía de la ciudad, engalanada de encajes y volantes, se apagó repentinamente como de costumbre, igual que nuestra esperanza, como la colilla de un cigarro aplastada con saña contra el cenicero. No nos rendimos y nuestro caso se juzgó en segunda instancia: esta vez ganamos. Entonces la parte contraria se revolvió y nos llevó ante el Tribunal Supremo. Su decisión fue inapelable: habíamos ganado. Contentos, como un acusado absuelto de su presunto delito, comenzamos a organizarnos para que en pocos meses se iniciara la reparación de nuestro edificio, malogrado, agrietado, que inclinado como un barco siniestrado, seguía hundiéndose por uno de sus pilares. Pasarán unos años pero nuestro abogado conseguirá borrar de la memoria colectiva que algún día fuimos el Titanic de la Oliva.

En la biblioteca

Cn sta crisis,algo rápido y productivo:1 portátil d préstamo. S era 1 sitio idal dnd pasar dsapercibido. Algo falló:cazado en la bibliotca,lo dtuvo la policía.
Presentado al IV Concurso Literario xsms "En la Biblioteca", convocado por el Cabildo de Gran Canaria a través de su Consejería de Cultura y Patrimonio Histórico y Cultural.

En Enwebada, en Micros.



Leyendo la nube

Debía hacer un trabajo de clase: “propiedades y características de materiales cerámicos”. ¿Por dónde empezar? La bibliotecaria me aconsejó pensar palabras que resumieran lo que necesitaba, buscarlas en el catálogo. Junto al resultado, a la derecha, aparecieron otras palabras relacionadas grandesmedianaspequeñas: nube de etiquetas, puerta para más información.

Microrrelato Finalista, presentado al Concurso de Microrrelatos "El tamaño no importa, léelo" del Ayuntamiento de Cartagena. Abril de 2011. Tema: La Nube (Cloud Computing).
En Enwebada, en Micros.


jueves, 7 de julio de 2011

Dulce locura

Dedícame tu mirada,
y por un instante
detén tus ojos en mi boca,
que quiero sentirlos besándola.

Abraza mi sonrisa
y desliza tu cuerpo
con caricias que descubran
mis emociones.

Se abrirá el abanico de mis sentimientos
y entraré en una batalla contigo,
y los dos seremos vencedores
y a la vez los dos seremos vencidos.
De: fotowho.net/tokano (google images: filtro estricto)
Háblame:
un susurro se hará conmigo,
devorará como un virus mi voluntad,
seré para ti de nuevo,
resurgirá el vivo deseo
que reposa adormecido.
Me revolveré en gemidos
pero no de lamento,
continuando la lucha encarnizada,
los dedos locos por rozar,
pulsaciones que aumentan,
sangre agolpada,
oteo tu ternura y tus ansias,
subida en lo más alto,
reina de mi reino
con mi cetro entre las manos,
hundo el mástil en mi barco,
galopada salvaje,
travesía sin tregua,
éxtasis derramado de tu fuego
y de mi excitación intensa irrefrenable.

Cuando volvamos a encontrarnos,
pídeme que te dedique mi mirada,
y que por un instante
detenga mis ojos en tu boca,
que quiere sentirlos besándola,
dime sin palabras que te abrace,
que quieres sentirme en tu espalda,
secuestra mi voluntad,
invade mis territorios,
libremos otra batalla...
vencedores y vencidos...
reina de mi reino...
travesía sin tregua...
...
de mi mano cogido, duermes...
enemigo y aliado...
nos aguardan más batallas...

miércoles, 6 de julio de 2011

Serenata

Tomada por Marcos Vázquez Vidal,
La Lanzada (O Grove, Pontevedra),
2005
Cuando el desvelo se instala
en el filo de la noche
haciendo equilibrios insensatos
por no desvanecerse...

Cuando se asoma al fondo
del silente nocturno
susurro de aire acondicionado
con su hálito caliente...

Mana el sudor sin piedad,
del centro árido,
corre frente abajo
hasta ser detenido en su corriente
por el dorso de la mano.

Y mientras...
la espuma rompiente de una ola
se figura, caprichosa,
sobre húmeda arena fina
que tumbada observa absorta
el claro de luna poniente,
resfresca la noche un alud,
que no de nieve,
y sí de agua marina
que se entretiene,
en tanto va y viene,
lamiendo la orilla
de la frente candente
y llevando mar adentro
austero calor,
pájaros negros,
espinos crecidos
entre maleza.
...
...
Al Sur se va con un vuelo
que despega a todas horas
desde el deseo,
haya levante o poniente

martes, 5 de julio de 2011

Verano interminable

Tomada por Marcos Vázquez Vidal,
Cádiz 2004
Retorcida
entre las horas de la noche
y alentada
por el hastío al estío,
escucha pasar el silencio lento
de los coches,
del neón,
del led incipiente,
de alguna discusión
entre escasos transeúntes,
que nutren de vida
el asfalto aún caliente.

No puede conciliar el sueño
el gato azul de las pesadillas,
ni la ingrata madurez
que aporrea los años
persiguiendo sus talones,
mordiendo con varices
las pantorrillas.

Engalanada de ojeras,
con el cansancio a cuestas
afronta el amanecer,
casi desde su nacimiento.
Sin fuerzas, sin ganas,
desmotivada
por el maltrato
que a diario
la vida le depara,
levanta el cuerpo de la cama,
lo lleva hasta la ducha,
lo inyecta con café cargado,
con buenas intenciones,
lo viste con engaños,
con esperanzas y argucias,
lo tapa con algún trapo
y lo saca reventando
a que enfrente el día.

Mientras,
se enroscan las apariencias,
se disparan las excusas,
se enumeran negativas,
se divisan las mentiras,
la vida sigue, quería decir,
y sube la temperatura
haciendo más insoportable
la levedad del aire,
vulnerable como la sensibilidad
herida
de un amante.
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