domingo, 10 de julio de 2011

Trapos sucios

Bebió de un trago la copa, dejándola en seco en la barra. Miró hacia el suelo sin ver. Pensó sólo un segundo. Cogió las llaves, el tabaco, se colgó el pesado bolso, se levantó con decisión y se dirigió hacia la salida. Necesitaba aire fresco, dejar de pensar en lo que había ocurrido la noche antes porque no conseguía sacárselo de la cabeza: una y otra vez le volvía al recuerdo la misma imagen. Tal vez si lo compartiera con alguien le pesaría menos. Pero no fue capaz de hacerlo hasta que pasaron tres meses, tres largos meses de angustia, de incomprensión, de inexplicable culpabilidad, de sentirse como si fuera insignificante, sin valor, como si fuera nada. Se lo contó una buena mañana, de repente, a la que entonces era su jefa, también amiga, que la escuchó sin dar crédito a lo que oía, indignada, y que tras escucharla la reprendió por no haberlo contado antes. No entendía cómo había podido callar durante tres meses.
Pero era ahora cuando sentía que podía, que necesitaba hablar, compartir, escuchar el parecer de su interlocutor. Notaba que le habían vuelto las fuerzas para afrontar las cosas en su justa medida y también se dió cuenta de que después de éso todo sería diferente. Sin duda su vida iba a cambiar, empezando por sus sentimientos hacia él, que durante varios años se las había ingeniado para hacerla sentir inferior, mediocre, minimizando sus valores, desvirtuando sus destrezas, situándola en un segundo plano, haciéndola pensar que dependía de él para todo, cuando en realidad era todo lo contrario porque el mediocre, el escaso en valores, el dependiente de ella era él.
Los últimos tres años, sobre todo, fueron un auténtico infierno, cada vez peor, y ésto era porque ella se negaba a ser la piltrafa en la que él la quería convertir a base de palabras, a solas y delante de la gente.
El maltrato psicológico dió un paso más. El respeto ya había salido por la puerta, el amor también a pesar de que él le decía que la quería más que a nada. Pero nadie que quiere y respeta trata con prepotencia, con sadismo, con desprecio.

Ella lo amenazó con ir con sus hijos a denunciarlo a comisaría, en plena noche. Le plantó cara y le dijo con valentía que le diera otra si tenía dos cojones.
Las cinco de la madrugada y ella sentada en la cama, con la cuna de su bebé al lado, el pequeño llorando -como todas las noches-, desesperada por no poder dormir una noche tras otra, desesperada por no tener relevo en la vigilia del niño, le pidió que estuviera pendiente porque dos horas más tarde el despertador la volvería a situar en otro día repleto de obligaciones. La respuesta de él no fue precisamente la de alguien que ama y respeta: sin cruzar palabra se levantó de la cama, pero no para atender al crío, sino para desde una posición dominante demostrar quién mandaba. La fulminante bofetada la dejó por un instante clavada en el colchón, haciéndola aún más diminuta de lo que sentía. Descargó toda su rabia y toda su envidia hacia ella con un golpe certero en la mejilla, propinado con la mano bien abierta, con los ojos desencajados, no de sueño, sino de rencor, de desprecio, todo contenido, explosionado en una sola detonación que la dejó más helada que el frío de aquella noche de mediados de noviembre. A punto estuvo de lanzarle otra descarga, la mano alzada, abierta otra vez, pero la fría mirada de ella, sus palabras cortantes lo hicieron recapacitar. No se la dió porque pudiera ser denunciado, aunque le influyera. En realidad no le volvió a pegar porque ella le dijo que a partir de ese instante nada sería igual, habría un antes y un después.

Una noche como aquella fría noche, que la dejara paralizada y sin capacidad de reacción por tres largos meses, un año más tarde: nada era ya igual. En todos esos meses le dijo que no lo quería, que quería separarse, que no lo soportaba. En todos esos meses convivió con quien decía quererla pero le reprochaba todo. Tuvo que aguantar las miradas afiladas, sentirse espiada, la angustia de poder ser agredida de nuevo. Tuvo que alzar la voz para que algún vecino se percatara de que algo extraño estaba ocurriendo, para que alguien más supiera. Tuvo que compartir la casa, pero no la cama ni la mesa, con quien decía quererla pero le demostraba odio. Un año después, una noche como aquella, ella dormía de nuevo en su cama, plácidamente, sola y bien acurrucada. Acababan de firmar el divorcio. No consentiría que nadie volviera a tratarla como si fuera nada, no consentiría que nadie le pusiera nunca más una mano encima.

En Enwebada, en Micros.




5 comentarios:

  1. ¡Qué buen guión para un "corto"!

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  2. Ufff!! Olé por ella, porque si el relato tuviera segunda parte, seguro que ella ahora vive como le da la real y con quien le quiere, y él seguro, segurisimo, sigue siendo un desgraciado, de los muchos que hay por ahí.

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  3. Miles de gracias por vuestros comentarios. Puede que haga otro con la segunda parte, tengo enchufe suficiente para conocerla. En cuanto a lo del corto, pues sería estupendo, sólo tengo que buscar la infraestructura. Saludos.

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  4. Yo creo que debes dejar esa profesión que tienes y dedicarte a lo tuyo, los cortos!! Besos desde México ;)

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  5. Besos y gracias!!! de momento no creo que me dieran pa comer y tendría que robar a primeros de cada mes en los cajeros algunas pensiones... qué lástimilla. Pero quién quita que algún día... Gracias y buena suerte en México, órale, híjole!!! Y vuelve eh? no tengamos que ir a buscarte como Marco a su madre. Besos 2.0

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